Creo que muy pocas personas en la vida han tenido el privilegio de crecer en un hogar como el mío.

En mi casa teníamos una pequeña biblioteca. Yo viví entre Dumas, (padre e hijo), Víctor Hugo, Kafka, Tolstoi, Julio Verne y demás escritores, además de enciclopedias generales y temáticas. Era muy común comentar sobre las novelas que estábamos leyendo, pero lo más interesante de todo era la gran cantidad de personas que visitaban mi casa, siempre por motivos culturales.

Hoy los recuerdo a todos con mucho cariño.

Aprendí a jugar ajedrez desde muy pequeña. Mi casa era visitada por Dimitri, un ruso casado con Madame Gordat, la profesora de francés del Colegio Inmaculada Concepción y padre de una compañera de colegio de mi hermana llamada Lidia, él fue quien me enseñó.

También era visitada casi a diario por un reconocido poeta vegano, Rafaelito Espínola, quien era una gran fuente de cultura para mí, de mucho aprendizaje, pues siempre yo estaba en el medio. Otro que iba a diario era Pío Espínola, tío de Rafaelito. Él era un escultor, con estudios en París. De él recuerdo dos anécdotas muy graciosas. Como iba a leer los periódicos todos los días, le pedía prestados los lentes a mi mamá, pues siempre decía que los suyos se les habían quedado en su casa. Como artista que era, magnificaba todo, por ejemplo, nos decía de un lagarto que lo visitaba a diario, cuando murió le hizo una escultura la cual fue a parar a mi casa, se le rompió la cola, aunque nunca supe su destino final.

Otro que visitaba mi casa era el ex cura, profesor y escritor Don Antonio Fernández Ormachea, Recuerdo cuando estaba escribiendo el libro “Errores y contradicciones en el David de Juan Bosch”. Cada  capítulo que escribía iba a discutirlo y comentarlo con mi mamá. No sé que pasó con ese libro, porque nunca lo he visto en ningún sitio. Son de los libros perdidos, olvidados y hasta desconocidos.

De  quien también me recuerdo mucho es de Santiago Franco, hermano muy mayor de Omar Franco el cantante, él era “comunista” y anti trujillista. En una oportunidad en que cayó preso, y esto es lo que con más gracia recuerdo, cuando lo soltaron, fue a mi casa de inmediato a contarnos su experiencia en la cárcel. Dijo que cuando llegó le mandaron a quitarse toda la ropa y él por molestar le preguntó a los guardias si se podía quedar con las medias puestas, la respuesta de éstos fue una “tabaná”, dizque por fresco.

Fiquito Morel era un gran amigo de mi papá, aunque no nos visitaba, siempre nosotros íbamos donde él, tenían en común el amor por la lectura, además de que mi padre era maestro y él inspector de escuelas.  Creo que eran los únicos que se intercambiaban libros. Después de pasar por muchos pueblos como inspector, llegó a La Vega y en el quinto grado tuve la dicha de conocer a su hija Luchy que hasta el día de hoy mantenemos una unión que se podría decir de hermanas. Por eso disfrutaba tanto las visitas que mi papá hacía a su casa.

A mi casa llegaba todo el mundo. Recuerdo que una vez por la mañana habían ido dos hermanas del “Cardenal” que fueron a visitar a mi mamá y a mi hermana, de las cuales eran muy amigas, habían ido a conversar sobre política. Mi papá llegó, se molestó y sentenció: “Menos política y más hogar”. Mi mamá y hermana no sabían dónde poner la cara de la vergüenza  y ellas desaparecieron como por arte de magia.

Pero una de las cosas más importantes fue el día en que apareció un policía de un campo y dijo que era ahijado de mi papá. Él quedó prendado de la belleza de mi hermana y se enamoró de ella, sus intenciones eran muy buenas, le ofreció un futuro muy promisorio, le dijo que le iba a instalar una paletera. Hoy cuando escribo estas reminiscencias, la llamé para conversar sobre ese enamorado, pero no le dije que pretendía contar ese episodio. Sí le dije de la buena oportunidad que perdió en su vida, pues tuvo infinidad de enamorados y ese lo dejó pasar. Nos reímos hasta más no poder.

Mi casa era visitada por un señor llamado Arsenio, esposo de una compañera de trabajo de mi papá y amigo de Rafaelito Espínola. Cuando él estaba en mi casa si alguien iba a buscar algún libro prestado contestaba “tas pretao, tas pretao”, porque sabía que mi papá no dejaba sacar los libros de mi casa. Éstos solo salieron el día en que falleció y los doné a un seminario que quedaba por Herrera.

Hay una persona que sería imposible escribir esto sin mencionarlo, se trata de Danilo Ramírez, hijo de Lolo Núñez, era maestro y muy amigo de la familia, para mí era como un tío, cuando venía a la Capital, su lugar para esperar el material de su trabajo, era mi casa. Estuvo presente en todos los momentos importantes de nuestra vida hasta el día que falleció en un accidente en La Vega, iba en su inseparable bicicleta. Fue un gran golpe para nosotros.

Nuestro amor por la lectura perdura. Mi hermana Araceli siempre tiene un libro en su mesita de noche y cuando su hijo no le ha comprado el último que quiere, tiene la saga “El señor de los anillos” o las obras de Pérez-Reverte, que los lee, los relee y los vuelve a leer. Yo por mi parte estoy disfrutando de las obras completas de Agatha Christie, un regalo de Eduardo, el esposo de mi amiga Luchy y que pertenecieron a la biblioteca privada de Don Raymundo, su padre.

Hoy puedo confirmar como leí en algún sitio que, “no es más rico el que tiene más dinero, sino el que puede acumular más y mejores recuerdos”.