“No creo que haya otra cualidad tan esencial para el éxito de cualquier tipo que la perseverancia. Supera a casi todo, incluso a la naturaleza”-John D. Rockefeller.
Tuvimos unos siete años (2005-11) defendiendo la necesidad de fortalecer el Sistema Nacional de la Calidad del país, representado en ese período por la antigua Dirección de Normas y Sistemas de Calidad (Digenor).
Primero, entendíamos que los solapamientos existentes con Salud Pública, Medio Ambiente, Industria y Comercio, Pro consumidor y Agricultura dificultaban o distorsionaban el trabajo en favor de los consumidores y empresas. Segundo, de acuerdo con la ley fundacional de Digenor, la núm. 602-77, el aseguramiento de la calidad se entendía como una obligación de ley de productores, importadores y comercializadores que hacía énfasis en los controles y cumplimiento de los reglamentos técnicos que el propio organismo elaboraba.
Tercero, la institución era al mismo tiempo regulador y certificador de la conformidad, es decir, era juez y parte. En el primer caso se trababa de proteger los llamados objetivos legítimos del Estado relativos a la salud humana, animal y vegetal, seguridad, medio ambiente y prácticas engañosas; en el segundo, de evidenciar la conformidad siendo al mismo tiempo inspector y vigilante del mercado.
Esta dicotomía propiciaba la discrecionalidad, la corrupción, las ineficiencias institucionales y una muy débil confianza social y empresarial en los servicios que se ofrecían en materia de metrología legal, certificaciones, inspecciones, normalización y coordinación de ensayos.
Por último, casi tres décadas habían transcurrido desde la creación de la Digenor (1977-2007) y, obviamente, durante ese tiempo el mundo había cambiado drásticamente. Lo había hecho tanto en las formas de su dinámica comercial, económica, social y tecnológica, como en los tópicos tocantes a su gobernanza, todo lo cual ponía en primera fila, entre otros asuntos, el aseguramiento de la calidad, la seguridad funcional e inocuidad de productos y la aceptación multilateral de bienes transables. Adaptarse exitosamente a esa nueva dinámica demandaba el cumplimiento de requisitos técnicos, realización de mediciones trazables y expedición de certificaciones de conformidad con garantía de aceptación global o, por lo menos, regional.
Por tanto, no podíamos seguir exhibiendo el mundo a un organismo nacional de la calidad con las mencionadas características. Antes de que el autor de estas líneas propusiera la liquidación de la Digenor, un avezado técnico dominicano ya lo había planteado claramente en condiciones políticas que no podían favorecer su visión (2000-2004).
Se trata de Hugo Alberto Rivera Santana, fallecido a destiempo (2005), director general de la Digenor en el período 1996-2000, conocido docente, reputado técnico en negociaciones comerciales, especialista en estadística de la calidad y comprometido con el país sin horarios ni condiciones. Al confesarle a Hugo mi sorpresa ante el inverosímil grado de abandono en que se encontraba la institución hacia finales de 2004, me dedicó aquella sonrisa que le distinguía tanto y que era una de sus más potentes armas personales. Con esa sonrisa, su humildad y sólida cultura técnica, Hugo se ganó el afecto de toda persona que tuvo la dicha de conocerlo personalmente.
En una de las tantas reuniones sostenidas en esos meses de 2005 me entregó un valioso documento en versión original titulado Resumen de una Gestión: octubre 1996-agosto 2000. Se trataba de una síntesis detallada de sus ejecutorias al frente de la DIGENOR en ese período. En sus primeras páginas se produjo mi primer encuentro con el concepto del Sistema Nacional de la Calidad o Infraestructura de la Calidad (IC), que es como se ha dado a conocer en los últimos años.
Sorprendido pude constatar que… ¡ese sistema constituía la visión de la DIGENOR en la gestión de Hugo Rivera de 1996-2000! Veamos lo que escribió en el punto 2 de la página 3 del valioso documento (las cursivas y negritas son mías):
“Una visión, normalmente, está conformada por elementos que siempre son la base de la mejora continua de una empresa. Lo lógico, lo que se espera, es que la propia Visión genere una espiral que conduzca, gradiente a gradiente, a una dinámica de mejora incesante en todos los órdenes de una organización. Y, si eso es verdad a nivel de una entidad finita como es una empresa, mucho más lo es a nivel de una entidad mayor como lo es el país. Para mantener el ritmo de desarrollo de un país, una vez que se descubre el secreto de cómo lograrlo, se necesitan instrumentos que hagan menos dependiente de factores exógenos la velocidad alcanzada, solidificando las fortalezas y minimizando las debilidades.
“Tres instrumentos son claves: Sistema de Innovación y Tecnología, Sistema de Capacitación y el Sistema Nacional de Calidad… “De los tres en el que más podemos y debemos colaborar es en la implementación del SISTEMA NACIONAL DE LA CALIDAD que justamente, es una de las tareas de la DIGENOR.
“Este deberá establecer las bases para la gestión y desarrollo del aseguramiento de la calidad en las empresas, paralelo al control de la calidad, así como de la evaluación de la conformidad y la metrología. Asimismo, promoverá y establecerá mecanismos para que las empresas puedan incorporar Normas internacionales en sus procesos, al presentar y fomentar la calidad y los sistemas de calidad como parte de verdaderas estrategias gerenciales”.
Llamé a Hugo a mi oficina nuevamente y le pedí explicaciones adicionales. Entonces, con aquel sosiego inteligente que caracterizaba todos sus actos, solicitó una hoja de papel y garabateó en ella un extraño esquema con rectángulos interrelacionados por firmes flechas. Fue precisamente de ese esquema que partimos para redactar, de la mano con el Instituto de Metrología de Alemania (PTB) y el apoyo de un grupo de entusiastas técnicos dominicanos y extranjeros, la Ley núm. 166-12 que crea el Sistema Dominicano para la Calidad (Sidocal).