Los años nos tienen que servir para algo. Al menos, para mantenernos a flote en un mundo sacudido por los desmanes económicos que comenten gobiernos y empresarios que hacen temblar los frágiles puntales de las economías de la clase media y otros sectores de la sociedad aún menos favorecidos.
La gran enseñanza de unas cuantas décadas de vida, hayamos tomado conciencia a tiempo o no, es que sí se puede vivir con menos. No hay por qué desearlo, pero sí, realmente es posible, en tiempos malos, y después que ha pasado la tormenta o cuando han aflojado algo el garrote de los impuestos, precios absurdamente elevados y salarios lastimosamente insuficientes.
El primer consejo: revise qué dicen los medios para tener una idea de con qué intensidad soplan los vientos de la economía y la política para sabe a qué atenerse.
Aún cuando usted tiene un trabajo seguro y sus ingresos se están recuperando es aconsejable pensar como si la economía siguiera siendo frágil, y en que hay muchas razones para continuar con sus nuevos hábitos frugales en el manejo del dinero, preferiblemente el efectivo.
Desconfíe, utilice dinero de verdad y acuda menos a los préstamos. Por lo general, desde que existen las tarjetas de crédito, a medida que la recesión se profundiza las tarjetas complementan la disminución de los ingresos y el agotamiento de las prestaciones para los desempleados. Muchos consumidores llegan al máximo de sus tarjetas y del uso de los pagos mínimos, con resultados catastróficos.
Incluso, si está trabajando, no se apoye en la muleta del crédito. Pague en efectivo cada vez que pueda, no deje que se acumule una deuda nueva, y haga un esfuerzo para pagar lo que debe (incluyendo el chocolate).
Cuando la situación mejore, no permita que lo vuelvan a sorprender. Trate de saber siempre dónde está su dinero y si parece que algo no está bien, pida aclaraciones, indague
Defina sus prioridades. Haga una lista de lo que es más importante para el futuro de su familia, y si sus finanzas no están a la altura en algunas zonas, tenga en cuenta qué se puede recortar o qué compras se pueden aplazar.
Trace una línea clara entre las necesidades y sus deseos. Por ejemplo: valore cuál es su tiempo libre real. ¿Cuántos canales de televisión por cable usted puede ver realmente y cuántos tiene a su disposición en casa? No caiga en la trampa de renovar el vehículo religiosamente cada determinados años, y por el contrario, atienda el mantenimiento del que tiene. Planifique las gestiones, agrúpelas en un solo recorrido siempre que pueda, por lo del combustible agobiante.
“Presupuesto” no es una mala palabra: la falta de seguridad en el trabajo, reducción del salario, las pérdidas, y el aumento de los intereses suelen empujar a muchas familias a tomar en serio el presupuesto como parte de la solución. Si no es una de estas, adelántese a las circunstancias.
Aún cuando sus finanzas personales estén mejorando, no está mal aferrarse a su presupuesto, y pase los ingresos extras que pudieran llegar al fondo de emergencia que tiene debajo del colchón o a su cuenta de ahorros, si todavía no ha sido cancelada. Si no tiene un fondo de emergencia, créelo, aunque sea con una pequeña cantidad, y déle de comer los días del cobro. Contar los cheles no es degradante; mendigar, duele decirlo, sí.
Cuando realmente necesite comprar algo, aproveche las ofertas y rebajas de precios de los detallistas, pero no convierta su despensa en un almacén de productos con vida limitada, o innecesarios. Esté atento a la fecha de caducidad, de manera especial de esos productos que se ofrecen a bajo precio o “convoyados”. Busque rebajas siempre que pueda. En situaciones de crisis económica, los vendedores preferirán vender más barato que dejar los productos en su inventario. En los servicios también es posible obtener descuentos.
Cuando la situación mejore, no permita que lo vuelvan a sorprender. Trate de saber siempre dónde está su dinero y si parece que algo no está bien, pida aclaraciones, indague.
Trate de estar al día en las cuentas, pague el máximo posible pero no abandone sus esperanzas ni pierda de vista nunca sus objetivos a largo plazo. Es un ejercicio de equilibrio a veces muy difícil, pero nos ayuda también a ejercitar el pensamiento y así hay que verlo: positivamente.
Y sobre todo no olvide que ni a los políticos, ni a los banqueros ni a los empresarios les importa realmente situación económica suya y de su familia. Aunque bien debiera preocuparles porque usted, yo y todos los demás somos sus clientes potenciales, los que pueden determinar que sus negocios marchen mejor o no: mientras menos compremos, ganarán menos, recaudarán menos impuestos para despilfarrar, y peor les irá.
No por altruismo ‒sería mucho pedir‒, sino por elemental egoísmo pudieran tomar en cuenta que con una economía saludable que permitiera un número cada vez mayor de personas con capacidad adquisitiva, mejor estarían las cosas, habría más recursos disponibles para resolver problemas acuciosos y sosiego en toda la sociedad, algo que también los beneficiaría.
Pero esto implica trabajar en áreas que no consideran de su competencia, aparte de que las limitaciones que los adornan no les permiten velar más allá de sus intereses más inmediatos. La voracidad inhibe el raciocinio y la mediocridad el pensamiento en perspectiva. Y usted y yo solos, lamentablemente, podemos hacer muy poco al respecto.