No importa la condición social, política o intelectual, el dominicano (a) es poseedor de diversas creencias populares, muchas de las cuales son privadas, no se expresan públicamente, aunque las mismas incidan sobre actitudes y comportamientos sociales.

Para una parte significativa del dominicano, la envidia existe, la maldad existe, el diablo existe, el mal es una realidad, por eso hay que estar protegido, aunque esta seguridad deba de ser clandestina, oculta, privada.

Entre los funcionarios públicos, profesionales, militares, maestros y hasta intelectuales distinguidos, los resguardos son esenciales y no se dejan ni para ir al baño.

Pero cuando estas mismas creencias son expresadas por los sectores populares, entonces son reprobadas, satanizadas, rechazadas despectivamente por una ideología de intolerancia, de discriminación,  que se convierte en anatema (maldito), condenando estas concepciones de atraso, de ignorancia y de incivilizadas.

Entonces hay una falsa moral, una hipocresía institucionalizada, una mentira convertida en verdad, en un discurso dogmatizado.  Una cosa es el ámbito privado y otra es el espacio público, porque las creencias y los comportamientos son personales, íntimos, y por lo tanto, estos no pueden ser cuestionados.

Las ciencias sociales no escapan a esta coyuntura.  Cuando las conceptualizaciones se ideologizan, la ciencia se hace cómplice del Poder y pasa a ser legitimador de la visión del mundo de la elite.  La historia se contara al revés y la realidad se fetichizara por la alienación.  Habrá un lenguaje oficial y una realidad contrastante de ficción, anti dialéctica.

La tecnología será símbolo de progreso y de modernización.  Se proclamara que los conocimientos de la ciencia están al servicio de la humanidad, del pueblo.  Todo el conocimiento médico, según dicen,  es para aliviar, para eliminar la enfermedad.  El desarrollo de las ciencias médicas es para contribuir al bienestar, en nuestro caso, del pueblo dominicano.  Ese es el discurso oficial.

Desde el instante que un sistema convierte la salud y la enfermedad en mercancía, la medicina física y mental, es un negocio para acumular dinero y la práctica médica es para el lucro, deshumanizándose.

Con la aberración, de que la enfermedad, en este sistema, no es democrática, es de clase social y la salud, es privilegio de los ricos.  Los mejores servicios de salud, son para los que tienen más recursos económicos.  Existen las clínicas privadas y los hospitales públicos.  Las primeras inaccesibles para los pobres y los segundos antesalas para la muerte.

Ningún ser humano, se resigna a la muerte sin buscar soluciones.  Sobre todo, prevalece la creencia de que la salud, la enfermedad y la muerte no dependen de cada persona, sino de fuerzas sobrenaturales, donde Dios, al final son determinantes.  Por eso se invoca y se encomiendan a estas realidades todos los creyentes.

Pero además, Dios es tan misericordioso que dejó una naturaleza rica y prodiga en cada planta, para mediante sus principios activos, las (substancias curativas) eliminar las enfermedades. Pero, a pesar de la lógica de que todas las medicinas industrializadas vienen de esta misma naturaleza, han inventado una animadversión hacia ella, en nombre de la tecnología y el progreso.

Aun así, el ser humano no se deja amedrentar por completo, se torna desafiante y con facultades creadores hace posible el surgimiento  de  la medicina popular y la religiosidad popular para enfrentar la adversidades, la enfermedad y la muerte, ante la imposibilidad de tener acceso a la medicina moderna por sus limitaciones socioeconómicas, por la imposibilidad de poder pagar estos servicios de salud.  Entonces, la religiosidad popular siempre estará vigente, sin importar la modernización y el desarrollo de una sociedad.

En nuestro caso, y en las sociedades donde predomina la mercancía y el lucro, donde la medicina física y mental es un negocio para ganar dinero, la religiosidad popular, la medicina popular, estarán vigentes.  Sobre todo, ante el vacío existencial de los dueños de las cosas materiales, estos acudirán, de manera clandestina, a la búsqueda de soluciones a esas fuerzas y energías que desprecian públicamente, fundamentadas en la mentira y en la hipocresía.

Desde el punto de vista de las ciencias sociales, de la psiquiatría, de la psicología, de la antropología  y la sociología, en una sociedad como la nuestra, surgen muchas preguntas. qué papel juega la religiosidad popular en nuestra sociedad, y qué relación tiene con la salud mental del pueblo Dominicano?.

¿Son las creencias mágico-religiosas expresiones de personas ignorantes, de fanáticos, o alucinados, de gentes neuróticas o alienadas?  ¿Es la religiosidad popular un síntoma de enfermedad mental o una manifestación de catarsis, de integración y solidaridad? ¿Es la expresión de religiosidad popular una manifestación de atraso, opuesta a la ciencia, a  la modernización o por el contrario, contribuye  y complementa su desarrollo? ¿Realmente, cuál es el papel de la religiosidad popular en Dominicana en este momento?

El próximo martes, 25 de junio del presente, el sociólogo Dagoberto Tejeda Ortiz, el psiquiatra Cesar Mella Mejías y el psiquiatra Fernando Sánchez Martínez, pondrán a circular en la Sala de Orientación de la biblioteca Pedro Mir de la UASD, a las cinco de la tarde, la tercera edición de “Religiosidad Popular y Psiquiatría”, para responder a estas interrogantes.