En el marco del Caribe hispánico y su compleja geografía cultural, asistimos a confluencias lingüísticas, etnorreligiosas y literarias que testimonian una variedad de raíces fundacionales, motivadas en el mito, la poesía, el cuento, la fábula, el texto dramático y otras expresiones que se afirman en la evolución de espacios y mentalidades aun no reconocidas ni investigadas de manera suficiente por la crítica histórica, etnoliteraria y cultural representativa del Caribe hispánico e insular.

A partir de una productividad cultural que cada vez más se acentúa en las estructuras y modelos socioculturales, encontramos las junturas orales y escritas instituidas a partir de la conflictividad étnica, política y biocultural, testimoniada en los textos culturales, muchas veces comunes del Caribe hispánico e insular.

Tanto en Cuba, como en Puerto Rico y República Dominicana la etnia o el etnos se revela en textos orales y escritos, en los cuales podemos leer los signos de la cultura. La diferencia cultural se advierte en el texto que engendra el tipo de vocalidad testimonial y particularizante de estructuras y funciones rituales, evocadoras de una cultura de los signos donde lo religioso, lo oracular y lo tradicional se manifiestan en el movimiento de lo propiamente caribeño. El Caribe hispánico no es solamente un Caribe idiomático separado de las demás culturas caribeñas. Sus manifestaciones conviven con las demás culturas del Caribe inglés, francés, holandés, compenetrándose desde un tramado etnolingüístico, etnoliterario, etnorreligioso y etnopolítico.

Se trata, pues, de un texto y una textualidad reconocidos en un orden de complejidades donde se definen etnias, religiones, literaturas y lenguas que conviven en la diferencia  y en la representación de sus imágenes bioculturales. Tanto en las perspectivas de fundación, como en sus modos de textualizar, el sujeto cultural caribeño se particulariza en un imaginario multiexpresivo y multicultural entendido y reconocido en su productividad poético-verbal y espiritual.

Motivados por una lectura de superficie y profundidad de los signos culturales, observamos que en el Caribe hispánico e insular las raíces se extienden en el mito, la épica, la oralidad cultural, la poesía ritual y otras manifestaciones donde lo cultural se produce tanto en el impulso etnopolítico, así como en las claves de comprensión de un mundo o mundos fragmentados por la colonización del signo-sujeto cultural. Se trata de un sistema de legibilidades testimoniales que encontramos en lo diverso y en las diferentes textualidades coloniales y poscoloniales que funcionan en la historia de los signos y sujetos culturales caribeños.

Como juntura cultural, el Caribe hispánico se expresa como el Caribe en su extensión más amplia. La significación se articula en el trazado intercultural y en los dominios policulturales, etnolingüísticos y literarios, a partir de los cuales el signo se re-produce y se re-define, se re-instala en el contacto interlingüístico e intersemiótico. De ahí el registro interidiomático en la producción poética oral y escrita. Lo afrohispánico y lo afroinsular se explican también en un registro dialectal, polifónico y policultural donde los diferentes hablares producen el contacto y el contexto intercultural, así como un tipo de traducción donde la palabra es ya una función, un depósito, un gesto discursivo que textualiza la cultura caribeña en  sus diferentes registros. En este sentido el registro es la tradicionalidad, la escritura, la oralidad, el etnos, el lenguaje y la intraculturalidad. A partir de estos espacios del sentido, reconocemos y encontramos el movimiento de la textualidad cultural, de gesto textual que se articula en el texto poético, en el ritual de la palabra.,

Tumba, tumba yayita

Ni Nganga Yatumba

¡Como tumba Yayita!

Mi siete rayo,

Tumba Yayita.

Este fragmento de un canto a la yaya cimarrona, lo encontramos en el libro de Samuel Feijoo, El negro en la literatura folklórica cubana (Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1987, pp. 58-59), donde la figura sonora del lenguaje se articula en una poética del ritmo sustentada en la onomatopeya y en la personificación montuna. La palabra es aquí magia, signo-función y texto ritual. Tal como destaca Feijoo (op.cit.), en la invocación de lo negro el signo transmite su contenido y sus formas esenciales.

Un canto para yemayá cubano recogido por el músico y musicólogo Argeliers León, se materializa en la juntura etno-rítmica siguiente:

Yemayá asesú

Asesú yemayá

Yemayá asesú.

Asesú yemayá.

Yemayá oladdo

Oladdo yemayá.

Oladdo yemayá, (Feijoo, op. cit., p. 59)

Esta estrofa es la evocación de la deidad pagana en el acto-función de una ritualidad afrocaribeña que advertimos en diversas expresiones poéticas y cantos yorubas.

La evocación yemayá remite a la tensión vida-muerte, pues esta deidad pagana se pronuncia en otros registros culturales caribeños. Bajo otras figuras y representaciones míticas “Yemayá asesú” es invocación y acción de yemayá, pero es, también, una solución poética-imaginaria destacable en el folklor oracular cubano.

Como muestra el investigador cubano, el ritmo se pronuncia en la expresión cultural, pues el folklor es cultura dinámica y no representación pintoresca.

Leemos en la recopilación de Feijoo la siguiente guaracha de sabor y ritmo afrocaribeño “posiblemente del último tercio del siglo XIX”:

mulatica colorá

aprende d’ esa negrita

que se planchó la pasita,

se cotó la melenita

y tiene la bemba rosá.

aprende de la negrita,

cótate e moño

colorá

aprende de la negrita

que sabe labá,

planchá

que se cotó la melenita

y e la reina  d’el solá. (Op. cit. p.65)

Esta imitación del habla del negro, rítmica, onomatopéyica y personificadora la encontramos en  diversas regiones del Caribe hispánico (Cuba, Puerto Rico, República Dominicana), pero también en zonas rurales del Brasil, Colombia y Venezuela, donde el rasgo afroide configura un universo cultural reconocido en la influencia y testimonio de África y la montería caribeña.

Una explicación etnoliteraria, etnolingüística y etnorreligiosa se encuentra en el siguiente registro bibliográfico: Fernando Ortiz: La música Afrocubana, Ed. Biblioteca Júcar, Madrid, 1975.

Fernando Ortiz: Ensayos Etnográficos, Ed. De ciencias sociales, La Habana, 1986; Lidia Cabrera: El Monte, La Habana, 1954; Ed. De Ciencias Sociales, La Habana, 1996; Jesús Fuentes/ Grisel Gómez: Cultos afrocubanos, Ed. De Ciencias Sociales, La Habana, 1995; Elsa Goveia: Estudios de la Historiografía de las Antillas Inglesas hasta finales del siglo XIX, Ed., Casa de las Américas, La Habana, 1984; Manuel Álvarez Nazario: El habla Campesina del país. Orígenes y desarrollo del español en Puerto Rico, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1992; Rómulo Lachatañeré: Manual de santería, Ed. De Ciencias Sociales, La Habana, 1995.

El signo racial en el Caribe hispánico necesita la mirada intercultural desde la cual funciona el imaginario caribeño. El espacio lingüístico, así como el pronunciamiento literario y la manifestatividad oral impulsan la interpretación de niveles imaginarios y textuales. El significante racial es una instancia colonizada, agrietada por una crítica del signo observable en la poética del canto negro antillano.

Manuel del Cabral (1907, República Dominicana) se pronuncia en los bordes y centros de esta poética en la década de los 40. De  1942 es su Trópico Negro, donde encontramos una crítica del signo etnopoético, cuya inscripción sincrética anima la ritualidad del Canto Negro:

“Cantan los Cocolos bajo los cocales.

Ya la piel del toro muge en el tambor.

Los temibles lirios de sus carcajadas:

Sus furiosas lunas contra el nubarrón.

Está fiero el cielo que cayó en sus ojos.

Lucha con las ancas de la hembra el son.

Por entre pestañas de los cocoteros

Cuchillos de vida le clava ya el sol.

Los cocolos cantan cánticos calientes

Cantos que retuercen vientres de alquitrán,

Y entre sus corpiños tiemblan cocos negros

Que los cocolitos chupan con afán…

(Manuel del Cabral: Antología Clave, Ed. Losada, Buenos Aires, 1957, p. 69).

El espejo de una expresión que describe un modo de vida basado en el epos testimonial, se particulariza en las instancias de este Aire Negro, marcado por los signos de una cultura criolla donde el gestus social activa los elementos  configurativos. De ahí la dinámica poética y cultural de estos signos diseminados en el espacio mismo de la cultura dominico-caribeña: cocales, piel del toro, tambor, temibles lirios, carcajadas, nubarrón, pestañas, cocoteros, cánticos calientes, vientres de alquitrán, cocos negros, cocolitos y otros signos testimoniales, conducen en el poema a toda una explicación vertebrada en una cultura de flujos raciales y políticos marcada por el impulso identitario.

La ritmicidad de estos signos se puede constatar en los versos citados de Manuel del Cabral, pero también en otro ritmema configurado que encontramos en dicha obra:

                                                                   Trapito

Negrito de voz sin luz

algo te queda en la cara,

tu risa: trapito blanco

para secarte las lágrimas.

(Manuel del Cabral, op. cit. p. 68)

Trapito funciona aquí como nominación metafórica y condición étnica del niño negro, niño sin determinación, negrito sin luz, de voz también negra. El contraste del trapito blanco para secar las lágrimas, activa la contradictoriedad donde /negrito de voz sin luz/ se opone a “trapito blanco” para secarse las lágrimas.Trapito es nombre inconsciente o retóricamente marcado por el poeta y en este fragmento de mundo observamos el gesto irónico, la determinación poética etnocultural que materializa la significación racial.