Ante el incremento de la criminalidad en nuestro país, sacerdotes, pastores y hasta las autoridades, han estado postulando que las causas de este aumento del delito son debido a la disminución de los valores religiosos en la familia y la sociedad; y se apela a que la religión se difunda más en las escuelas y la sociedad. Pero nada más falso o errático que esa afirmación, puesto que si algo ha ocurrido en la República Dominicana en los últimos años es un incremento en la fe religiosa y la asistencia a un cada vez mayor número de iglesias de distintas sectas, las cuales están presentes en los más recónditos barrios y campiñas.

Estas afirmaciones me crearon la inquietud de estudiar la posible relación entre la religiosidad, la falta de creencia y la comisión de crímenes y delitos.

Para la exposición de este tema nos basaremos en los estudios realizados por dos prestigiosos profesores de criminología dominicanos, ambos contemporáneos de Juan Bosch: el criminalista y especializado en Derecho penal, Dr. Leoncio Ramos, y el también profesor de criminología, Dr. Américo Erasmo Medina, quienes en sus libros le han dedicado espacios a tratar este tema.

El Dr. Leoncio Ramos es un conocido abogado, especialista en derecho penal, intelectual dominicano, profesor de la Escuela de Derecho de Universidad de Santo Domingo, quien destacó como criminalista y que, específicamente, se preocupó por conocer los estudios existentes en otras latitudes, donde existen estadísticas relativamente confiables, que se orientan a investigar la relación que pudiere existir entre el crimen, la  religiosidad y la irreligiosidad o ateísmo. Utilizaré aquí, por su reconocida autoridad, los resultados de sus indagatorias y las conclusiones a que llega especialmente el Dr. Leoncio Ramos en sus Apuntes de Criminología. Se trata de un intelectual forjador de varias generaciones de juristas y criminólogos en el país que goza de gran autoridad.

Como base documental me apoyaré, además, en el re-examen que de este tema llevó a cabo posteriormente el destacado profesor de criminología, también dominicano, Dr. Américo Herasme Medina, en su libro, en dos tomos: Introducción a la Criminología. Ellos serán la fuente para exponer los fundamentos factuales, empíricos y estadísticos que muestran que no hay una necesaria relación entre los principios religiosos y la conducta moral de un sujeto, ni a la inversa: del ateismo filosófico con la inmoralidad o la moralidad.

Nuestro insigne criminólogo el  Dr. Leoncio Ramos, en sus Apuntes de Criminología concluye en que los estudios existentes demuestran que “estadísticamente la criminalidad entre los ateos es inferior a las que acontecen en los religiosos”, pues para asumir el ateismo se requiere un nivel de cultura filosófica, inteligencia y conocimientos que convierte a los ateos en una elite social, por lo general menos proclive al crimen.

En sus Apuntes de Criminología, el eminente criminólogo dominicano empieza reseñando las posiciones que al respecto sustenta la Escuela espiritualista, es decir aquella que hace depender linealmente la moral de la religión. Citando directamente a su expositores, nos informa que M. De Beats ha dicho que “en el debilitamiento de la fuerza de la religión, es donde yo vería las causas principales del aumento espantoso de la delincuencia”; y a Graus, quien afirma que “el creciente alejamiento de Dios, que penetra una y otra vez en las capas sociales más vastas, y las opiniones totalmente inmorales sobre la vida individual y el mundo en general, que son su consecuencia, forman el oscuro subsuelo donde prosperan en abundancia la blasfemia y el delito”. Y termina diciendo, “sin religión no es posible la moralidad verdadera”.

El Dr. Leoncio Ramos nos advierte que: “ante estas afirmaciones cualquiera se declararía rendido, y diría que esas opiniones son la expresión de la verdad más pura”. Y de inmediato se hace a sí mismo la pregunta siguiente: “¿Cuales son las pruebas que corroboran esas palabras?”. Y responde: “acerca de ello no hay pruebas ni mucho menos pruebas que sean contundentes”. Que lo único que se ofrece es la siguiente afirmación o argumento que dice: “si aumenta la criminalidad y eso mismo sucede con la irreligión, existe por tanto una relación causal entre ambos fenómenos”.

Sin embargo, el mismo profesor Ramos refuta, enfatizando que: “Este argumento no resiste el más ligero análisis; ya que el creciente aumento de la criminalidad y del ateísmo puede el uno ser causa del otro, o puede ser que ambos tengan una causa común, tales como la miseria, el industrialismo, la ignorancia, etc.”.

“No hay que negar que no sólo la religión frena la delincuencia; sino que también —nos recalca él— la frenan la moral individual y social, las que contribuyen en gran parte, en la formación del individuo, lo que podría cohibir la delincuencia tanto en religiosos como en ateos, o permitirla en ambos, aunque los unos cometan mayor cantidad de delitos que los otros. Consideramos que todo depende en una gran parte de otros factores, de los cuales muchas veces son culpables muchos de aquellos que pregonan la fe y la religión”.

En la obra de Leoncio Ramos podemos leer que: “en algunos países, siendo Holanda uno de estos países, el cual nos puede ofrecer valiosos datos estadísticos que confirman la especie”. El Dr. Américo Herasme nos dice por su parte que “de la obra del citado autor dominicano, hemos sacado datos que demuestran que durante fechas distintas, la irreligiosidad creció en aquel país, en la siguiente proporción: en 1897, el aumento de personas que no profesaban credos se elevó a 12,000, número equivalente al 3% del total de los ateos de dicho país; en 1920 a 533,000, número equi­valente a un 144%. Empero, la criminalidad en vez de haber aumentado disminuyó en las siguientes proporciones: en 1901, la cifra ascendió solo a un 26.7% por cada 10,000 habitantes del país; mientras que en 1928, aumentó, no por causa de la irreligiosidad, sino por causa de la guerra”.

Y agrega estos otros razonamientos: “En la Edad Media no se conocía el ateísmo, sin embargo, la delincuencia era muy conocida”. Además dice, que: “se ha comprobado, que a principios del siglo XIX, en Inglaterra hubo un gran aumento de la criminalidad, y sin embargo es indudable que allí en esa época no hubo ningún crecimiento de la irreligiosidad”. “Eso confirma, según Bonger, que la delincuencia ha crecido en épocas en que no ha crecido la irreligiosidad o ateísmo; y que en épocas en que no existía el ateísmo, existía el delito”. Con estas sencillas explicaciones, Bonger nos ha querido demostrar que la irreligiosidad no es causa de delito”.

Otros criminólogos han llegado a conclusiones semejantes: “Enrico Feri, entre 700 asesinos investigados, solo halló uno que era ateo; Havelock Ellis afirma que en las prisiones es cosa muy rara hallar libres pensadores; J. W. Horsley, capellán de Prisiones inglesas, de 28,351 delincuentes investigados, sólo encontró 57 que eran ateos”.

Por su parte, el Dr. Leoncio Ramos nos ofrece datos estadísticos extranjeros, extraídos de cuadros que, según él, figuran en las páginas 202 y 203 de una obra de Bonger. Expresa que en los citados cuadros se nota que por cada 100 delincuentes ateos condenados, existía una proporción de 252 israelitas (judíos), 366 protestantes y 494 católicos, todos ellos deducidos de un número total de 126 condenados. Además dice, que según Bonger estas cifras han sido confirmadas en investigaciones criminológicas en Ámsterdam en los años de 1923-1937.

 

Cuadro comparativo de la delincuencia entre ateos, judíos, protestantes y católicos

Delincuentes Cantidad % Condenados
Ateos 100 8.2 10
Judíos 252 20.7 26
Protestantes 356 30.1 48
Católicos 494 40.2   42

 

¿Que nos enseña este estudio comparativo?

La conclusión no es, por supuesto, la simpleza de que los religiosos son más criminales y delincuentes que los ateos. No. La conclusión lógica y racional es que la religión no es la única causa de moralidad y que el ateísmo no es un factor significativo de la conducta criminal; y aún más: que en la mayoría de los casos es lo inverso, como lo demuestra la ejemplar vida del profesor Juan Bosch, José Ingenieros, Charlie Darwin, entre innúmeros hombres probos.

¿Por cuales motivos los ateos no son más proclives al delito que los cristianos?

Las explicaciones ofrecidas por Bonger, avaladas por el Dr. Leoncio Ramos y el Dr. Américo Herasme Medina son las siguientes: Bonger dice, que “las razones son principalmente de naturaleza social, y apenas sí guardan relación con la cuestión de tener o no tener fe”; que “los no religiosos salen, por regla general, de las filas de los intelectuales y de los obreros especializados y organizados en su mayor parte, en virtud de la mayor cultura y de circunstancias económicas relativamente desahogadas”; y en nuestro país, de los profesionales intelectualizados, en su mayoría de clase media o alta.

También agrega que ninguno de estos grupos son susceptibles a la influencia de las ideas delictivas, y además tienen un mayor dominio sobre sí mismo; que “estos individuos representan caracteres de selección, lo que presupone cierta firmeza de carácter, y lo que puede manifestarse mediante el hecho de romper con cualquier tipo de tradición, y de manera especial, cuando esa tradición es apoyada y protegida por influencias de poder tan poderosas, como aquellas que disponen las iglesias”. Y termina el Dr. Américo Herasme aquilatando el valor y el carácter de dichos ateos, igualándolos con los “antiguos cristianos y los primeros protestantes”.

Quiero, de mi parte, enfatizar que aquellos religiosos que asumen con fe sus creencias supersticiosas, mágicas o religiosas, y les atribuyen a sus buenas acciones la recompensa por Dios de una futura vida en el paraíso, pueden encontrar en esa honesta actitud ante la vida, la fuerza moral que le pone limitación a sus actos. Que sea por el temor a ser quemado y torturado en el infierno; o porque aspiren a la ilusión del cielo prometido, un paradisíaco lugar, donde no tendrán que trabajar, comerán maná cada vez que quieran, escucharán trompetas celestiales, podrán volar con alas como los ángeles, disfrutar, compartir con fieras amansadas en un jardín de flores, lo que le da seguridad a la mayoría de las personas que normalmente quieren prolongar su vida más allá de su muerte. Y además, como dice Juan Luis Guerra, no habrá hospitales, no es reprochable.

Pero hay que admitir, como lo demuestran los hechos, que también quienes asumen el ideal de una vida perfectiva basado en su consciente y racional aceptación de una concepción filosófica del deber, del respeto al ser humano como una responsabilidad social, pueden encontrar en ese humanismo irreligioso materialista y ateo la incorruptible fuerza de una moral sin dogma, como nos enseñó el insigne maestro argentino José Ingenieros, y lo han exhibido con mucho orgullo ateos como Protágoras, Carlos Marx, Ludwig Feuerbach, Charlie Chaplin, Juan Bosch, José Ingenieros, entre otros, han servido de ejemplo y paradigma en sus vidas privada y pública. Para poder asumir el ateísmo se requiere un nivel de conocimiento acerca de la estructura del universo y de la ciencia, una cierta cultura histórica y unas fuerzas psicológicas y seguridad en sí mismo, que solo alcanza un grupo pequeño, una elite intelectual. Solo un minúsculo grupo de hombres superiores en todos los tiempos, alcanza una moral que Kolber denomina trascendente, de autorrealización, que implica haber logrado el sujeto el nivel de fortaleza de carácter basado en principios de comportamiento asumido críticamente.

De ahí que la mayoría de la población se refugia en la fe religiosa, que tiene sus raíces ancestrales en las estructuras psicológicas heredadas desde los hombres prehistóricos, que Carl Jung ha denominado Arqueti­pos, estructura psíquica donde se mantienen como parte del fenotipo, reiterándose en el individuo de un modo biológico, pero inconsciente, los iniciales temores y angustia heredados desde los primeros antepasados hacia lo desconocido y hacia la muerte. Estos arquetipos inconscientes tienen mayor facilidad de instalarse en los seres humanos más ignorantes, temerosos, débiles o que padecen algún tipo de trastorno neurótico.

Además las creencias religiosas y supersticiosas se le introyecta inconscientemente como ideología desde pequeño a todos los miembros de la sociedad, como parte de la educación en el hogar, en la escuela y de una formidable propaganda de poder que hace de la religión la ideología dominante, debido a que es la ideología de los sectores predominantes en el poder social y político. Precisamente el papel de injusticia y abusivo que tiene la educación religiosa en las escuelas es que los niños, vulnerables criaturas, son utilizados como el material lábil sobre el cual se les moldean las creencias religiosas abusivamente, sin tener el infante la capacidad crítica aún de escoger sus creencias, cosa que solo pueden realizar los adultos educados e informados.

El papel liberador de ese moldeamiento injusto de la conciencia del niño es la razón por la cual Juan Bosch, y otros, les atribuyen una función profundamente moral al laicismo, propiciador de la libertad y el respeto al ser humano.