Suele ofrecerse la religión, (parte de un esquema de control social), como la panacea de las soluciones a las crisis que vive diariamente mucha gente en su desesperada carrera contra la muerte y su búsqueda infructuosa de la eternidad.

Ese medicamento curalotodo no sólo suele ser inefectivo sino también, falsificado.

Hay farsantes en el camino, hay demagogos proféticos, hay vividores al por mayor, hay fanatismo peligroso (sino véase aparatos ideológicos-religiosos como el que subió al engendro de Bolsonaro al poder, hay mucho ruido y mucha ruindad disfrazada de bondad y solidaridad.

En otra dirección iluminadora corre la sincera espiritualidad.

La religión suele aprovechar las épocas de crisis para reforzar el terror de la gente, para aterrar aun más, para advertir sobre climas apocalípticos y perdidas e infiernos múltiples (como si en la tierra no hubiera ya suficiente entretenimiento letal).

De la vida religiosa puede nacer, en casos excepcionales, una vida meditativa correcta, descontaminada de mundanidad.

Pero es en la espiritualidad esencial, no superficial, donde se halla el sactum sanctorum de las búsquedas, no en el ceremonialismo estirado, en la explotación de la credulidad colectiva, en la nostalgia del sentido medieval de gobierno religioso, en los lavatorios y los controles de conciencia dogmáticos, autoritarios donde ésta se encuentra.

La vida espiritual verdadera no recurre a campañas politiqueras para conquistar gente, no recurre a populismos de llenar estadios de fieles en días puntuales del año, no se interesa en predicar una actitud ante la vida asumiendo en los hechos la que le es contraria, no busca influir en la opinión pública para la búsqueda de portadas y reproducir acciones y actitudes fácticas.

La vida espiritual no es conflictiva, no se decanta por las influencias ante los poderes, no establece campañas que la sitúen socialmente, no es verticalista, no se anda con dobles caras.

Es ejemplarizante, transparente y su búsqueda es iluminadora, sin mezclarse con la turbidez habitual para medrar y para obtener privilegios u ocultar tenebrosidades.