Siempre que surge una crisis política o se avecina un proceso electoral, al mismo tiempo, una avalancha de críticas inunda los espacios de comunicación y las tesis que plantean el nacimiento de un nuevo liderazgo; son el rosario de algunos sectores que con buenas intenciones juegan la renovación de la política local, con la sagrada aspiración de ver rostros frescos y no contaminados ocupando los espacios de poder. La coyuntura actual es idónea para la ocasión, pues por un lado está el descontento cuasi generalizado de un pueblo harto de la corrupción y la impunidad, y probablemente decidido a sacar del poder en las próximas elecciones la estructura mafiosa del danilismo gobernante.
Por otro, y con una visión política definida, la resolución histórica del Magistrado Francisco Ortega Polanco, enviando a prisión preventiva, nada más y nada menos que al presidente del partido de mayor arraigo social de la oposición y una garantía económica en contra de su vocero en la cámara de diputados. También otras medidas en desmedro de tres miembros del Comité Político del PLD. Parecería entonces que todos los caminos conducen a la estructuración de una camada política de nuevo cuño, capaz de representar intereses colectivos, con un lenguaje adaptado a nuestros tiempos, nacidos de los reclamos mismos de la ciudadanía y prestos a impregnar de sangre fresca el espectro político nacional.
Todo ello podría ser posible, a no ser, por las características exclusivas de nuestra composición partidaria. Como también, la fragilidad institucional de dichos órganos políticos. Constituidos por grupos internos que actúan al margen de la organización, tan fuertes y determinantes, que su poder sobrepasa el radio de acción de sus propios organismos, convirtiéndose en pequeños partidos, personificados en sus activos más dominantes. También están los denominados emergentes, cuyos supuestos líderes, pregonan una democracia que no practican y se eternizan en la posición de candidatos, sin posibilidades y sin la intención de ceder los espacios a otros asociados, actuando en todo caso, a nombre de su frágil pero provechosa institución.
Contrario a otros escenarios donde la crisis ha parido líderes que conectan con el clamor y las exigencias sociales y se enrolan en los procesos mediante propuestas novedosas, atractivas y cautivadoras, que logran adeptos con ciertos criterios sociopolíticos. Aquí, tierra de sol, playa y arena, los eventos sociales generadores de esas crisis, son capitalizados por esas estructuras grupales que ejercen poderes inimaginables como conjunto de fuerza, con la enorme capacidad de articular y desarticular, cualquier asomo de liderazgo que surja del trabajo propio de las instituciones partidarias, siempre que les sean favorables o desfavorables.
Sin duda alguna, una de las razones más poderosas a la hora de valorar la proyección y posibilidad de los denominados relevos, se sujeta a esa visión poco democrática pero efectiva en el devenir político dominicano, que les resulta una complicación innegable a los supuestos herederos del poder. Esto obliga a los que aspiran a desplazar esas maquinarias por razones generacionales, a mantener vínculos estrechos con el aparato amorfo de dichas estructuras. Cobijando sus menguadas posibilidades en el seno de esos liderazgos tradicionales, con arraigo y base social, real y definida, para lograr unos objetivos que muchas veces adolecen de carácter colectivo.
La desesperación o la interpretación errónea del fenómeno social por el que atraviesa el país político, por parte de esos prospectos que esperan ansiosos en la banca, a ser llamados como reemplazos para salvar el juego. Podría generar un malestar innecesario, que provoque la ira de los que hoy por hoy controlan, pese a las condiciones adversas que les presenta el panorama, el poder político. Y dominan de alguna manera las instituciones partidarias, las que actúan siempre apagadas a los intereses de esos hombres, sin los cuales en este momento, sería imposible articular un proyecto político convincente y realizable.
Ser líder no es tan simple como tener capacidad y juventud, participar en una marcha, ser activo en los medios de comunicación y permanecer distante en tiempos de crisis de sectores señalados como cómplices del desastre. Recordemos esa frase sin desperdicio de -Jaume Perich-. «La gente joven está convencida de que tiene la verdad. Desgraciadamente, cuando logran imponerla ya ni son jóvenes ni es verdad». La política como fenómeno social esencialmente dinámico nos enseña que aun teniendo toda la razón, si no tomamos en cuenta todos los escenarios posibles, podríamos pasarnos la vida entera actuando conforme a la verdad pero en dirección equivocada.
Construir un liderazgo necesariamente está unido a muchos factores. Sin dudas, el económico juega un papel estelar en el proceso de su creación y genera unos estímulos sociales favorables, en un país donde comer todavía es una necedad perenne. Por ello, lograr la confianza de sectores adinerados comprometidos con la causa, es otro ingrediente de gran relevancia y forja al mismo tiempo, lealtades y agradecimientos que perduran, consolidando la fortaleza del líder, con facilidad. Logrando colocar el proyecto con el paso del tiempo, otro elemento sine qua non para el fortalecimiento del proceso, en proyecto con posibilidades en los mercados electorales dotado de ciertos atractivos que viabilicen su concreción a largo plazo.