§ 26. ¿Qué devino Fouché después del guillotinamiento de Robespierre y sus seguidores, muertes en las que fue actor principal, pero oculto? Esos asesinatos solo aprovecharon a Tallien y Barras, los controladores momentáneos del Directorio. Si fue el articulador en la sombra de la ejecución de Robespierre, ¿por qué, se pregunta Zweig, no se integra Fouché en la Asamblea Nacional a la bancada de los moderados o conservadores que ahora dominan la escena?: «Pero, cosa extraña, Fouché no se sienta con los otros en los bancos de las derechas, sino en su antiguo sitio, en la ‘montana’, con los radicales. Y se envuelve en silencio. Por primera vez, es sorprendente, no va con la mayoría.» (P. 87). Y no va porque vio que todo ese poder de los que mataron a Robespierre y sus amigos se convertirá dentro de poco en migas y que la ley física de la cinética –flujo y reflujo de una onda– no se detendrá hasta que la Revolución devore a todos sus hijos y surja un poder que asiente todas esas pasiones. Como en efecto ocurrió y en ese interregno Fouché solamente luchó para salvar su vida, escudarse en otros para dar el zarpazo y librarse de todos sus adversarios y posibles acusadores. Se escudó en Graco Babeuf, líder de los iguales y sucesor de Marat, para ultimarle; se convirtió en soplón de Barras y sobrevivió a la miseria en ese oscuro período en que perdió su sueldo de diputado, crio cerdos para sobrevivir, porque perdió todos sus

Lázaro Carnot

ahorros como inversionista absentista en la colonia de Saint-Domingue cuando estalló la ira revolucionaria. Es de este período de soplón de Barras cuando le tomará gusto a la labor de maestro del espionaje al asumir el cargo de Ministro de Interior (Policía) del Directorio y luego del Consulado. Se dedicó con ahínco desde ese cargo, vitalicio para él, puesto que lo ostentará hasta la restauración de la monarquía con Luis XVIII hasta su despido en 1828, antes de morir en 1830 multimillonario y amparado en el título de duque de Otranto. Su estrategia fue recolectar y guardar en papel secreto y en la memoria todos los crímenes y delitos de los poderosos y de la gente común bajo la divisa infalible que seguía al pie de la letra: todos los hombres (y mujeres, en la nueva teoría inclusiva) son culpables de algún delito que mantienen en secreto. La labor de Fouché es descubrir ese secreto y para eso dispuso de un formidable ejército de fantasmas (espías y soplones) desparramados por toda la geografía de la Francia revolucionaria.

§ 27. La ley física de la cinética se cumplió a cabalidad y se llevó de encuentro a Tallien, a Barras y a todos los radicales amigos o enemigos de Robespierre, pero debido a la inteligencia, sagacidad y perspicacia de Fouché para mantenerse en el poder basado en la detentación de los secretos de los demás. Sobrevivió a todos, porque mantuvo la creencia casi axiomática que quienes inician una revolución nunca la terminan y que son devorados por las fuerzas incontrolables los mismos protagonistas que la desencadenaron. Una de las pocas revoluciones que han escapado a esta lógica expuesta por Zweig es la revolución china y la cubana de los hermanos Castro. Ni siquiera la revolución rusa de 1917 fue concluida por quienes la iniciaron. Exceptuando a Lenin, todos murieron a manos de Stalin.

§ 28. Fouché vio caer a los Tallien, Barras y aliados en el débil y tambaleante poder que construyeron con la muerte de Robespierre y sus amigos, pero no bien fueron desplazados por Napoleón como primer cónsul, Fouché, conocedor de la vida y los milagros del gran estratega miliar, convirtió a la mujer de este, Josefina, en su espía favorita por una paga secreta de mil luises de oro con los que, como toda una María Antonieta, complacía sus caprichos. De 1799 a 1802, Fouché fue ministro del Directorio y del Consulado, per 1n 1804 hasta 1811 pasará con el mismo cargo a servir al Emperador, con quien mantendrá una tensa relación, puesto que su cesárea majestad no oía a nadie. Y para dirigir los destinos de Francia, asediada de enemigos, es decir, todas las casas reales europeas en contra, porque vieron un peligro mortal en el asentamiento y consolidación de la Revolución con Napoleón y la exportación de la revolución a toda Europa. Para afianzar su poder, Fouché sobornó a casi todos los servidores del Emperador y como este no escuchaba ni oía vino en aliarse con el otro gran ministro, Talleyrand, de Relaciones Exteriores. Ambos se distribuyeron el poder: a este le correspondió el poder temporal: «Para Talleyrand, el Poder es solo un medio para el placer, algo que le proporciona la oportunidad más propicia y noble de apoderarse de todas las cosas sensuales de la tierra, como el lujo, las mujeres, al arte, la buena mesa; mientras que Fouché, en cambio, sigue siendo, como multimillonario, un ahorrador espartano y conventual.» (P. 149). Sobre estos dos hombres descansó la política secreta que mantuvo a la Francia revolucionaria a salvo de las garras de las casas reales europeas, incluso luego de la derrota en Waterloo. De otra manera no se explica como Francia sobrevivió y se mantuvo como Estado nacional y luego como imperio desde finales del siglo XIX hasta el período de descolonización de sus posesiones en África y su derrota en la península indochina (Dien Bien Fu) y su humillante derrota en Argelia por el Frente Nacional de Liberación.

Fouché

§ 29. Fouché sigue siendo para los contemporáneos un personaje sumamente importante e interesante que comparte extensas zonas de El príncipe, de Maquiavelo, así como numerosas aristas de los teóricos del poder, de la guerra, de las alianzas, pero, sobre todo, una cualidad innata en quien aspira a gobernar, sea a la sombra o no. Zweig señala esta cualidad en Fouché: «Es el único que ha demostrado no solamente que sabe obedecer, sino que sabe también mandar.175 (P.159). Pero atención, no es obedecer a ciegas: «Fouché no será jamás servidor de nada ni de nadie, y mucho menos lacayo. Jamás sacrificará íntegramente su independencia espiritual, su propia voluntad, a una causa ajena.» (Pp.139-40). Lo que se comprobó cuando asumió por primera vez para sí el poder de Francia, al vencer con un juego de palabras a Carnot y eliminarle de la presidencia del Consejo de los Cinco (p. 225).

§ 30. Con Fouché no hubo nunca juego a medias. Venció a todos. Sus últimas víctimas, Napoleón, Luis XVIII y Carnot. Zweig dice: «Los hombres próximos a Napoleón solo puede ser dos cosas: sus esclavos o sus rivales.» (P. 163). Fouché eligió ser rival de aquellos a los que sirvió desde su cargo. Y el legado de Fouché a Francia, en medio de aquella ola de muerte y destrucción entre revolucionarios, perdura hasta hoy: «Sin embargo, aunque Fouché se excedió, fue el único que hizo algo en medio del pavor de los demás ministros; en un momento del mayor peligro para la Patria hizo lo oportuno y lo justo. Por eso no puede Napoleón por más tiempo el honor que concedió ya a tantos. En el instante en que surge una nueva aristocracia en la tierra de Francia fertilizada con sangra; en el momento en que se conceden títulos de nobleza a los generales, ministros… y peones de albañil, no se puede olvidar a Fouché, el viejo enemigo de los aristócratas. También para él llega la hora de convertirse en aristócrata» y el Emperador le otorga el título de duque de Otranto (p. 161). Paradojas de la historia: los que abolieron la monarquía y enviaron a la guillotina a reyes y aristócratas, se convirtieron a su vez en lo mismo.

Joaquín Balaguer

§ 31. En nuestro país solo Balaguer logró, en un país pequeño, sobrevivir a la “revolución” que desplazó el viejo proyecto oligárquico de conservadores y liberales estructurado en el siglo XIX y que sucumbió el 23 de febrero de 1930 y encumbró para siempre a la pequeña burguesía compuesta de mulatos, negros y blancos al frente del mismo Estado patrimonialista y clientelista fundado en 1844. Trujillo y Balaguer y los gobiernos posteriores gobernaron con la pequeña burguesía y sus distintas fracciones, el campesinado y los trabajadores a través del uso del terror y la coacción. Y aunque hubo dos intentos oligárquicos por recuperar el poder con el Consejo de Estado y el Triunvirato. A partir de la Revolución de abril de 1965, Balaguer, tal un Fouché, recuperó el poder en 1966, lo perdió momentáneamente en 1978-86 para recuperarlo en 1986-96, y dejó un sucesor, el PLD, que ha gobernado durante 22 años, prácticamente sin oposición,  con los mismos métodos de Balaguer.

Dese su nombramiento como Abogado del Estado en 1930, Balaguer nunca cayó en desgracia con Trujillo y al igual que Fouché, fue encumbrado a la vicepresidencia y7 luego a la presidencia de la República por el dictador. La diferencia entre Fouché y Balaguer radica en que el francés se labró su poder político solo, a fuerza de lo que dijo Zweig: A Fouché «le basta siempre su intuición, que penetra con mirada de rayo las situaciones más enredadas. Psicólogo por nacimiento y por experiencia, penetra, como dice Napoleón, todos los pensamientos y afirma, sin titubear, a cada uno, en su deseo más recóndito.» (Pp. 139-40). (Fin).