La narrativa del progreso se agota, ya no convence. El joven líder que pudo representar la ruptura con el caudillismo tradicional es hoy quien mejor encarna el status quo. El descrédito producido por la administración patrimonialista de la cosa pública pone en evidencia la necesidad de una nueva razón de ser para  un modelo de liderazgo a todas luces caduco, desfasado.

Los representantes de estilo de política por superar asumen el discurso y les damos vigencia. Traquetean nuestros mitos fundacionales y les damos un cheque en blanco. Son las patadas desesperadas de un grupo de actores que, al ver cómo se les cierra su ciclo político, se resisten a morir. Un todo o nada por mantener cerrada a una sociedad que bajo sus narices cambia.

Condenable es lo sucedido en Haití. También lo es lo sucedido en nuestro país unos días antes. Ambos hechos deben ser investigados con todo rigor. Asombra, sin embargo, la inconsistencia en las condenas. Les duele la quema de nuestra bandera, pero la quema de la ajena no duele, no molesta. Las manifestaciones anti-dominicanas en Haití nos hieren el orgullo, pero nos parecen legítimas las amenazas de muerte y las más burdas expresiones del anti-haitianismo en nuestro país. Entonces sí, todo se vale.

Este mes de la patria celebraron nuestros símbolos. Olvidaron de nuevo que la patria no son los símbolos, sino la gente.

Juegan con la historia. Los nacionalismos desatan fuerzas pasionales que sirven para construir o para destruir. Buscan equivalencias inexistentes entre luchar contra un poder extranjero y la estigmatización de minorías. Mencionan al cuco y les hacemos el juego.

Alimentando prejuicios defienden sus rentas, mas el patriotismo se les cae a la hora de defender a los más grandes estafadores del sistema financiero dominicano frente a la Corte IDH. No les duele la patria si de defender el fraude de Bahía de las Águilas se trata. No les duele la soberanía al arrendar nuestras aduanas mediante contratos de rayos-X que llenan bolsillos. No les dolió a la hora de aprobar el contrato de la Barrick Gold. No les dolió para firmar contratos que les permitió traer mano de obra haitiana para ser explotada para luego incumplirlos por conveniencia económica. La patria no duele cuando toca pagar la nómina. Y es que el discurso nacionalista sólo les vale mientras les sirva para negociar rentas desde el Estado.

Entre tanto les compramos los chivos expiatorios para males que hemos tenido desde siempre. No nos damos cuenta de que más nos cuesta la repartición de tajadas del Estado por conveniencia política; el rentismo que ha servido para crear riquezas al precio de exclusión. Esa estructura política extractiva que se empeña de forma vehemente en la decapitación del poder ciudadano, pues es esto lo que permite la distribución desigual del poder y la concentración de ingresos.

Ahora (re)descubrimos que hay quienes, de lado y lado, se aprovechan de nuestros demonios; de relatos históricos distorsionados para crear conveniencias políticas. Esos relatos salvajes que entraban el diálogo e invitan a la confrontación. Apuestan, de lado y lado, al fracaso de la cooperación y del diálogo constructivo. Y es que la solución los deja sin discurso y les quita vigencia. La razón no es su dominio. Viven de manipular pasiones. Su único recurso es el miedo. Sin él, no son nada. No tienen soluciones ni respuestas.

Se apropian de un Duarte que no existió y condenan al Duarte que fue. Quieren vendernos una gesta independentista anti-haitiana. No nos hablan del Duarte que se alió con los liberales de Haití para derrocar un régimen de fuerza y construir sociedades libres de lado y lado de la isla. Tampoco nos hablan su visión incluyente de la dominicanidad. No mencionan el rol de Luperón, descendiente de haitianos, en el restablecimiento de una República vendida por la conveniencia del nacionalismo santanista.

Defienden un relato simplista, estático, excluyente y empobrecedor de lo dominicano. El reto es revisitar el pasado, desmitificar. Darnos cuenta de que la patria es mucho más que sus símbolos, que gritar consignas airadas contra supuestos traidores (como lo hizo en su momento Santana contra los liberales, incluyendo a Duarte). La patria es la gente, y defenderla es promover la cultura y la dinámica democráticas. Defender la patria es defender la dignidad de los suyos, lo que no se consigue con la vocería de los profesionales de la difamación formados en el trujillismo.

Cuando nos sentemos a decidir qué tipo de país queremos, recordemos lo ya dicho: la patria es la gente.