La sociedad dominicana acude nueva vez a un certamen electoral. No obstante, la celebración sistemática de elecciones durante los últimos decenios no ha contribuido a la construcción de una sociedad auténticamente democrática.
Si bien República Dominicana ha realizado la transición de una sociedad totalitaria a una comunidad con rasgos de sociedad abierta, su modelo de modernización se ha caracterizado por el autoritarismo politico y la exclusión social. La consecuencia ha sido la generación de un clase social minoritaria que concentra la riqueza material y el poder político de la sociedad, en contraposición a una clase social mayoritaria, que carece de los medios económicos y politicos para alcanzar su autonomía.
Como ha escrito la antropóloga social Tahira Vargas, la sociedad dominicana se caracteriza por unas relaciones de reciprocidad basadas en el favor. Estas relaciones provocan pactos implícitos de complicidad, sumisión y acriticidad.
Si no comprendemos este rasgo de la sociedad dominicana, no entenderemos la dinámica de sus procesos electorales, ni los obstáculos que impiden la conformación de una sociedad abierta y moderna.
Las decisiones electorales de un inmenso segmento de la comunidad carecen de unas condiciones mínimas de autonomía. Millones de personas son beneficiarias directas o indirectas del gobierno de turno, ya sea porque cobran un salario en la nómina pública o dependen de un familiar que lo recibe; ya sea porque son beneficiarias de un programa asistencialista, o porque aspiran a un empleo que se adquiere por designación politica y no por méritos o competencias.
De este modo, el dominicano común no es un auténtico ciudadano, no es un sujeto de derechos. “Debe el favor” de un empleo, de una asignación, de un bien material, de “tener un futuro”.
Como afirma la investigadora Vargas, en una sociedad semejante, esta situación provoca “el bloqueo a la crítica”, porque se intenta a evitar a toda costa la “ofensa” que significa el desacuerdo con aquellos que detentan el poder, con la consiguiente pérdida del favor politico.
En otras palabras, una democracia de favores no es una democracia auténtica, porque anula la actitud crítica y se sustenta en el paternalismo, en el caudillismo populista.
De ahí, la dificultad que tienen los ciudadanos críticos de una sociedad como la descrita para articular un proyecto alternativo de cambio social a través de un proceso electoral. En la medida en que la decisión electoral está comprometida de antemano en función de la red de complicidades que proviene del favor, ningún llamado a un proyecto alternativo puede calar, pues en la realidad, quienes “se benefician” de este tejido social no aspiran a ningún cambio.
Y en parte, no lo aspiran porque lo creen inviable. La tradición del pensamiento social dominicano ha insistido en este “pesimismo colectivo”, en la creencia arraigada de que como nación no hay salvación alguna, por lo que la única redención razonable que debemos buscar es la individual.
Si no comprendemos esto, e intentamos modificar esta estructura de relaciones junto al imaginario que le es implícito, seguiremos acudiendo a las elecciones nacionales “intentando cambiar para que todo siga igual”.