Andrew Sullivan es un reconocido intelectual norteamericano, que propugna por la legalización de las relaciones homosexuales.

En un artículo titulado “Aquí viene el novio: un caso conservador en favor del matrimonio gay” y que puede leerse en la dirección www.andrewsullivan.com/homosexuality.php,   Sullivan reconoce los efectos negativos para la salud que acarrea la práctica sexual con personas del mismo sexo. En su trabajo, propone que el Estado fomente la monogamia homosexual, a través del otorgamiento de beneficios económicos a las parejas de un mismo sexo, como antídoto para reducir los problemas sanitarios que le acarrea a esta población su alto nivel de promiscuidad.

Los trabajos de Sullivan son usados como punta de lanza por el movimiento GLBT para luchar por una serie de conquistas. Sin embargo, la posición de Sullivan tiene una serie de debilidades, capaces de convencer a los Estados de la imposibilidad de darle carácter legal a las relaciones íntimas entre personas de un mismo sexo.

En primer lugar, el problema de las prácticas homosexuales no es la monogamia. El inconveniente es el comportamiento sexual de esta población.

Los actos homosexuales no son saludables, no sólo los actos homosexuales con múltiples compañeros. Los doctores José Dúnker y Miguel Núñez, psiquiatra el primero e infectólogo el segundo, con excelente reputación en República Dominicana y fuera de ella, han sido reiterativos al establecer en sus ponencias que no es natural ni saludable insertar un pene en el recto, el órgano del cuerpo cuyo propósito es expulsar sustancias nocivas del cuerpo. El Dr. Núñez ha sido más explicativo al exponer que el recto es una especie de calle de una sola vía. Es un órgano diseñado para servir como cloaca del cuerpo.

La respuesta de los homosexuales a este argumento es “para mí, eso es natural porque yo lo deseo”. Sin embargo, los seres humanos tienen toda clase de deseos “naturales” de hacer cosas que son físicamente destructivas, como fumar, emborracharse, incurrir en actos de violencia, entre otras. Pero nadie en su sano juicio excusa el fumar, el emborracharse y el agredir físicamente a otra persona porque son actividades que vienen como resultado de deseos naturales.

El cuerpo humano no fue diseñado para recibir penetración sexual por el ano. Dicho acto viola el diseño natural y el deseo de involucrarse en una actividad de esta naturaleza no cambia la realidad de que es físicamente destructiva.

En segundo lugar, los homosexuales tienden a involucrarse en prácticas sexuales de mayor riesgo para su salud que las parejas heterosexuales. El periodista David Dunlap lo comprobó en 1996 en un reportaje de investigación publicado en el New York Times y que se titula “En la era del SIDA, el amor y la esperanza pueden llevar al riesgo”.

En tercer lugar, si el SIDA no ha disminuido los niveles de promiscuidad de los homosexuales, en menor medida lo hará la promoción por parte de los gobiernos de matrimonios de un solo sexo. En el año 2008, el Centro de Control de Enfermedades del Gobierno Federal de los Estados Unidos de América publicó que mientras la epidemia del SIDA disminuye en la población heterosexual, aumenta en la población homosexual.

Por último, aún si la monogamia puede reducir los problemas de salud, la monogamia es la excepción en lugar de la regla en la población homosexual. La encuesta “Sexo en los Estados Unidos”, publicada por la Universidad de Chicago, comprobó que el índice de monogamia de los heterosexuales es de 83 por ciento, mientras que la de los homosexuales es apenas de un dos por ciento. Es decir, que mientras un heterosexual promedia cuatro compañeros sexuales durante su vida, el homosexual puede alcanzar cincuenta o más compañeros sexuales.

Un grupo de investigadores del Boletín de Psicología Familiar comprobó que el nivel de infidelidad de las parejas homosexuales es de un 62 por ciento, concluyendo el estudio con la siguiente declaración: “La práctica de la promiscuidad sexual entre miembros de parejas homosexuales es una variable que diferencia a las parejas homosexuales de las heterosexuales”.

Por más vueltas que la comunidad GLBT le quiera dar al tema, no tiene forma de comprobar que sus prácticas sexuales benefician la salud de sus miembros. Lo peor que pretende es imponerle su conducta a la mayoría de la población, luchando para que el Estado normalice a través de leyes un estilo de vida nocivo para ellos y para la sociedad. La bandera de lucha está plantada y veremos si el movimiento GLBT es capaz de derribar la sólida estructura familiar dominicana, protegida por el Artículo 55 de nuestra Constitución.