Cada vez parece más difícil encontrar en las festividades navideñas el espíritu que las originó, su significado determinado esencialmente por el nacimiento de Jesús de Galilea, el enviado de Dios o el mesías, o el líder más exitoso de la historia, que llegó al mundo para proscribir el ojo por ojo y diente por diente y predicar el amor y la solidaridad entre los seres humanos, como fundamento de la paz.
Tal vez se deba a que la enorme concentración de la riqueza está rompiendo todos los parámetros de la convivencia y determinando que la existencia social sea hoy una lucha cuesta arriba por la supervivencia, en medio de profundos resentimientos que cada vez con más frecuencia estallan en el mundo. La explosión social en Chile, por ejemplo, hizo añicos en algunas semanas un progreso y orden social edificado en décadas, basado en la exclusión y la concentración, con abismos cada vez más profundos.
O a lo mejor esté determinado por la violencia institucional y el fracaso de las instancias internacionales de paz que han creado un estado de desazón tan grande que nos vamos acostumbrando a las matanzas. Ahí está, como ejemplo, la que se realiza sistemáticamente contra los palestinos, justo en las tierras donde Jesús dejó sembrado su evangelio de conciliación entre los pueblos y seres humanos.
Más probablemente porque muchos pueblos, líderes y hasta pastores han prostituido el evangelio adoptando modelos de vida y existencia que depredan la condición humana, practican un genocidio ecológico y siembran un consumismo hedonista que no respeta lo más elemental de la supervivencia del planeta que heredamos.
Por encima de todo eso, de las fiestas cada vez más paganizadas, los que creemos en las esencias del cristianismo tenemos que salir a reivindicar el espíritu y significado de la Navidad, deteniéndonos a mirar a nuestro alrededor, no para dar limosnas ni falsos abrazos de paz, sino para solidarizarnos con los que siguen sufriendo hambre y sed de justicia.
No tiene sentido que nos llamemos cristianos si sólo vamos a los templos a darnos golpes de pecho y abrir los brazos, ignorando la advertencia de Jesús, registrada por San Mateo 7,21.24-27, de que no basta gritar ¡señor señor! para entrar al reino de los cielos, sino el que hacer la voluntad del padre. “Que todo el que oye mis palabras y no hace caso a lo que digo, es como un tonto que construyó su casa sobre la arena. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos, y la casa se derrumbó. ¡Fue un completo desastre!”.
Pero los peores de todos son esos abundantes pastores que predican un evangelio de resignación ante la pobreza, la exclusión y la opresión. Los que piden a sus fieles que cierren los ojos y se arrodillen a esperar el reino de los cielos, en vez de luchar por el amor y la solidaridad aquí en la tierra que predicó Jesús. Fue a esos a quienes se refirió Carlos Marx cuando teorizó sobre la religión como opio del pueblo.
Reivindicar la Navidad no es una teoría incierta ni ilusionista, sino recuperar la solidaridad, lo que nos obliga a rechazar con fuerzas todo género de opresión, de engaño, de manipulación política, social y hasta religiosa, a militar entre los que luchan por el reinado de la fraternidad humana aquí y ahora, para que se vaya materializando aunque sea de a poquito.
Es también un sistemático viaje introspectivo a la profundidad de la condición humana para espantar los demonios del egoísmo, de la justificación de la corrupción cuando se trata de intereses personales. Es una firme mirada llena de respeto a los que nos rodean, una invitación a compartir lágrimas, alegrías, el pan y los plátanos de cada día.
Debemos defender las fiestas navideñas, pero acompañadas de profunda y auténtica religiosidad, que es expandir el yo individual para descubrir el nosotros, pasajeros de una nave colectiva donde predomine el grito de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo, como a nosotros mismos. Sin tregua, sin hipocresía, con pasión desterrando el sectarismo y el fundamentalismo, adscribiéndonos al augurio de paz para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.-