"-Mami, a mí me gusta el reguetón. La música es contagiosa, a uno le dan ganas de bailar. Aunque lo que tu dices es cierto, con esas letras de verdad que se pasaron. Pero yo creo que más allá de las letras que están bieeen fuertes, lo peor es que esos niños quieren imitar a los reguetoneros en todo, en como visten, caminan y hablan".
Diana, con sus sensatos 16 años, abrió otra dimensión del asunto y me recordó la teoría mimética.
Se imita por admiración o por paradigma. Se imitan la forma de ser y actuar de otros. Se imita consciente o inconscientemente, por idelización de un modelo. Se imitan gestos, modos de decir, vestuarios, accesorios, tatuajes, caminar, palabras, giros fonéticos,etc. Se imita con mas facilidad los patrones de conducta ajenos, una clase social superior, se imita lo novedoso que desarticula patrones anteriores; más aún en adolescentes y jóvenes por la falta de madurez psicológica, de conocimientos y experiencias sólidas. Ellos casi no tienen poder de discernimiento y por tanto son más vulnerables para el mimetismo. Son más propensos a imitar sin racionalidad ni sentido critico de sus actos. Y serán hábitos incorporados.
Los individuos de bajo nivel educación y cultura que en nuestro país, lamentablemente, son mayoría, tienden a ser más proclives a reproducir, miméticamente, los patrones de comportamiento de los líderes sociales y esas masas acríticas actúan por la copia de patrones de comportamiento que imponen líderes: artistas, deportistas y políticos mediante los medios de difusión, el Internet, las redes sociales, la publicidad, y actividades y eventos de difusión artística. Y lo peor es que esas normas de comportamiento social, nuestros niños las incorporan como buenas, válidas y como hábitos.
El Dr. Moreno Fernández dice: "(…)sin negar la influencia constante de modelos culturales y sociales, y de los individuos que nos rodean, a la hora de desear, también es posible que nuestro deseo de algo permanezca porque encontremos en el objeto de deseo (persona, cosa, ideal) elementos objetivos y convincentes que lo hagan deseable". http://www.gazeta-antropologia.es/?p=4455
El daño social de muchos reguetones trasciende los límites, incluso, de sus letras y convierte a esos reguetoneros en su protagonista. Reguetoneros que muchas veces son jóvenes procedentes de barrios de clase baja con bajos niveles de educación y donde prolifera la familia disfuncional (hijos criados por abuelos u otros parientes, madres solteras, familias monoparentales, fraccionadas y disfuncionales, con toda la inestabilidad emocional y conductual que implica.
Consecuencias?: Exacerbación del sexo, la violencia de género e intrafamiliar, vicios, la deformación del lenguaje y otros comportamientos antisociales son parte de su experiencia existencial y que llevan a letras y actuación frente a un publico con experiencias e intereses similares. En el Censo 2010 el 47% de la población dominicana era clase baja. Es una relación biunívoca: ellos vienen de un contexto sociocultural que sirve de caldo de cultivo a sus canciones y representaciones escénicas, utilizan esa experiencia vital para lograr fama y dinero, impactando en la psiquis de unos adolescentes y jóvenes que están en proceso de construcción identitaria que carecen de poder de discernimiento, y para quienes la música es vital, como lo es esa necesidad de reconocimiento, de estar a "la moda", de tener aceptación de sus amigos; para quienes lo novedoso, lo distinto a los patrones impuestos en casa o en la escuela, la rebeldía, la inmediatez, la imagen externa, lo sexual y la afirmación del "yo", son centro de sus motivaciones; les aseguran a los reguetones, reguetoneros y sus show snob-sex, un público mayoritario.
La falta de estudios académicos en música no limita la calidad de un músico popular, pero hay reguetoneros que su empirismo musical es demasiado evidente, sin contar con la falta de orientación en imagen escénica que reflejan en escenario o frente a cámaras, en sus casi pornográficos vídeos clips, reveladores de su procedencia social, su bajo nivel educacional y musical que les conducen a la utilización del SNOB SHOW para "impactar". Podrán, tristemente, impactar en ese tipo de población acrítica, en un corto período de tiempo, pero no trascenderán. Debieran encauzar su talento en estudios musicales para dejar atrás esta etapa de efervescente facilismo que al final le traerá lo contrario a lo que buscaron: el anonimato y la bancarrota.
Al final ellos no son más que representación simbólica de los desórdenes sociales que padecemos, de la falta de oportunidades que como sociedad brindamos a niños y jóvenes de clase baja, de la falta de regulaciones que como Estado debemos instrumentar en los medios de difusión -debieran ser canales de educación popular y no lo contrario-. Esos jóvenes reguetoneros denotan lo permisivos que somos como familia y como sociedad
Los máximos responsables del daño social que hacen estos reguetones y reguetoneros somos nosotros, los encargados de regular la difusión musical en el país. No hay censura a la creación artística, ni por tema, género ni de estilo, pero todo Estado tiene el soberano derecho a proteger el universo, la integridad y salud mental de sus niños y jóvenes, regulando los contenidos de la difusión audiovisual. En nuestra niñez y juventud está depositado el futuro de esta sociedad.