Somos una sociedad que funciona desde la región límbica paleo-cortical cerebral. Funcionamos controlados por nuestras emociones básicas como animales de la era paleontológica.  Hablamos muy bonito e invocamos a Dios (¡que Dios te bendiga!) pero en la vida cotidiana a quien admiramos es al Diablo (“Ramoncito es un diablazo a caballo”). Cuando andamos realengos manejando por esas calles dominicanas perdemos la capacidad de reconocernos. ¡Sálvese quien pueda! Actuamos como seres ancestrales dominados por la corteza límbica, tal como actúan los animales sometidos al pánico de la selva. Es lo que en psicopatología se le denomina el fight/flight syndrome (el síndrome de atacar o de huir). En ese estado se pierde la conciencia colectiva, sucumbiendo al terror de sobrevivir. La vida se convierte en un estado de supervivencia bajo el perenne shock de tener que subsistir a como dé lugar.

Estamos controlados por el componente emotivo, no por el componente cognoscitivo, como si no hubiéramos evolucionado desde hace 500,000 años.

No hemos desarrollado las circunvoluciones neocorticales cerebrales y, si a eso le añadimos que empleamos menos del 10% de nuestra capacidad cerebral, entonces no debemos sorprendernos de nuestra conducta de supervivencia. El miedo nos hace perder el concepto de comunidad. Buscándonosla como toros en la sabana es nuestra consigna ante el desempleo, la falta de oportunidades, la desigualdad social, la distribución injusta de nuestras riquezas. Sin embargo, la realidad holográfica en que vivimos sumergidos de la noche a la mañana la creamos nosotros mismos con nuestros propios pensamientos.

Alguien dijo que “si los animales pudieran reír estarían condenados a morir de risa observando a los seres humanos”. Si es a los dominicanos, entonces “pensarían” que somos ellos mismos.

Observemos nuestra historia desde antes de la Primera República entre apagón va y apagón viene, sin ninguna experiencia de un prendión permanente. ¡Se nos fue la luz hace tiempo! Se nos fue la luz en todos los sentidos, porque siempre hemos funcionado desde nuestra región límbica cerebral. Siempre hemos creado nuestra propia “irrealidad”. Nuestros políticos han sido producto directo de esa irrealidad. Nos usan como conejillos de indias cada cuatro años, cuando nos “venden impunemente” a sus candidatos, haciéndonos víctimas propiciatorias de sus manipulaciones mientras ellos se hacen millonarios y nosotros continuamos con las mismas precariedades de siempre. El partido que mejor ¨vende¨ su campaña politica es el que gana. No se trata de calidad electoral sino de burdo mercadeo, que en realidad es un tipo de fraude. Se les paga a agencias internacionales especializadas en inclinar la balanza a través de encuestas que incrustan en el subconsciente colectivo a su candidato. Cuando se llega a las urnas ya la suerte está echada. En algunos casos, sobre todo aquí en los EEUU, donde a la tradición democrática hace tiempo que  le dieron un jaque mate, encontramos la sorpresa de que las votaciones electrónicas, en lugar de agilizar el proceso, lo que han hecho es convertirse en otra forma de fraude potencial.

Otto Rank (autor del libro Der Kunstler, “El Artista”) y uno de los discípulos originales de Sigmund Freud, escribió en una ocasión: “Somos los creadores, los actores y los productores de nuestra obra maestra: nuestra propia vida”.

Y ésto se puede aplicar, tanto a un individuo como a todo un pueblo. ¿La llegaremos a cambiar algún día?