“Ningún país ha prosperado siguiendo
las recetas de las Naciones Unidas”
Sebastián Edwards (UCLA)
Dicen los sabios que si las apariencias coincidieran con la esencia de las cosas la ciencia no seria necesaria, y es muy popular la sentencia de un presidente cubano acerca de la importancia de lo que no se ve en la política. Esos decires nos invitan a intentar descubrir los significados de las ocurrencias recientes en la actualidad política dominicana.
A estas alturas es muy poco lo que queda a la imaginación. La evidencia es bastante vigorosa y, de entrada, podríamos sostener que no nos equivocamos cuando hemos venido defendiendo la idea de que el debate a futuro tendrá ¡¡por fin!! un definido carácter ideológico que viene avalado por cada uno de los nombramientos, las declaraciones y hasta de los invitados al inicio del nuevo gobierno.
La falta de calidad de la política también queda evidenciada ante la sorpresa de todos y todas por funcionarias que durante ocho años no dijeron esta boca es mía ni escribieron una sola página, y aparecen a última hora tratando de mostrar sus habilidades literarias y su verbo encendido. Si bien el dicho popular afirma que más vale tarde que nunca, el sentido común y la decencia obligan a creer que a veces es mejor quedarse callada e irse para la casa en silencio.
La tarea de las próximas semanas será profundizar en el carácter del nuevo gobierno y en la motivación de sus políticas. Todo parece indicar que habrá de por medio muchos y buenos negocios, producto de la definitiva transformación de los derechos en servicios eficientes y caros proporcionados por empresas privadas.
Lo superficial del debate es igualmente innegable, como vemos, por ejemplo, en las opiniones y compromisos respecto al “barrilito” y al “cofrecito”. Los testimonios de pureza quedan en los titulares para siempre… y los “barrilitos” y “cofrecitos” también. Esto, en mi opinión, demuestra que nadie se cansa de insistir en los gestos testimoniales cuando está más que demostrado que no tienen ninguna consecuencia (aparte de que pudieron atraer algunos votos), pues el “renunciaré a los privilegios” cae en el campo de la moral, pero eliminar los privilegios es el resultado de la acción política. Renunciar a un privilegio es sin duda bueno, pero se necesita de poder para que todos o una mayoría de los involucrados condenen y eliminen los privilegios que están en cuestión mediante iniciativas legales que establezcan su ilegalidad y su sanción. No basta con que algunos aleguen que esos privilegios son “malos”. Así mismo debe cuestionarse la selectividad de los privilegios en cuestión, pues si de exoneraciones se trata, los legisladores no tienen la exclusividad: ese beneficio catalogado como inmoral también está establecido para jueces y dignatarios eclesiásticos.
Con matices, esta especie de confusión -que no siempre es tal- atraviesa a otras cuestiones que están en las primeras planas, especialmente donde ha sido anunciado algún nuevo incumbente convencido de que el Estado debe ser como un convento y que él es el encargado de mantener la sana doctrina. Desde mucho antes de la Inquisición, por ejemplo, la humanidad conoce de las consecuencias de estos anunciadores del bien y del mal. Algunas declaraciones no hacen más que demostrar la certeza del dicho de que el amateurismo político se expresa en creer que lo que ocurre es primera vez que ocurre y que su originalidad es tanta que va a devolverle el pedazo a la manzana que equivocadamente mordió Adán. Pandemia mediante, este tipo de conductas pueden ser riesgosas frente a las urgencias y también paralizantes de acciones que es necesario tomar en forma rápida.
Con el gabinete prácticamente nombrado, vemos una verdadera constelación del antiguo “Consejo de Hombres de Empresa” y una notoria ausencia de mujeres. Tarea para el movimiento feminista.
En otro orden de anuncios vale también “ponerse adelante” pues de no hacerlo parecería que caímos en el gancho. No es posible todavía opinar sobre la decisión de eliminar algunas instituciones públicas basados solo en el argumento de que en algunas de ellas se “han generado innumerables casos de corrupción”. Si ése se considera un buen motivo, habrá que cuidarse de la historia del sofá de don Otto y aumentar el número de organismos eliminados. De seguir por ese camino no sería ocioso advertirles a los neoliberales que no lleguen a eliminar el Estado, pues aunque la idea los cautive no sería bien vista.
Las reformas al Estado deben tener una base conceptual más o menos explícita y eso no está claro. Lo que sí comienza a perfilarse con claridad a partir de una rápida revisión de la prensa es el soporte ideológico que las impulsa. Con todo lo necesaria que puede parecer la eliminación de instituciones sería bueno conocer las razones que la justifican, pues así se podrá saber hasta dónde llegarán. Los latinoamericanos sabemos lo que significan las necesidades de las llamadas “reformas estructurales”, o los anuncios de que al Estado hay que quitarle “la grasa”, o que el Estado es un mal administrador.
La principal entre las reformas estructurales será la reforma al código laboral. Pueden ustedes pasarme la cuenta en unas semanas, pero me atrevo a asegurar que para imponerla se argumentará que hay que buscar consensos por los intereses que estarán en negociación potencial, lo que es absolutamente falso: en ese tema sólo los empresarios tienen intereses, los trabajadores tienen derechos y los derechos son progresivos e irrenunciables. Seguro que en algunos hospitales públicos hay corrupción, pero a nadie se le ocurriría plantear la alternativa de cerrarlos y menos que menos en medio de la pandemia. Sin embargo, con empresarios a cargo de la salud no es aventurado temer que se intente el traspaso al sector privado de hospitales y que se haga una inmensa transferencia de fondos públicos a instituciones de salud privadas. Frente a esos actores, de nada servirá la evidencia de que los países que mejor han enfrentado la pandemia son aquellos que tienen sistemas de salud pública que aseguran la salud como derecho. Con respecto a la educación, lo que vemos venir es el otorgamiento de potentes subsidios a la educación privada pretextando que los profesores de las escuelas públicas “no quieren trabajar” por la pandemia.
Otro aspecto que será irrebatible en las próximas semanas es la cercanía con Trump, aunque se diga que es con Estados Unidos. La asistencia del señor de la llamada telefónica a los actos de transmisión de mando -que provoca grandes satisfacciones en el nacionalismo blanco- completa los ya antiguos amores con Ruddy Giuliani. ¿Se habilitarán espacios para que Pompeo, hombre del Tea Party, se reúna con algunos de los legisladores del PRM con quienes comulga en cuanto a que la homosexualidad es una perversión y en su oposición al matrimonio igualitario? ¿podrá tener provechosos intercambios con la izquierda dominicana en el gobierno acerca de Venezuela e Irán? o ¿podrá su postura acerca del “waterboarding” cautivar a los defensores de los derechos humanos y del fin de la impunidad? De lo que no quedan dudas es que lograr acuerdos con Pompeo no será difícil, vistos los resultados que tuvo aquí la USAID, nunca alcanzados en Ecuador o Bolivia.
Y para completar el panorama, una última pregunta a la magnífica Comisión de Ética Gubernamental: ¿cuándo piensa pronunciarse acerca de los conflictos de interés de altos ejecutivos de grupos económicos en puestos gubernamentales?