La cultura, idiosincrasia y costumbre, definen el factor “diferenciador” que identifica una población. Es el motor que mueve una sociedad, un Estado o nación. Al nuestro me gusta llamarle dominicanidad.
Pero la vida no es tan simple como era. Según la Organización de las Naciones Unidas la población mundial contaba 2,9 billones de habitantes en 1960; 3,6 billones en 1970; y hoy, octubre 2021, 7.8 billones, y contando. La dinámica poblacional y el consecuente crecimiento acelerado de la población, aunado a la globalización y la revolución digital han transformado al mundo en una nueva aldea, o bien una Pangea, usando el término acuñado a principios del siglo pasado por Alfred Wegener.
En el mismo período, la República Dominicana pasó de 3.2 millones de habitantes en 1960, sólo 30% de éstos viviendo en ciudades, a casi 11 millones en 2021, más del 80 % viviendo en zonas urbanas. La cultura del país es por tanto básicamente urbana, de personas altamente conectadas física y virtualmente, lo que se ha ampliado debido a la irrupción de la telefonía celular y el internet; y a la conexión especial que la migración a Estados Unidos nos ha generado con ese país.
El conocimiento que permite la digitalidad y el conjunto de sistemas informáticos independientes aunados entre sí, facilitaron el adentramiento a un mundo postmoderno. Los datos masivos (big data) y el diluvio de información que se crea constantemente en estos tiempos, abrió un portal en las generaciones “Millennials” y “Z”, nuevas cohortes demográficas con visión de vanguardia, que han transformado el esquema mental de las distintas generaciones, incluyendo aquellas que vivieron su niñez y adolescencia sin siquiera tener al alcance un teléfono alámbrico, mucho menos un celular o un computador.
De ese modo, no sólo las generaciones Millennials y Z se negaron a aceptar la cultura del “ceder y callar”, sino que los de la tercera edad, que han cargado por décadas el peso de esperanzas truncas, con larga espera de oportunidades a una vida mejor, se les “cansó la piel”. Sintieron la fatiga que revoluciona y mueve al cambio, y ambos grupos etarios adoptaron y compartieron un nuevo entender y saber.
El acceso a la diversidad y distintas generaciones aunadas, entrelazadas y enardecidas, abrieron un nuevo espectro ante la población dominicana. Una población que transporta en sus genes la valentía y el ideario de los Trinitarios, y otros insignes dominicanos y dominicanas, que ofrendaron sus vidas por una Patria libre, independiente y soberana.
El concepto de ciudadanía fortalecido prendió la llama y he ahí la respuesta a las protestas generalizadas y Marcha Verde de 2019 y 2020. Nuestro país cambió. Parecería que hubo un despertar cuando el propietario del barco se percató de que no tenía el timón bajo su mando. ¿Quién se ha llevado mi Queso? Reclamó la población, parafraseando al espantado Spencer Johnson, autor del libro en cuestión.
¡Se llama el “hartazgo” que rompe el saco! Y por eso la Constitución se debe modificar, para que sea una verdadera Carta Magna, que proteja los activos de la nación, que priorice la gente que produce para el bienestar general, y para que la ciudadanía se sienta soberana. Reitero, la Constitución se debe modificar, porque las reformas anteriores demostraron que no reflejan el espíritu de un ordenamiento jurídico que protege la ciudadanía de intereses personales, o de grupos que la interpretan y modifican a su antojo y manera.
Se alega que la Procuraduría General de la República y otros organismos de la jurisprudencia nacional ya son independientes. Sin embargo, la evidencia ha demostrado que las cabezas de las instituciones supra mencionadas se movían al son que se tocaba desde el Palacio Nacional. La rectificación no daña cuando se obra por una causa noble nacional. Cierto, hay que blindar la Constitución, pero cuando la misma tenga en su escritura la fortaleza que impida interpretaciones peregrinas.
El interés primordial que debe primar es el que haga sentir a la población que tiene el timón del barco bajo su control. Y que todo aquel o aquella que sea electo para presidir la nación, el Congreso, o la judicatura, sepa que no es propietario de nada, que es solamente un empleado administrador, y debe cumplir y hacer cumplir la Constitución que el soberano estableció. Y el soberano, que es el pueblo, ya habló. Ahora con una nueva y renovada voz, la voz de las nuevas generaciones, liberadas de la carga politizada y negativa de los pasados errores, menos dispuestas a las transacciones entre bastidores, y más interesadas en la transparencia y sostenibilidad futura de nuestra nación.
¡La Reforma de la Constitución es una necesidad… PER SE!