El Congreso Nacional acaba de dar un histórico salto hacia adelante, hacia el progreso, hacia la modernidad y hacia el mejoramiento de la institucionalidad policial, al convertir en ley el proyecto de reforma a la Ley Orgánica de la Policía Nacional. Se trata de una ley, en que dada su complejidad y sus múltiples aristas, es imposible lograr el consenso absoluto entre todos los sectores y opiniones que se sienten concernidos por el tema.

Pero independientemente de los pros y los contras que pudiera tener, su importancia radica en que representa un punto de partida ante que un punto de llegada, hacia el mejoramiento de nuestra Policía Nacional. A partir de esta ley que estamos en proceso de darnos, podemos arrancar hacia su perfeccionamiento, hacia su enriquecimiento, considerando que es factible de ser mejorada y adaptada a las necesidades de nuestro cuerpo policial y de las demandas de la sociedad.

Esta reforma, sin ser un gran entendido en la materia, la veo como un avance en el camino de la policía que queremos hacia la policía que queremos. Y entre la que tenemos y la que deseamos hay un gran trecho, hay un gran vacío y una distancia que podemos empezar a cubrir con la implementación de dicha reforma.

La misma palabra reforma plantea de por sí  la transformación de una realidad que se desea cambiar por otra mejor que cumpla determinadas exigencias. Se reforma lo que se hizo anticuado, ineficaz, rezagado, molestoso, retrancador. Y todo eso estaba ocurriendo dentro de la institución policial. Teníamos y todavía tenemos una Policía que fue conformada para responder a la exigencia de un Estado parapolicial y represivo heredado de la tiranía trujillista.

Es decir, nuestra policía no fue creada originalmente basada en el ideal de la protección al ciudadano, sino para sospechar de él, para vigilarlo y someterlo, y así se ha comportado, arrastrando todos los males de este pecado original. Por eso, la ciudadanía siempre ha visto a los agentes del orden con cierta aprehensión y perspicacia, y razones nunca le han faltado. El ciudadano de la calle descree de ella, la ve con reservas y a veces la observa como una mariposa negra mal auguriosa, producto del pasado que la condena, de la imagen negativa que ya no aguanta más deterioro.

En ese sentido, toda iniciativa  que niegue a la Policía que tenemos y afirme a la que soñamos tener, debe ser bienvenida y aceptada como un logro de la institucionalidad que estamos construyendo. Ya no queremos una policía identificada  con la fuerza bruta de la represión. Necesitamos que la institución policial nos inspire confianza y seguridad en vez de temor.

Y si esta nueva Reforma Policial contribuye a trocar esa animosidad y prejuicios que sentimos hacia sus agentes, en sentimientos positivos, debe ser saludada por todos; estimamos que esta ha sido la intención de nuestro legisladores y del Gobierno de Danilo Medina, el cual ha creado las condiciones para que nos demos una Policía digna de los ciudadanos y de sí misma.

Siempre he considerado, que al igual que otras cosas, tenemos la Policía que ha parido nuestra sociedad, la que se parece a ella, que es hija de nuestra organización social, como nosotros somos hijos de nuestros padres, pues sus componentes no son suizos ni marcianos. La corrupción que criticamos de la Policía es la misma que se reproduce en todos los estamentos sociales. De ahí que ya estemos curados de espanto con la proliferación de policías delincuentes que deshonran sus uniformes,

El rechazo que prevalece en la opinión pública hacia las conductas violentas, atropellantes y algunas veces cómplices del delito, es producto de que los agentes policiales en su accionar presumen primero la culpabilidad ante que la inocencia, y a ello contribuye la poca profesionalidad de la mayoría de los elementos del orden. Por eso, si esa sociedad ha decidido sacudirse de la antigua policía que existe para dotarse de un nuevo cuerpo del orden a través de la Reforma Policial que ya es ley, y que responde a la voluntad política del ciudadano presidente de la Republica, Danilo Medina, ¡alabado sea Dios!

El sentido que justifica la existencia de la Policía Nacional es  garantizar la ley y el orden, contribuir al mantenimiento de la paz, a la resolución de problemas que afectan a los ciudadanos y proteger la seguridad general de la colectividad dominicana. Visto esto y confrontado con la realidad, es fácil llegar a la conclusión de que no se está cumpliendo con esta misión, por lo cual la reforma de la Policía llega en buen momento para colocarla en el carril que conduce hacia el cumplimiento de sus objetivos institucionales.

Para ir dejando atrás la Policía que tenemos y marchar ya hacia la Policía que aspiramos tener, es vital que se apruebe y promulgue la Reforma Policial, la cual debe estar llamada a dotarla de nuevas técnicas y metodología de investigación; concebirla no como un ente distante de la población que se guarece en el militarismo, sino en una institución que se esfuerza en  mejorar el acercamiento hacia la población.

Uno de los cambios que saludamos, que tiene una gran importancia, aunque no lo aparente, es la modificación  el nombre del cargo del jefe de la Policía, que a partir de ahora  se le conocerá como director general, pues eso de jefe nos recuerda a la dictadura y evita que psicológicamente nos rompamos con ese nefasto pasado.  Eso de ‘jefe’ connota mando y obediencia forzada, cuando la obediencia debe ser a la Ley, no a un hombre.

Sinceramente creemos en el buen espíritu de justicia y modernidad de que está imbuida esta ley de reforma policial recién aprobada, consideramos que la misma se ajusta a los fines de conformar nuevos policías estrictamente ajustados al principio democrático de seguridad y protección ciudadana, como es el compromiso asumido por el Presidente de la República, Danilo Medina.