Pocas veces en los últimos 50 años puede haberse logrado de forma explícita o implícita tanto consenso sobre la pertinencia de un tema de interés nacional como la reforma fiscal, lo cual puede entenderse si comparamos la dirección del Estado con la conducción de una embarcación repleta de pasajeros que surca los mares en momentos de grandes tempestades.

Pasajeros que advierten un peligro de causas esencialmente internas que, si bien se proyectaba y que pudo haberse resuelto antes, ya ha llegado el momento en el que no hay holgura y que tanto el equipo que dirige como todos los demás han hecho plena consciencia de la cuasi inminente debacle.

Es por lo tanto de gran valor estratégico que el mayor número posible de ciudadanas y ciudadanos pueda comprender a qué se refiere al hablar de reforma fiscal.

No es un tema atribuible a la pandemia, aunque la realidad es que la misma ha reducido cualquier posibilidad de rejuego: ahora o nunca, sin exageración.

La simple aritmética de lo que sigue permite entenderlo con facilidad. El Estado dominicano es de los que menos recursos financieros gestionan en proporción a las actividades económicas, llegando a ser el penúltimo en la región. Por lo cual ha estado operando con déficit, recurriendo constantemente a préstamos a tal punto que el pago de intereses y amortizaciones compromete ya una alta proporción del presupuesto nacional; aun así, obligado a recurrir a más préstamos hasta llegar al borde del precipicio.

Lo paradójicamente interesante de ese sombrío panorama que se describe es que al mismo tiempo ofrece una gran oportunidad de establecer otros fundamentos para el desarrollo nacional relegados por años, hoy ya ineludibles. Además de que es realmente posible revertir la situación. Y más importante aún, ya se está en la dirección correcta: se ha proclamado el presente año 2021 para el diseño y aprobación de la reforma fiscal -entendemos que, junto a trascendentales cambios en el Código Tributario-, y a partir del año 2022 el inicio de lo que ha de ser su firme e indetenible implementación.

Es un gran desafío. Es un momento muy difícil que impondrá cambios profundos. Por lo que nadie debe estar al margen de ese compromiso independientemente de sus posiciones o razones con la que se explican las causas o culpabilidades.

En una etapa de real fortalecimiento de la democracia dominicana como la que vivimos se impone la mayor participación y transparencia; no solo en cuanto al proceso a seguir, sino además en compartir informaciones y estudios digeribles para todo público, utilizando los más variados y efectivos medios.