“Sólo hay dos medios de pagar las deudas: por el trabajo y por el ahorro”-Thomas Carlyle.
El crecimiento económico dominicano mantiene en el asombro a la mayoría de los círculos gobernantes de naciones vecinas, a las instituciones internacionales que prestan dinero al gobierno y a las empresas y ciudadanos comunes que ven hipotecados sus ingresos por la banca nacional. La gente sin empleo o que sobrevive en el subempleo o de las abigarradas y crecientes actividades informales, no sabe explicarse cómo es que una economía puede crecer en forma sostenida desde el 1970, con algunos altibajos a tomar en cuenta ocasionados por malas políticas, sin que ello impacte de manera sustantiva sus condiciones de vida.
Una posible explicación es que el gran capital, que se hace una fracción cada vez más pequeña de todo el capital en funciones, se ha tornado más glotón, más concentrador del ingreso que se produce. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Fuerza de Trabajo 2016 el 20% de los más ricos, que están en el quintil 5, percibe el 50% de la riqueza del país, en tanto que el 20% más pobre, del quintil 1, sólo recibe el 6%. No hay ninguna razón para creer que estos datos han cambiado en los últimos tres años.
Otra posible razón que parece actuar en paralelo junto a la primera, es que la propensión al endeudamiento de las familias es significativamente mayor que en otras épocas, lo cual, junto a una cultura consumista y de aversión al ahorro ampliamente enraizada en la conciencia colectiva, mantiene una porción significativa de los ingresos del trabajo en las arcas de los bancos.
En efecto, si en 2016 los préstamos para consumo componían cerca del 27% de los préstamos por destino al sector privado consolidado (239 mil 326.3 millones), en 2019, de acuerdo con cifras preliminares, alcanzaba cerca del 28% (337 mil 814.5 millones), para un incremento absoluto en apenas cinco años de 98 mil 488.2 millones. Si a este incremento sumamos los préstamos para adquisición de viviendas, tendríamos un aumento total en dicho período de 157 mil 702.9 millones. Esta cantidad se vería significativamente incrementada si sumáramos los llamados microcréditos y los costos de los servicios personales (enseñanza, servicios sociales y de salud, actividades de asociaciones, de esparcimiento, culturales y deportivas, entre otras).
Así, al mismo tiempo que la gente se endeuda desmedidamente de manera directa por diferentes vías para adquirir un auto, una casa, completar los ingresos del mes con tarjetas de crédito para cubrir el costo de la canasta básica de alimentos, pagar alquileres, transporte, educación, electricidad y otros servicios, también está compelida a honrar muchas veces sin saberlo las crecientes acreencias externas del Gobierno por la vía del pago de impuestos. La percepción personal de bienestar no puede menos que verse afectada.
A juzgar por las cifras disponibles, gracias al excelente trabajo de la Dirección de Crédito Público del Ministerio de Hacienda, los contribuyentes tendrán que lidiar por mucho tiempo con el servicio de la Deuda Pública Consolidada, situada al mes de octubre en 43 mil 722.9 millones, o lo que es lo mismo, los compromisos consolidados del gobierno se llevan el 49.6% de los ingresos que produce la población económicamente activa del país. Las cifras aportadas indican que desde octubre de 2018 a octubre de 2019 las acreencias consolidadas subieron 3 mil 298.6 millones, ¡702 millones diarios!
El 40%, el 50% o el preocupante umbral de 90% o más del PIB establecido por Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, no nos preocuparía si no conociéramos las vulnerabilidades de la economía dominicana y el hecho de que sus fundamentos conducen a un callejón sin salida: estímulo desmedido del consumo, industria que no responde a la demanda interna, exportaciones concentradas en gran medida en un solo mercado y muy poco o ningún interés práctico en anticipar la innovación y las reales necesidades de la educación a largo plazo.