Un voto no es un cheque en blanco. Un voto no es un poder que los impotentes firman a los prepotentes. Un voto no es una licencia para robar. Un voto no es una baraja para construir castillos.

Un voto no es un  pedazo de papel sanitario y por ende no debería servir para limpiar  culos de honorables. Un voto no es ni una acción ni un bono y por ende no debería ni venderse ni comprarse ni cotizarse en bolsa. Un voto no es un billete inorgánico con el que comprar un mabí seibano ni un papel de pulpería con el que envolver un pedazo de chicharrón grasiento.

Un voto no es un simple pedazo de papel, como la constitución de Balaguer. Un voto no está hecho para un grupo de papeleros elija a un pendejo que luego hará un papelazo. Un voto no debería ser un papel al que mate papeleta.

Un voto no puede ser el disfraz de las botas.

Un voto no puede ser ni de obediencia ni de pobreza.

Un voto es un pedazo del mapa que marca el camino de un pueblo hacia su tesoro. Un pedazo de la vela que impulsa el barco de una nación hacia su tierra prometida. Un voto es un trozo de papel de lija con el que puede pulirse la estatua del destino de un pueblo. Un voto es una expresión tangible e irrefutable de la voluntad de una nación.

Es o debería serlo.

Para que lo sea, debe marcarse con la cabeza fría. Y echarse, dejando que sea la razón y no la emoción la que guíe la mano a la urna.

Si no, el voto seguirá siendo lo que no es.