Hoy cumplo un año más fuera de Quisqueya. Me gustaría compartir con mis lectores algunas reflexiones sobre el exilio, ahora que el mío se acerca, a mi pesar, a la década y media. Aunque me fui voluntariamente, no encuentro otra palabra: El exilio, aunque decidido libremente, no deja de ser exilio.
El exilio es estimulante y doloroso. El exilio alivia del calor del verano y castiga con el frio del invierno. El exilio, como todo, tiene su desventajas y sus ventajas. Y entre estas últimas, el mío me ha enseñado que el exilio es una escuela. Y como en cada aula, como en cada escuela, hay estudiantes que pasan y hay otros que se queman.
Solo hay una manera para pasar en el exilio: Adaptarse. A las nuevas costumbres. A los nuevos convencionalismos. A la nueva mentalidad. A la nueva gastronomía. Al nuevo idioma. Al nuevo clima. Pero sobre todo, a las nuevas leyes.
El exilio es un profesor que acaricia con una mano y castiga con la otra. Cuando el “alumno” se adapta, el exilio incentiva, estimula. Cuando no, es un profesor sanguinario, cuya filosofía sigue siendo decimonónica: La letra con sangre entra.
Pasa el que respeta las señales de tránsito. El que no hace trampa en su declaración de impuestos. El que no se cuela de gratis en el metro. El que no se limita a exigir sus derechos, sino que cumple también con sus deberes. El que respeta las normas del condominio. El que no maneja borracho. El que sabe que sin trabajo duro no hay riqueza.
Hay muchos casos de dominicanos que “pasan” su curso, incluso con muy buenas notas: Las muchachas que, en Barcelona o en Madrid, ahorra una buena parte de lo que gana trabajando como camarera o como cuidadora de viejitos. La que se casa con un extranjero no por cálculo sino por amor. La que se supera, aprende flamenco, se convierte en una chef creativa. La que estudia mucho y trabaja mucho (es frecuente que casi todas las mujeres “pasen”). El bodeguero o el taxista que se faja de sol a sol. Los ejemplos son numerosos.
Pero también hay muchos que se queman. El muchacho que se integra a una banda en Madrid o a una “ganga” en New Jersey. El que baja droga de Holanda a España y el que la vende en Washington Heights. El que pretende que haciéndolo hará plata fácil. El que pretende que su mujer lo mantenga sin que él dé un golpe. En fin, al que una enamorada lo pide y tan pronto pone un pie en Milán desaparace para siempre.
Como la buena educación, como la educación que se toma en serio, el exilio modifica para siempre la visión que del mundo tiene el alumno. Pero ese es el tema del próximo artículo.