“Vemos en la sustentabilidad, tanto ambiental como social, un camino poderoso hacia la innovación y es una parte crucial de nuestras estrategias de crecimiento” Mark Parker, CEO Nike.

Resumen de las palabras pronunciadas por el autor en el acto de puesta en circulación del libro Reflexiones sobre la Industria Extractiva Responsable, compendio de artículos publicados en esta columna en el período 2017-18.

Los recursos minerales, como ya se ha señalado, no pueden reponerse una vez son extraídos, resultando que cada cantidad puesta en superficie reduce para siempre el acervo de la riqueza mineral para provecho de las futuras generaciones. Podríamos pensar en el reemplazo de los depósitos que agotamos por más minería, lo cual supone una labor permanente de identificación y estudio de nuevos yacimientos, considerando también las generaciones futuras y los largos plazos de entrega desde la prospección hasta la minería propiamente dicha.

Esta opción corre paralela con los planteamientos que defendemos desde el Ministerio de Energía y Minas: la sustitución en proporciones razonables del capital natural minero perdido por otros tipos de capital, como el manufacturado, humano o social.

Esta perspectiva nos lleva a decidir entre dos opciones, a saber: a) seguir canalizando la renta estatal minera al cauce habitual de los gastos corrientes y de capital del Estado, o b) dirigirla deliberadamente a financiar los cimientos de una economía reproductiva, competitiva e innovadora, tanto a escala regional como nacional.

La primera opción equivale a seguir propugnando por una minería cuyos beneficios nadie siente disfrutar; la segunda, a hacer patente la sostenibilidad de la minería mediante un sistema formalmente instituido de canalización de una parte de la renta estatal minera a obras e iniciativas rigurosamente seleccionadas para contribuir al desarrollo competitivo e inclusivo al que aspiramos.

De modo que negar la minería absolutamente es también declarar que somos incapaces de invertir sus beneficios en nichos de mercado, tecnologías, infraestructuras y procesos de innovación que sumen competitividad; al mismo tiempo, equivale a reconocernos incapaces de asumir simultáneamente un compromiso efectivo de preservación sistémica del ambiente (que no solo en relación con la minería).

Lo que es peor, la negación del aprovechamiento responsable y sostenible de las sustancias minerales es sinónimo de impotencia ante la pobreza y la solución de otros problemas de significativo calado que nos aquejan hace decenios. Como señalaba en una ocasión el ministro Isa Conde, “la pobreza y la desigualdad no se combaten con palabras sino con acciones. Creo que la sostenibilidad no es incompatible con el desarrollo minero responsable y que tanto la minería salvaje como el fundamentalismo ambiental son cara de una misma moneda: la pobreza”.

Entonces, no sólo es ser justos y responsables con el ambiente y las comunidades, es también ser económicamente viables.

Si este libro tiene algún mérito, debe residir, en primer lugar, en el énfasis que se hace en la responsabilidad estatal como conducta individual, políticas y acciones de Estado, y praxis ejemplar; y segundo, en las evidencias que se exponen sobre la falsedad del dilema enarbolado por los fundamentalistas anti mineros, a saber: ambiente o minería. Postrarnos ante esta imaginaria dicotomía encierra el peligro de allanar el camino para que los mitos no tengan ni límites ni control y, como se plantea en un magnífico editorial del prestigioso periódico colombiano El Tiempo, “las únicas verdades serán las sombras que vamos a seguir viendo desde nueva caverna”.

En definitiva, como señala Miguel Gómez Martínez, representante de la Cámara colombiana, “…no se trata de escoger entre oro y agua, playas o carbón, páramos o desarrollo. Con una minería responsable y controlada tendríamos agua y oro, playas y carbón, páramos y prosperidad regional”.

Finalmente, el cambio de la actitud recelosa de muchos ciudadanos y comunidades frente a la minería sería posible solo cuando logremos que ellos enfrenten una verdad incuestionable, algo que los obligue, como escribe Isabel Allende, a revisar sus creencias. Esa verdad incuestionable, y yo diría que trascendente, tiene su máxima y más genuina expresión en la calidad, transparencia y pulcritud a toda prueba de la Administración a la que servimos.