El ateísmo de mi juventud fue acompañado, naturalmente, por un anticlericalismo feroz. Aborrecía todo lo que oliera a incienso o a sacristía. Aborrecía los curas, las monjas, los sacristanes, los diáconos, los monaguillos. En aquellos tristes tiempos soñaba, siguiendo el ejemplo de Buñuel y García Lorca (¿O era acaso Dalí?), con montarme en las guaguas de ONATRATE disfrazado de monja y manosear las partes sensibles de los pasajeros para desacreditar a la iglesia. Solo la idea de que me trancaran en la San Luis junto con presos libidinosos que interpretaran mi acto como una muestra de travestismo y no de anticlericalismo me hizo desistir de la idea.  En aquellos tristes tiempos no me cansaba de repetir cosas como las siguientes (las cuales regalo a mis lectores anticlericales):

En los tiempos de las bárbaras naciones

De las cruces colgaban los ladrones

Mas hoy, en el siglo de las luces

Del cuello del ladrón cuelgan las cruces.

o

Un cura es un hombre al que todos llaman padre

menos sus hijos, que lo llaman tío.

Y muchas otras cosas por el estilo. A los curas no podía, como decía aquel poeta decadente, verlos ni en pintura. Criticaba absolutamente todo de la iglesia.

Con la edad me fui apaciguando y abandoné muchas de aquellas recriminaciones. Naturalmente, no todas: Sigo condenando el concordato. Sigo denunciando que la iglesia no solo no pague impuestos, sino que además reciba dinero del estado. Sigo pidiendo castigos draconianos para los curas pedófilos y para los jerarcas que los protegen (y no en tribunales eclesiásticos sino civiles). Sigo aborreciendo todos los crímenes que la inquisición cometió en nombre de Dios. Sigo indignándome ante el silencio del papa Pío XII ante el Holocausto, ante el saludo nazi de los obispos españoles que apoyaban a Franco y ante el apoyo de Juan Pablo II a dictadores como Pinochet. Sigo criticando el dogma de la inefabilidad del papa y cualquier otro dogma, las reliquias y las indulgencias…En fin, la lista es larga.

Con la edad me fui apaciguando y abandoné muchas de mis reclamos. Naturalmente, no todos: Sigo reclamando el matrimonio de los curas. Sigo reclamando que los curas puedan tener hijos a la luz del día y no a escondidas. Sigo reclamando el cambio de la política católica hacia la homosexualidad, el control de la natalidad y el aborto. Sigo reclamándole a la Iglesia Católica menos teología y más caridad, menos política y más compasión.

La Iglesia Católica tiene muchos defectos, muchísimos. Como los tienen las iglesias protestantes (tema de otro artículo) y cualquier otra institución humana, porque errar no es solo de los humanos, sino también de sus instituciones. Sin embargo, como cualquier otra institución humana, la iglesia católica tiene sus virtudes. Nada humano es completamente bueno. Nada humano es completamente malo. Hasta los vinchos tienen su virtud: la de servir de mal ejemplo.

Sin Iglesia Católica, ¿Qué hubiera sido de los tesoros culturales que se salvaron de la barbarie medieval en sus conventos?¿Qué hubiera sido de los textos clásicos, de los textos de Platón y Aristóteles, por ejemplo? (Es verdad que también fueron salvados por los árabes) ¿Quién hubiera inventado el calendario gregoriano que todavía utilizamos? Sin iglesia no disfrutaríamos de las extraordinarias catedrales góticas, no ya como templos sino como obras arquitectónicas. Sin iglesia no habrían existido las escuelas monacales que fueron el germen de nuestras universidades. Más importante aun para aquellos – como yo –  cuyo pecado capital preferido es la gula: Sin iglesia no hubiéramos tenido habichuelas con dulce, dulces de monjas, fiestas patronales, licores de almendras salvajes, sabrosos quesos y – sobre todo – extraordinarias cervezas, como la Leffe, la Grimbergen y muchas otras que, me dicen, están disponibles en el mercado dominicano. Sin iglesia no hubiese existido tampoco ese magnifico brebaje – que beben hoy nuestros nuevos ricos y nuestros políticos corruptos – desarrollado por Dom Perignon.

Quienes atacan a la iglesia como un todo cometen el mismo error que las que la defienden como un todo. La iglesia, como todo lo humano, tiene sus luces y sus sombras, sus virtudes y su defectos. La iglesia no es un bloque monolítico. La iglesia – como toda institución humana, – esta compuesta por individuos dotados de las mas variadas personalidades. Si tomásemos al PLD como un todo, por ejemplo, tendríamos que meter en un mismo saco a Bosch y a Félix Bautista. Por otro lado, se debe tener en cuenta que, al igual que los humanos que las conforman, las instituciones cambian con el tiempo. Creo que es un error equiparar la iglesia de Alejandro VI con la de Francisco, por ejemplo. O el PRD del mismo Bosch con el de Peña Gómez o con el de Miguelito.

Uno de los ejemplos más sorprendentes de la humana dualidad de la Iglesia Católica lo constituye la actividad científica de sus miembros. La misma iglesia que obligó a Galileo a retractarse por sus apoyo a la teoría heliocéntrica de Copérnico (absurda posición por la que pidió perdón varios siglos después – más vale tarde que nunca) ha dado un centenar de científicos, muchos de ellos de primer orden. Falopio, por ejemplo, anatomista que descubrió las trompas que llevan su nombre; Georges Lemaître, cura belga, padre de la teoría del Big Bang o Gran Explosión; Gregor Mendel, agustino padre de la ciencia de la Genética; y Martin Waldseemüller, cartógrafo que acuñó el nombre de América para el Nuevo Mundo, por citar solo cuatro. La larga lista incluye religiosos de diversas épocas y órdenes, que ejercieron en una gran cantidad de disciplinas científicas. Sus descubrimientos han contribuido, definitivamente, con el avance de la humanidad.

Este dualismo de la iglesia se manifiesta también en nuestro país, naturalmente. Hay prelados amigos de los ricos, pero también curas amigos de los pobres. Hay prelados amigos de los políticos, pero también curas amigos de sus víctimas. Hay prelados que hacen política, pero también curas que hacen obras de bien social. Hay prelados que solo hablan, pero también curas que solo actúan. Hay prelados, pero también franciscanos, hermanos de las escuelas cristianas y curas diocesanos. Hay prelados que se visten de seda, pero también curas que llevan camisetas. Hay prelados que huelen a perfumes caros y a principados, pero también curas que huelen a sudor y a trabajo. Hay prelados prepotentes, pero también curas humildes. Y prelados humildes, por supuesto.

Una visión mas realista de la Iglesia Católica precisa, a mi juicio, considerar la naturaleza individual y la personalidad de sus miembros. Francisco no es igual ni de lejos que Benedicto XVI o Juan Pablo II.

Una visión mas realista de la Iglesia Católica precisa, también, considerar su posibilidad de evolución. La elección de Francisco, creo – o al menos espero –, marca un cambio de rumbo en dirección al verdadero espíritu del Cristianismo. Espero que el mismo se mantenga por mucho tiempo. Espero que por mucho tiempo se sigan eligiendo papas progresistas. Luego de veinte siglos de retraso se precisan muchos siglos de progreso. La nueva iglesia no se creará en siete días.

A estas conclusiones me han llevado los años vividos desde mi juvenil ateísmo. Invito a los detractores y defensores absolutos de la iglesia a considerarlas. Y a que no me acusen de ser tibio o ambivalente: Con los años me he convertido en un fundamentalista de la tolerancia.