He sentido una marcada apatía con la controversia sobre el Código Penal, en parte, tal vez, porque ya no me sorprenden lo ajeno que están ciertos legisladores y autoridades públicas de la realidad -tantas veces muy cruda- de parte significativa de su sociedad. Pero es hipócrita alimentar este sentimiento cuando exhorto a mis estudiantes a encarar toda amenaza o violación a la Constitución, especialmente a su catálogo de derechos, libertades y garantías. No les pido coincidir con los motivos por los cuales abogo, más si les incito a argumentar desde la normativa vigente y no sobre posturas religiosas, filosóficas, éticas o morales recortadas y redimensionadas para excluir del ámbito de protección constitucional a una minoría ni tampoco imponer sobre la mayoría las exigencias de una minoría especialmente poderosa.
Para muchos la lucha no inicia ni termina con plantones frente al Congreso, semanas interminables en campamento frente al Palacio Nacional o marchas ocasionales. Estos son ejercicios extraordinarios de activismo ciudadano propios de la naturaleza participativa de la democracia, que permiten al resto de la sociedad conocer los reclamos de ciertos grupos. Algunos luchan diariamente en sus casas o en sus trabajos -sea sector público o privado-, donde deben mantener una fachada que no altere la «normalidad»; modulando «sus formas» (expresiones, estilos, tono de voz, apariencia o posiciones) para no interrumpir el statu quo institucional o desdibujándose para encajar en los asfixiantes márgenes impuestos. Aprenden a ser mecánicos, fríos y calculadores en todo intercambio profesional, académico, familiar o social en los que se desenvuelven, mientras los demás observan, con cierta fascinación mórbida, la magnánima proeza con la que se acostumbran a existir, así sea a medias.
Está también la lucha de las niñas, adolescentes, jóvenes y adultas que crecen como carne de carroña frente al abuso continuo de quienes supuestamente están para cuidarlas. En este ambiente familiar traumático pierden -desde muy corta edad- su infancia, al sufrir los embistes inclementes de manos y cuerpos que jamás debieron si quiera rozarles. Este abuso adopta distintas formas, incluyendo un hijo a destiempo e indeseado, que suele convertirse en el espejo de momentos colectivos de denotada ira, tristeza o venganza. Ciertamente, hay quienes logran separar ese pasado de esta criatura; otras, sin embargo, no ven en ella más que el efecto multiplicador infinito del trauma del cual ha sido fruto. De igual manera, es ineludible reconocer la lucha de aquellas que, en el otro extremo y ante un embarazo altamente deseado, también se enfrentan al dolor y la crudeza de una malformación o una condición genética tal que, aún con todos los recursos de este mundo, la viabilidad del feto o la vida de la mujer no está asegurada.
No puedo, por tanto, dejar de alzar la voz -o la pluma- y permitir que sigan desestimándose estas luchas y realidades con tan irreverente facilidad. Rehúso a vivir con miedo de lo que pudiera ser si el proyecto de Código Penal existiese en sus términos actuales. Además de las demás falencias técnicas y vicios de inconstitucionalidad que afectan dicho Código, en lo que compete al tema hasta aquí abordado, lo verdaderamente peligroso es que las opiniones más fuertes -en contra de las tres causales o en favor del artículo sobre la discriminación- provienen de los sectores menos afectados.
Ni la ciencia ni la evolución, ni ninguna teoría creacionista, han logrado cambiar el hecho de que solo aquellas personas que nacen biológicamente mujer pueden quedar embarazadas, por lo que son las realidades de estas las que deben ser especialmente tomadas en cuenta y discutidas con la seriedad que ello amerita. En estos mismos términos debe abordarse la otra problemática del proyecto de Código Penal: la discriminación.
Todo ser humano debe ser respetado y valorado como ser individual y social con sus características y condiciones particulares (TC/0081/14), cualesquiera que sean, estemos o no de acuerdo o en consonancia con ellas. Y, OJO, pensar que el artículo propuesto se limita al colectivo LGBTQI+ es incorrecto; ante este también caerán de rodillas los avances del «pelo natural» frente a los «gastos de representación» o los méritos de profesionales femeninas frente a los amiguismos de ciertos candidatos con los jefes y se cerrarán oportunidades -ya escasas- a quienes no encajen con la «normalidad». Además, disposiciones como estas abren la brecha para que en el interior de la sociedad se perpetúe el acoso y el abuso físico y psicológico de aquellos considerados «discordantes», así como la materialización de prácticas aberrantes como las mal llamadas «terapias» de conversión.
Ante estos peligros no hay espacio sobre la mesa para posiciones retrógradas o machistas que rayan en el «cavernícolismo» ni interpretaciones tergiversadas o de corte inquisitorial de los textos religiosos; tampoco para el perjuicio, el odio, la intolerancia o la ignorancia malsana ni, mucho menos, para la arbitrariedad o el abuso ideológico. Vivir en democracia no solo se refiere a la forma mediante la cual el poder se legitima sino también la manera en que es ejercido por quienes han sido electos como representantes del pueblo, de donde emanan todos los poderes. Hoy, sin embargo, este ejercicio está siendo puesto en denotada duda.
Recordemos que el fundamento del Estado dominicano es la dignidad humana, pilar de su texto constitucional. En tal virtud, se organiza para salvaguardar real y efectivamente los derechos y libertades fundamentales que le son inherentes a todos sus habitantes. Estos son los titulares para definir, autónomamente, las opciones vitales que habrán de guiar el curso de su existencia (SU-642/98), por lo que no pueden ser víctimas de la coacción, controles injustificados o impedimentos que otros deseen imponer sobre su senda existencial (T-594/93).
Aquí, como en mis clases, no les pido coincidir con mi postura, más sí a presentar argumentos que no excluyan del ámbito de protección constitucional a ciertos grupos. Permita al prójimo vivir en paz; si no está de acuerdo con algo simplemente no participe en ello o de ello y verá como usted también será feliz.