Hace cuatro años y cuatro meses escribimos, y fue publicado posteriormente en nuestro libro "En el nombre de Bosch", lo que sigue.
La Republica Dominicana presenta hoy un cuadro de relativa estabilidad democrática, avalada por la experiencia de once gobiernos nacionales elegidos por voto popular durante los últimos cuarenta años.
Durante las últimas cuatro décadas (1966-2006) la economía dominicana ha experimentado cambios significativos en su estructura productiva, sus formas y escalas de financiamiento, la paridad monetaria, la inversión extranjera, comercio internacional e integración económica regional, todo en un proceso continuado de crecimiento económico muy por encima de la media latinoamericana para el mismo periodo de tiempo.
En la actualidad, la economía dominicana se recupera de su más reciente crisis coyuntural derivada de una pobre administración de corte populista irresponsable. No obstante, el panorama se presenta bajo amenaza de serios disturbios macroeconómicos derivados de la insostenibilidad de una política de subsidios al sector energético, agobiado por el peso de la creciente factura petrolera por un lado, y por el otro, el pesado lastre de la deuda externa y el déficit acumulado y creciente del Banco Central que ha tenido que cargar con la crisis del sector financiero, heredada del pasado gobierno 2000-2004, y el salvamento de los ahorrantes a un costo casi imposible para las arcas del Estado.
A pesar de los grandes y notables resultados obtenidos por la administración del Presidente Fernández en la actual coyuntura de recuperación, estabilización y crecimiento de las variables macroeconómicas, la política de inversión social se muestra claramente incapaz de revertir los indicadores estadísticos de la enorme deuda social acumulada durante estos cuarenta años de crecimiento económico y estabilidad democrática. Los informes de organismos internacionales, como el PNUD, dan cuenta del incremento de los niveles de pobreza y desigualdad social que se reflejan en el bajo posicionamiento global del país en el ranking del desarrollo humano (IDH) medido por las Naciones Unidas.
Tales indicadores de pobreza, desigualdad y exclusión social, unido al incremento del tráfico y consumo de drogas narcóticas con vínculos internacionales, han creado un clima sin precedentes de violencia y criminalidad que ha obligado al Gobierno a la adopción de medidas especiales orientadas a garantizar la seguridad ciudadana y la paz social, amenazadas por el auge de la delincuencia y la falta de credibilidad en las instituciones llamadas a disuadirla y reprimirla.
Desde todos los litorales de la sociedad dominicana se percibe alrededor del Estado y sus instituciones una atmosfera proclive a la corrupción y el encubrimiento, que ha provocado un deterioro creciente en su credibilidad publica, extendiéndose esta percepción hacia los partidos políticos por ser los vehículos a través de los cuales acceden a los puestos públicos los sospechosos de prevaricación y desfalco al erario, acciones siempre encubiertas bajo múltiples subterfugios que las hacen aparecer como actos normales del quehacer político nacional.
La actual coyuntura política se presenta como una fase avanzada de transición desde el liderazgo tradicional, unipersonal y/o caudillista representado en el pasado por Bosch, Balaguer y Peña Gómez, como cabezas de sus respectivos partidos políticos (PLD-PRSC-PRD), hasta un liderazgo unipolar personificado en el Presidente Fernández, hacia quien convergen hoy las fuerzas antes aglutinadas alrededor de aquellos grandes líderes y ahora en dispersión total, arremolinadas en torno a pequeños esfuerzos corporativos o grupales dentro de cada uno de los tres grandes partidos del sistema, todos reclamando el mismo espacio des-ideologizado, en una competencia desenfrenada buscando heredar el trono que se visualiza vacio a la distancia de solo seis años.
Una perspectiva futura de la actual coyuntura política sugiere el fortalecimiento o debilitamiento del liderazgo unipolar del Presidente Fernández en el marco de una profundización de la crisis económica incubada en la insostenibilidad de los subsidios a la factura petrolera, la carestía mundial en materia alimentaria y el déficit creciente de cuenta corriente del Banco Central. En cualquiera de los escenarios, la transición política en marcha reclamará la presentación de una nueva opción de talante popular y progresista, dentro o fuera del sistema prevaleciente de partidos. Esta nueva opción, de surgir, tendría que enfrentar el liderazgo unipolar del Presidente Fernández. Por tanto, Fernández, para mantener su liderazgo con toda la fortaleza que hoy exhibe, debería implantar nuevas políticas de desarrollo, más y mejor orientadas hacia el compromiso social y la redención del pueblo pobre, agobiado por el peso de crisis económicas recurrentes que siempre son el resultado de ciclos de bonanza, de los cuales casi nunca el pueblo pobre ha obtenido beneficio directo alguno.