Como se ven las cosas ahora, las dos fuerzas garantes de la hegemonía de las clases dominantes son el “Danilismo” y el “Leonelismo”, corrientes del  partido en el poder que podrían alternarse como dinámica del proyecto de partido único, que es intención conocida y por demás denunciada por toda la oposición. Si bien entre esas fuerzas hay diferencias, no son de tal intensidad que conduzcan a un rompimiento, y lo principal es la tendencia al entendimiento en el corto y mediano plazos para la  permanencia del PLD en el poder.

En la historia política dominicana la hegemonía de los intereses dominantes ha sido garantizada de diversas maneras: la intervención militar, dictaduras, la alternabilidad entre dos partidos y cuando el régimen se hizo tripartita y los caudillos entraron  al ocaso de sus carreras, entonces fue  el  dialogo- compromiso  para todo lo esencial a la  hegemonía.

Si la cuestión de la hegemonía es central en el análisis de coyuntura ¿cómo piensan  garantizarla en las condiciones históricas actuales en que falla  uno de los pilares del bipartidismo?

 

Debemos reflexionar en torno a si los frecuentes traumas en el PRD, que llevaron al doctor Peña Gómez a afirmar que “solo el PRD derrota al PRD”, haya conducido a los sectores dominantes a asumir el proyecto de partido único que apura el PLD para garantizar la hegemonía social.

Las potencialidades del PLD son conocidas; especialmente la que le da el control de todos los estamentos del Estado; a esta se agrega  la división de la oposición y especialmente haber incluido en la órbita de su influencia e intereses a la  minoría  que controla la simbología histórica del PRD y a un amplio segmento de los seguidores de Balaguer, poniendo así en jaque al PRSC.  Pero también hay que reconocerlo dotado del recurso de la inteligencia política para hacer lo que entiende corresponde para mantenerse arriba.

Así las cosas, el esquema del bipartidismo importa  poco, o nada, al análisis y hay que zafarse de ahí para decidir tácticas políticas.

Con la firma de un programa y compromiso de gobierno que exprese de manera  clara la renovación y cambio de rumbo social, económico y político del país, los líderes alternativos reconocidos y a los que habría que hacer caso en sus planteamientos,  multiplicarían por varios miles sus perspectivas de poder en un acuerdo de convergencia que, como antítesis al proyecto PLD de partido único, anteponga un proyecto de nación  y de gobierno, con alternabilidad de liderazgo y candidaturas en su interior.

Sin que necesariamente estemos de acuerdo con el contenido de los programas que asumieron, es de señalar dos experiencias de concertación trascendentes en situaciones singulares;  una, la que hubo en Colombia en 1958 con el Frente Nacional, que por dieciseis  años alternó en el gobierno y distribuyó de manera paritaria el poder entre  fuerzas tradicionalmente enfrentadas como los liberales y conservadores; y dos, la concertación para salir del pinochetismo, en Chile, de composición política  e  ideológica diversa.

¿Podremos los de la oposición hacer algo semejante  por el país y el pueblo dominicanos?  Hay que reflexionar y atrevernos a superar análisis y posturas sean de  enclave o  de tangente, y salir a la vida global y diversa  en busca de soluciones políticas nuevas.