El viernes 30 de diciembre acudí a comer, como de costumbre, a un supermercado Nacional que queda cerca de mi trabajo. Cuando pagué en la caja y me dirigía a buscar un asiento un joven de aspecto andrajoso me hizo una señal con la mano invitándome a sentarme en su mesa. Confieso que por un momento me pareció muy extraño un joven con ese aspecto sentado comiendo en un lugar como ese y pensé que estaba allí para pedir ya que muchos suelen frecuentar el lugar para esos fines.

De todos modos me acerqué a su mesa y él sonriente me dice “esa silla está vacía, puede sentarse ahí”. Acepté su propuesta mientras observaba que el joven era limpiador de cristales de vehículos pues tenía en sus manos una los utensilios que utilizan para eso. A pesar de estar convencido quise confirmarlo y le pregunté a qué se dedicaba “Yo limpio vidrio en la esquina”.

No les niego que lo primero que llegó a mi mente fue preguntar por qué carajos suelen arrojarle la esponja al cristal del vehículo o derramar agua sin que nadie les diga, pues no escondo que quizás esto sea lo que más me molesta, pero sabía que esa pregunta no la haría de buen modo y él había sido muy gentil.

¿Y cómo te va en ese negocio?, le pregunté con cierta calma “un día bien y otro mal” me respondió. Ojalá que la gente dejara de vernos como delincuentes, nosotros somos gente seria que hacemos esto pa’no robar.

“uté no se imagina to’la lucha que hay que coger en esto, se pasa mucha hambre y muchos boches”. Le pregunté si lo ganado en un día les da para comer en un lugar como ese, y su respuesta me atravesó el corazón “mire amigo lo que uno gana en esto no da pa’na, pero también uno necesita sentirse gente”.

Esto me lo dijo mientras recogía sus cosas y se marchaba con un entusiasmo que contrastaba con su condición económica. Quizá su alegría residía en que ese día se sintió ser gente…

Ni siquiera me atreví a decirle “Feliz año nuevo”, cualquier palabra estaba demás.