El cántico de la reelección es la saga maldita de la historia dominicana. (No en balde ocupa hoy el centro del activismo político dentro del partido oficial). Y es, además, el instrumento mutilador de los márgenes de libertad alcanzados por los dominicanos. Colocado en el centro de su propia vida, la libertad es esencialmente la satisfacción de todas las necesidades del sujeto, materiales y espirituales; en el seno de la cual decide situar sus actos. Los marxistas acuñaron una idea de la libertad que siempre cito, y aunque provenía del pensamiento de Hegel, daba una idea gnoseológica de lo que puede considerarse un acto de libertad. “-La libertad es la conciencia de la necesidad”-decían. Y es así. Lo que le da un carácter conmovedor a la libertad es actuar sin condicionantes, algo que han impedido históricamente en nuestro país el clientelismo, el autoritarismo, y la corrupción.
¿Por qué la reelección de Danilo Medina se pinta ahora como la “continuidad del progreso”, “el encomio de un imprescindible”, “la fábula impura de un predestinado”? Simplemente porque toda propuesta de reelección quiere hacernos confundir la memoria con la imaginación, y obligarnos a creer que el predestinado es la Patria, que todo pende de ese mito feliz que nos salvará. Este aspaviento de un ambicioso más creyéndose insustituible es la continuidad de la historia nacional. Horacio Vásquez se exponía al ridículo de ser “La virgen de la Altagracia con chiva”, perdiendo la cualidad histórica de las cosas, y renunciando así a su propia convicción antireeleccionista que desplegó con saña en la manigua dominicana. Buen ejemplo, porque fue sobre los despojos del horacismo que se abrió ese torbellino clásico de la vida cortesana que justificó toda la desmesura que el trujillismo clavó en la historia. Y fue el trujillismo el que nos legó a Balaguer embutido en el don divino de ser un Ángel celestial al que le estorbaba la tierra; y éste a su vez nos legó a Leonel Fernández, quien se disfrazó de nuestro “destino”, y todavía, descuajeringado, seco y caprichoso; sigue siendo una sombra temible.
Una de las aventuras más difíciles que se pueda emprender en la República Dominicana, es la de construirle argumentos originales a la reelección. La reelección es siempre la misma cantaleta. Pero lo que no se puede poner en duda es el hecho de que es el dinero público el que financia las ambiciones de poder del “providencial”. La triste contabilidad de la mentira de este país nos enseña que la libertad es la primera baja de la ambición desmedida del poder. Porque se explota despiadadamente la miseria, la ignorancia; porque los lazos que me unen al mundo real lo adulteran con propaganda, con mentiras; porque nos cosifican en el todo inmutable de la frustración. Y nos manipulan con el bálsamo clientelista. Y nos ponen a depender de la pasta divina del héroe. Aunque la única manera de ser libre reside en la elección de un acto que no brota del temor, de la miseria material, o de la ignorancia. Lo opuesto de la naturaleza falsa del sufragio que impulsa la reelección. Es nuestra historia, ha sido y es nuestro designio.
La República Dominicana es una nación secuestrada. El PLD es un partido-estado y Leonel Fernández es un proyecto de dominación a largo plazo. Su ambición no tiene límites. El Danilismo no tiene sucesor, y el propio Danilo Medina es la alternativa para detenerlo dentro del propio PLD. Si Leonel Fernández accede al poder nuevamente, Danilo Medina que se despida del sueño de volver a gobernar. Esa es la base del pujo reeleccionista, la necesidad del grupo de Danilo de preservar el poder. Nada que parezca extraer fuerza de un bello ideal interior, nada que nos obligue a ver a un Danilo Medina transportado a la región de una humanidad superior, ninguna luz sobrenatural que lo aspire. Porque el cántico de la reelección es el mismo, la saga maldita de la historia dominicana; y cierto despojo de la libertad.