En quince días se instalará finalmente el gobierno de Danilo Medina. La transición probó ser demasiado larga y carente de utilidad. Pasaron casi tres meses en los que no se avanzó la agenda pre-gubernamental y llegamos al 16 con pocas ideas en torno al nuevo gabinete.

El hermetismo ha contribuido a bajar las expectativas.  Las pocas frases del Presidente electo han sido todas orientadas a advertir a las cabezas que no les tocará sombrero. Y, aunque la gente espera, ya no sabe realmente que esperar.

Lo cierto es que el Presidente recibirá un Estado maltrecho en sus finanzas y malcriado en sus hábitos. Una sociedad recelosa y desconfiada y un entorno mundial lleno de incertidumbre y fragilidad económica.

Personalmente solo aspiro a que el nuevo gobierno, sin posibilidad de obras de infraestructura colosales, instale un modelo de gestión gubernamental que rescate la institucionalidad y el sentido de servicio público en la administración del Estado.

Espero que los Ministros formen parte de un gabinete ejecutivo que sea periódicamente consultado, supervisado y requerida su rendición de cuentas. Espero que el Presidente tengo su oído puesto en el corazón de su pueblo y dedique toda su sabiduría a avanzar en la solución de nuestros problemas primero. Espero un gasto público mucho más racional  y que los aumentos de impuestos penalicen la renta y no la producción y que los subsidios sean focalizados y transitorios.

Estoy armándome de paciencia. En este cuatrenio no vamos a resolver los problemas ancestrales. Solo espero que no los agudicemos. El Presidente no dispone de varitas mágicas ni pócimas especiales, solo cuenta con cada uno de nosotros. En la medida que podamos hacer y dar, habrá y recibiremos.

No desbordemos las expectativas, para que no se torne en rápida decepción lo que simplemente es el arte de lo posible.