Un estudio titulado “I saw the news on Facebook”, realizado por el Dr. Antonis Kalogeropoulos y el periodista Nic Newman para el Reuters Institute for the Study of Journalism de la Universidad de Oxford, señala que el 65% de la ciudadanía del Reino Unido se informa a través de las redes sociales. Al mismo tiempo, un segmento significativo de esa población olvida la fuente de la que recibió la información.
El fenómeno se ha ido generalizando a escala global. Desde una sociedad altamente desarrollada hasta aquella con bajos índices de desarrollo, las redes sociales van desplazando a cualquier otra fuente tradicional de acceso a la información.
En las sociedades con una cultura oral, la legitimación del mensaje viene dada por la autoridad de quien habla, el anciano, el líder de la comunidad, el guía espiritual.
En una cultura del libro, la legitimidad viene dada por la autoridad del autor o por el texto mismo. Es frecuente escuchar que, para apoyar sus opiniones, alguien dice: “lo leí”.
En la cultura de las redes sociales, se socaban la autoridades cognitivas, pero no en función de una instancia que disponga de un juicio más razonable o de unos criterios epistémicos más racionales, sino en base al gusto de los usuarios. El “like” se convierte en criterio de validación.
A esto debemos agregar el problema del carácter marcadamente privado de las fuentes de información. En la cultura oral, el anciano no transmitía un mensaje personal basado en un interés personal, él era el depositario de la tradición y la validez de su mensaje venía de su fidelidad a la misma.
En la cultura del libro, lo escrito en el texto adquiere su validez de que lo escrito allí es validado por una tradición textual o, en el caso de las ciencias naturales, empírica. Por tanto, los intereses particulares del autor son trascendidos por una comunidad del conocimiento.
Por su parte, en la la cultura de las redes sociales, la información es controlada por una rede privada al servicio de intereses comerciales.
Si prevalecen los intereses comerciales en la transmisión de la información y del conocimiento, entonces asistimos a una era donde impera el relativismo de los gustos sobre la jerarquía de los juicios. O todavía peor, una etapa donde el imperio de los intereses políticos aliados a los intereses económicos de las transnacionales tecnológicas impera sobre los criterios de verdad. Pueden llamarla la “era posverdad”.