Durante décadas los dominicanos nos hemos quejado amargamente del destino de nuestra sociedad. Sentimos que no avanzamos, que las cosas no cambian y que van de mal en peor. Culpamos por ello a la falta de valores, a la percepción de que antes se era más “serio”.

Al margen de la discusión sobre el diagnóstico (que no comparto), me interesa hacer algunas observaciones sobre el remedio propuesto.

Desde mi punto de vista, el inconveniente que este presentaes que la “moral” y los “valores” a los que suele hacerse referencia responden a patrones autoritarios que a nuestra sociedad le ha costado mucho superar. No niego que esas construcciones morales tienen cosas positivas. Sí las tienen. Sin embargo, son esquemas de moral que se enfocan en el “orden” y no en la convivencia armoniosa entre los ciudadanos.

La ventaja del prigilio como fundamento de la moral social es, precisamente, que empieza por casa. Implica el aprecio y respeto por la propia persona, lo que es necesario para valorar a los demás. Sólo quien tiene clara su valía personal puede reconocerla en su conciudadano

De todos es sabido que la supuesta moralidad que algunos añoran no hacía otra cosa que cubrir injusticias mayores.

Por eso, pienso que debemos procurar una construcción ética que nos permita sacar lo mejor de nuestro pasado y nuestras tradiciones, pero que sea compatible con la libertad y la autonomía de todos.  Parece una cruzada quijotesca, mas no lo es. La solidaridad y el respeto por el otro son valores cuyo cauce corre profundo en el sentir del pueblo dominicano.

Lo que nos hace falta es prigilio.

El concepto de prigilio es difícil de definir. Para el Diccionario de Español Dominicano, editado por la Academia Dominicana de la Lengua en colaboración con Fabio Guzmán Ariza, prigilio es “Vergüenza, sentido de la propia estimación”.  Es decir, no tiene como origen causas externas sino internas.

El prigilio fundamenta la decencia y la ética en el sentido que tiene la persona de su propio valor. Es decir, en el prurito que le causa a cada quien incurrir en actividades que se encuentren por debajo de su propia honra, de su sentido del valor propio. Es un saber estar, un saber hacer, un saber respetarse a sí mismo.

La ventaja del prigilio como fundamento de la moral social es, precisamente, que empieza por casa. Implica el aprecio y respeto por la propia persona, lo que es necesario para valorar a los demás. Sólo quien tiene clara su valía personal puede reconocerla en su conciudadano.

Todas, o casi todas las manifestaciones de desorden, arribismo y descaro que nos afectan tienen su origen en la pérdida del prigilio, no en la falta de un código moralista.

Imagine el lector los hechos o actitudes negativos transmitidos por la prensa, o que ha podido presenciar, en las últimas semanas, el último mes, el último año. Podrá encontrar que, más que nada, lo que le ha faltado a los protagonistas es prigilio. Incluso, si decide examinar los errores que más le avergüenzan, esos que no se comparten con nadie pero cuyos recuerdos sonrojan, encontrará que a usted, como al autor en los propios, le habrá faltado prigilio.

Es prigilio, y no moralina, lo que nos hace falta. En vez de mirar con añoranza un pasado idealizado o inexistente, reconozcamos nuestro verdadero error. Violamos en nuestra propia carne el imperativo categórico. Nos convertimos en simples vehículos de nuestras ansias y nuestras inseguridades y en el camino perdemos como personas y perdemos como colectivo. Recuperemos, todos, el prigilio.