Frustrado por el hecho de estar tratando un tema, que en mi país es como arar en el desierto de la indiferencia, o en el mar de la indolencia, y finalizando otro año, he querido despedirme de los amables lectores, que se dignaron leer mis curiosos exabruptos, comunicándoles algunos temas que guardan relación con nuestro pasado. Un pasado de más de cinco siglos, que no es cualquier cosa.

Esta vez, me referiré a otro pasado, muchísimo más reciente, y que nada tiene que ver con el otro. Pero, pasado al fin que amerita ser, igualmente, recordado y ponderado. En los dos últimos sábados del presente mes de diciembre, el amigo José Del Castillo Pichardo, consuetudinario narrador de anécdotas y costumbres del ayer, se refirió a un personaje dominicano, desconocido por sus compatriotas de su época, al igual que de la actual, que triunfara en España y otros lugares del viejo mundo, utilizando el saxofón como instrumento con el que deleitó infinidad de españoles y ciudadanos de otras partes de Europa.

José comentó algunas de las andanzas de este sensacional músico dominicano, y de su regreso a la patria. De sus éxitos como saxofonista y director de orquesta, y de los acordes que hizo salir de su instrumento, magistralmente. Al finalizar su recuento, hizo mención de mi persona y de la sociedad juvenil que fundé conjuntamente con un grupo de amigos y amigas, allá por la década de los años cincuenta, que se llamó Yaqui Club.

Le agradezco que trajera a mi memoria una de las tantas actividades en las que he participado, desde pequeño. Lo que provocó en mi inquieto espíritu, que me pusiera a rebuscar, en mis archivos personales, algunos de los recuerdos que guardo como tesoros, de donde empezaron a salir recortes de periódicos, fotografías y documentos de aquella época, referentes a los afanes de un grupo de jóvenes de entre quince y dieciocho años de edad, que volcaban sus inquietudes en disfrutar, sanamente, los días y las noches, desentendidos de actividades consideradas impropias de sus años mozos, como son permanecer horas enteras sentados frente a un televisor, o una computadora, al igual que entregados a las redes sociales con un celular,  twitteando pendejadas o, lo que es peor, inhalando o inyectándose sustancias prohibidas. Que son algunas de las costumbres de hoy, tan diferentes a las de ayer.

Volviendo al tema que me indujo a escribir este artículo, al igual que desearle a los lectores de Acento.com unas Felices Pascuas, y un venturoso Año 2013, me referiré al encuentro que sostuve, en mi condición de presidente fundador de la recién creada sociedad recreativa y cultural, con el maestro Napoleón Zayas, quien había regresaba al país, recientemente, procedente de España, donde se había radicado y triunfado.

Transcurría el año 1953, cuando el grupo con el que me reunía frecuentemente, resolvió dar carácter a sus encuentros circunstanciales, creando una agrupación social y cultural. Lo que, sin pérdida de tiempo, se constituyó en un referente de cómo los jóvenes debían entretenerse, desarrollando actividades que llenaran el vacío del tiempo transcurrido entre sus horas de estudio y las de dormir. Vacío, que hoy lo llenan, como dije antes, desarrollando otras actividades, a las que debemos agregar la delincuencia, el sexo extemporáneo, y la corrupción, entre otras.

Concluida la tarea fundacional y organizativa del club, fue programada su formal inauguración, para la cual se necesitaba un local, una orquesta, y otros asuntos. Fue entonces, cuando las Sra. Julia Camisuli, matrona de una familia inglesa-española que vivía en la segunda planta de la casa de ladrillos, propiedad de la familia Lluberes Ferrer, ubicada en la Ave, Independencia, nos puso en contacto con la Sra. Emilita Zayas, hermana de Napoleón Zayas. Sin pérdida de tiempo visitamos a dicha señora, en su residencia de la calle La Vega, del Ensanche Lugo, quien, de inmediato, nos presentó a su pariente. Naciendo así una interesante relación entre el afamado saxofonista y los directivos de la asociación. Recuerdo al músico compositor en la tarea de integrar su nueva orquesta, que según algunos llamó Flor de Oro, y otros, Ciudad Trujillo.

Mientras hacíamos todo lo necesario para que la nueva agrupación juvenil arrancara exitosamente, empezamos a desarrollar, entusiástica y progresivamente, actividades de todo tipo, entre las que sobresalían, por un lado, ponerse de acuerdo con Napoleón Zayas, quien ensayaba en el auditórium del Palacio de Telecomunicaciones, para fijar la fecha del baile inaugural, y por otro lado, contratar los salones del Casino de Guibia, uno de los clubes privados más exigentes y progresistas de Santo Domingo, que llegó a convertirse en la cede del Yaqui Club, donde se celebraron muchas otras actividades.

7 de septiembre de 1953

8 de septiembre de 1953

Dicho festival se llevó a cabo el 7 de septiembre de 1953, siendo considerado por la crónica social de aquel entonces como un ejemplo de actividad recreativa. Entre otros motivos, por el hecho de haber sido organizada por un grupo de “teenagers”, que a penas comenzaban a dar sus primeros pasos en este conflictivo mundo.

Por su parte, la orquesta de Napoleón Zayas, que se dio a conocer esa noche, iniciaba una carrera de éxitos impresionante, de cuya continuación no puedo referir nada, ya que con el transcurrir de los años he olvidado la mayor parte.

Hoy, avanzado el camino por el que he conducido mis andanzas por este mundo, o por parte de él, ya que la vida me ha llevado a residir en diversas ciudades de Norte América, y recorrer muchas otras, de distintas partes del mundo, puedo decir, con propiedad, que no me arrepiento de haber vivido épocas tan diferentes a la de hoy, en la que entre otras cosas es imprescindible disponer de abundantes recursos económicos para poder obtener todo lo que se apetezca, sin haber hacho nada sobresaliente, que no fuera, en la mayoría de los casos,  engancharse a militar o a político, y tratar de “llegar”, a como de lugar, adonde pueda “hacerse” de los cuartos necesarios para cambiar de estatus, y olvidarse de su pasado y, por que no, echarle vainas a los demás.

Nosotros los dominicanos de mi generación, al igual que de la anterior, tuvimos que soportar los rigores de una de las dictaduras más rígidas de América. Pero como ese no es el tema al que me propuse referir, se lo dejo a los que sí los prefieren, por las razones que sean. Nacido y criado en Santo Domingo, pero con alguna formación norteamericana, no puedo quejarme de lo vivido.