Mientras trabajaba en la investigación del libro “El golpe de Estado: Historia del derrocamiento de Juan Bosch”, tuve la oportunidad de entrevistar varias veces al líder del PLD, en la sencilla residencia donde entonces residía, en la calle César Nicolás Penson. Una de esas entrevistas fue grabada en video. En una oportunidad, entre finales de 1992 y comienzos del año siguiente, la conversación entró en un plano que nada tenía que ver con el propósito de mi investigación. Bosch me habló esa vez con entusiasmo de uno de sus temas favoritos: el de la desigualdad social, muy frecuente en sus alocuciones radiales a través del programa de su partido.
Durante su abortada presidencia, me comentó, sus esfuerzos por reducir la brega social habían tropezado con la avaricia de las élites y la incomprensión existente entonces sobre la esencia de una verdadera democracia y la importancia de reducir los niveles de pobreza, como la vía más idónea y segura para impulsar el desarrollo y la paz y tranquilidad de la República. Aunque no fueron esas necesariamente sus palabras, eran sí el sentido de lo que él me transmitía.
Me dijo que en Cuba, donde residió por muchos años como exiliado político, el presidente Prío Socorrás designó a un rico e influyente empresario amigo como responsable de mejorar las recaudaciones tributarias. De las primeras cosas que hizo ese señor fue llamar a muchos de sus colegas empresarios para mostrarles sus récords de obligaciones fiscales y recordarles que no se correspondían con sus ingresos y sus patrimonios.
Le pregunté porque él no trató de hacer lo mismo. Su respuesta fue que le faltó el tiempo y que la sociedad que le tocó gobernar carecía de la suficiente tradición democrática para entender la importancia de proyectarse hacia el futuro sobre una reducción de la pobreza. Meses después, Bosch asistió a la puesta en circulación de mi libro sobre el golpe que lo derrocó.