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Un panegírico perdido
En un archivo de esos que nunca se abren, encontré las palabras que pronuncié en el Cementerio Nacional el 4 de julio de 2010 (publicadas fragmentariamente el 10 de dicho mes en el Listín Diario) cuando depositamos el cadáver de uno de los compositores dominicanos más prolíferos. En la noche cuando supe que estaba en intensivo en la Clínica de la UCE, fui, ya no hablaba. Apenas unos minutos después me llamaron que había muerto. Este sábado, hago esta remembranza y ahí va aquello para deleite de las nuevas generaciones.
Luis Kalaff Pérez, nació en Pimentel, el 11 de octubre de 1916, hijo del emigrante árabe Juan Kalaff y de Bernavelina Pérez. Por ser una personalidad de nuestra cultura popular, casi no hay persona que no conozca su trayectoria. Falleció el 2 de julio de 2010 en esta ciudad. De su extenso repertorio basta pulsar hoy su nombre en Internet o buscarlo en You Tube.. Hablaba de 1500 composiciones registradas, aunque la que más dinero le produjo fue “La empalizada” en la voz de Julio Iglesias.
De Melancolía a la Gloria: se fue Luis Kalaff
Permitan, ya que no poseo una guitarra, que pulse una lágrima, una lágrima tan grande como el guitarrón que es menester para cantarle a este cantor de cantores, a este trovador de trovadores.
He aquí que en el caluroso verano de la tierra que le vio nacer, hemos venido a despedir físicamente a alguien que se hizo un nombre que hoy abarca el universo musical, un nombre que repercute por lo menos en tres continentes y cuya obra extensa y a veces intensa, ha sido cantada o bailada por generaciones y se cantará y bailará mientras existan seres sensibles en el planeta.
El país ha ido despidiendo a sus más connotados creadores. Artistas de todos los órdenes, desde el arte llamado culto hasta el masivo de las piezas populares y en apariencia, apenas se han conmovido algunos de sus estamentos. Nos hemos acostumbrado a perder lo excelente sin que nuestras entrañas se conmuevan como debe ser.
Voy a citar sólo unos nombres: Mario de Jesús en México. Billo Frómeta en Venezuela. Bienvenido Brens, Juan Lockward y ahora Luis Kalaff. Hay más, brillantes, sin duda, pero los citados resumen un alto porcentaje de los creadores más connotados del estro popular. Aquellos cuyos nombres jamás podrán ser pronunciados irreverentemente, porque ellos, además de poner en alto a su tierra natal en el mundo, pertenecieron a esa élite de hombres que sin tener títulos rimbombantes, fueron, vamos a decirlo de una vez, nuestros auténticos poetas sentimentales. No es ocioso preguntar en este momento si los dos Macorís, el marino y el mediterráneo, cunas de De Jesús y residencia que fuera de Frómeta, si Puerto Plata la amada ciudad de Juan, y si Pimentel donde Bienvenido y Luis llegaron al mundo, ya tienen calles principales con sus nombres o siguen padeciendo el olvido y el malagradecimiento, como ha sido olvidado en esta ciudad capital un trovador de otra estirpe y otra galaxia, que fue Franklin Mieses Burgos.
Al lado de un Héctor José de Regla Díaz, cuyo primer libro, precisamente Mieses Burgos prologara, ellos relucen, y tanto las letras de sus canciones como la música, podrán adolecer de todos los defectos que los expertos puedan encontrar, pero poseen algo que nadie puede regatearles: tienen originalidad.
Salvo las canciones que Billo dedicó a Caracas, que todas tienen un mismo tono, cada canción suya, de Mario, de Bienvenido, de Lockward. Bullumba o Kalaff tienen música y tonos, matices y detalles con “historias” diferentes. Podemos pasar horas escuchando producciones de Luis Kalaff y cada una nos sorprenderá con melodías y expresiones distintas.
¿Cómo lo hizo? ¿Cómo lo hicieron?
Bien, aquí hemos venido ahora a despedir al último de los miembros de ese batallón, al que quizás resuma el más auténtico sentimiento popular, porque Luis tenía ese toque mágico de llegar directamente, con palabras sencillas que todos podemos entender, al fondo mismo de los dramas sentimentales: Al corazón del pueblo.
A lo largo de nuestra vida hemos visto que sus canciones las disfrutaban todos los estratos sociales, desde el tugurio donde la vellonera no se cansaba de repetir Aunque me cueste la vida con Alberto Beltrán o Pedro Infante, la Melancolía, El Cuartito o Amor sin Esperanza, de Panchito Riset, Limosnero de amor de Carlos Pizarro, a los salones más exclusivos donde sus boleros eran bailados o escuchados con reverencia, como Mi Gloria, en las voces de Lope Balaguer o de Pedro Vargas.
Los de mi generación que con sus canciones dimos serenatas y llegamos directamente al fondo del alma de la enamorada de turno, podemos acusarlo si nos fue mal en la unión con aquella, o agradecerle si nos fue bien, de ser culpable por sus pegajosas melodías y sus letras oportunas para expresar lo que sentíamos.
Ahora, precisamente que venimos a despedir al más prolífico compositor musical dominicano (no hay estadísticas; pero podríamos adelantar que dudo mucho que alguien le supere. Una vez nos dijo que tenía mil quinientas registradas. Si no es un récord, debe estar cerca de ello), es el momento de complacerlo. Siendo yo nativo del solar donde enterraron su ombligo, cada vez que se anunciaba que le haríamos algún homenaje, nos decía: “Y a mi hermano Bienvenido. Si no lo invitan a él, no voy.”
Aunque su música está registrada y él recibía emolumentos, también nos dijo que nunca había cobrado en el país a ningún artista por cantar sus canciones, ni había recibido jamás un centavo por ese concepto.
Precisamente, antes de expresar a nombre de su familia, de nuestro pueblo y del país, las palabras de despedida y dar gracias a todos los que de un modo o de otro se han unido a nuestro dolor frente a su ausencia, voy a leer a ustedes lo que escribí cuando murió su colega eterno, que titulé: A Bienvenido Brens y Luis Kalaff.
«En una misma semana fui testigo de dos acontecimientos contrapuestos. El martes 16 de enero el Banco de Reservas rindió un homenaje a Luis Kalaff poniendo en circulación un disco contentivo de composiciones suyas en voces nacionales e internacionales y el miércoles 17 en la noche cerró sus ojos el gran compañero suyo, Bienvenido Brens (Pimentel, 30 de julio de 1925 – Santo Domingo, 17 de enero de 2007).
Para nosotros los pimenteleños, ese par de músicos han constituido nuestro mayor orgullo en cuanto a la música popular se refiera. Vestidos correctamente, jamás salieron a la calle desde que los conocí, sin saco, sin corbata y sin sombrero; podían llegar al fondo del gusto popular, pero vivieron como caballeros y como caballeros se fueron dos y se irá el último de este mundo. Ambos han sido excelentes guitarristas y compositores con fama internacional bien ganada.
Kalaff nos contó sus inicios desde que era un muchacho de 14 años, aprendiz de carpintero, haciendo su primera guitarra en Casa de Alto, una sección de su pueblo con maderas de una caja de manzanas. Brensito (como en mi pueblo llamamos a Bienvenido hijo), al igual que su padre de igual nombre, de su tío Fano y de otros parientes oriundos de La Vega (donde se dice que el apellido real era Brenes, pero algún oficial civil omitió la e), llegaron al Barbero de las leyendas con sus hijos y allá se quedaron, construyendo la mayoría de las casas y los tanques para el agua lluvia de nuestro pueblo y lugares aledaños.
Recuerdo al padre de Brens, Bievenido Brens Galán, un venerable señor que cantaba con una voz dulce, y que ya octogenario solía dar serenatas a sus amistades.
De Luis Kalaff y de Bienvenido Brens hijo, recuerdo una visita a mi padre que era oriundo de Bánica, para que les dijera dónde podían conseguir letras y ritmos tradicionales de carabinés y mangulinas. Y fueron a la frontera. Ese fue un rescate de nuestro folklore que el país no tiene con qué pagarles.
Autores de salves y merengues, de boleros y canciones que hemos cantado generaciones y generaciones, sus nombres están inscritos por derecho propio en un lugar señero de nuestro arte popular.
Una vez, cuando ya habían conformado el Trío Alegres Dominicanos con Pablo Molina (que sustituyó a Luis Manuel Meregildo, Luis Consumo, que fue el original, pero por no disgustar a su esposa, no los siguió), se aparecieron en Pimentel con Héctor J. Díaz y se pasaron una semana en una sola parranda en el Hotel Broadway de Troy Álvarez, y dejaron una estela de romanticismo que recogieron los bohemios locales alimentando emulaciones. Recordando que cuando Petán Trujillo llevó a Eva Garza con un mariachi mejicano y el trío Janitzio al Club Pimentel, Inc.. donde empezó la leyenda, al verlos aparecer revestidos de la bandera nacional (justificando lo de 3 Alegres Dominicanos) cantando frente a Petán Trujillo, este se los llevó a Bonao a su Voz del Yuna..
Ambos cultores de la canción vienen de hogares humildes, y con sus guitarras formaron familias. Bienvenido, menos bohemio, más de su hogar, y Luis Kalaff obligado a beber por los dos (sobre todo su inseparable whisky White Label, que según él, lo conservaba). y a realizar las aventuras románticas que aparecen en sus canciones, que aún a sus noventa y pico de años mantiene el mismo espíritu. Bienvenido estuvo postrado desde hace dos, recluido en su hogar.
Ahora se han separado, pero tanto su ejemplo de devoción a la música como sus trayectorias de triunfos, han servido para que generaciones de pimenteleños hayan querido seguir su ejemplo: El culto a la guitarra y a la canción, han sido y son signos indelebles de esa herencia bohemia que distinguirá a nuestro pueblo siempre.
Algún día caminaremos por las calles que lleven sus nombres, y alguna vez en una de las plazas se erigirán las estatuas que merecen y que tanto regateamos a las glorias nacionales.
Por eso, ante el tránsito de Bienvenido y el regreso a Estados Unidos del andariego impenitente que es Luis Kalaff, que nunca sabe dónde tendrá la noche siguiente su cabeza en una almohada, a uno vamos a desearle la paz eterna, y al otro muchos años de afanes y creaciones.»
Hoy están en el mismo barco eterno, bogando juntos por el río de la eternidad, donde sus canciones y sus melodías fluyen y fluirán uniendo parejas, arreglando amores desgraciados o haciendo llorar a los enamorados de todos los tiempos y lugares, aprovechando nosotros para despedirlo con las notas de este guitarrón sombrío con el cual tocamos este adiós.
A nombre de sus hijos, de sus demás familiares y amigos, y, como dije, del pueblo de Pimentel, al decirle adiós al Maestro, al músico, al poeta, al trovador que llevó grabado en su pecho el nombre de la mujer amada con sangre de su corazón, quedando a la orden de todos los bohemios para que sigan recordándolo, repetimos el agradecimiento por las manifestaciones populares de duelo, y como hemos hecho esta mañana, solo vamos a pedirles, que en su nombre no guarden luto, que desempolven sus viejas melodías y las difundan por las ondas o por los vecindarios, que el mayor homenaje a un creador de su estirpe, es el de seguir escuchando y editando sus canciones mientras existan parejas enamoradas en el planeta. Concluyendo mis palabras pidiendo que cantemos, con la Melancolía de lugar, a Mi Gloria, como anticipo del lugar que le espera, si no en el más allá, aquí, en el más acá, donde hace tiempo que la tiene asegurada en el corazón y en el espíritu de muchas generaciones.
Santo Domingo, Cementerio de la Máximo Gómez, el 4 de julio 2010.
La fotografía