-A Federico Alberto Cuello Camilo
Cuando tenía 14 años había terminado la intermedia, en la escuela México de Santiago, situada en la calle 16 de agosto esquina Sánchez. Nuestra familia tenía estrechez económica, la situación no me permitía continuar mis estudios, decidí trabajar. Mi madre Graciela Cerda me consiguió un trabajo en la Farmacia Caridad, de mensajero, con un sueldo de 4 pesos con 20 centavos a la semana.
Comencé a trabajar a los 8 años de edad en una fábrica de chocolates, después fui limpiabotas, ayudante de albañil, aprendiz de zapatería, repartidor de periódicos, aprendiz en la sastrería La Estética, de Marino Castellanos, situada en la Calle San Luis esquina Beller, y otros trabajos.
Nuestra familia vivía en la Calle Arté No. 28, del barrio Baracoa, cerca de la Iglesia San José de las Montañas.
Instalado en mi nuevo trabajo, hablé con el presidente de la empresa Don José María Hernández, y le manifesté que quería estudiar de noche, en la Academia Santiago, que dirigía el Profesor Antonio Cuello. Entre ellos decidieron que la empresa pagaría un 50% y la otra parte era una beca que cubría la Academia.
Inicié mis estudios en la Academia Santiago, en la tanda nocturna, de 7 a 10 de la noche. En esa época todos los estudiantes íbamos a pies, Santiago era un espacio reducido, todos los muchachos íbamos a todas partes caminando. El horario de trabajo comenzaba a las 8 de la mañana, que se interrumpía al mediodía, pues todas las personas comían en sus casas, y en la noche iba a estudiar.
Yo había estudiado en la Escuela México, cuya directora era la Srta. Blanca Mascaró, tuve profesoras como Doña Ana Pepín de Gómez, Rosalina Tolentino, Flor de Valentín. Fui condiscípulo de Hito Betemit- Abigail Cruz Infante, Domingo Saint-Hilare, Delmonte y Consuegra, Johamme Streese, Jacinto Domínguez, Sergio Martínez, y otros jóvenes muy talentosos.
El profesor Cuello todas las noches, antes de comenzar las clases daba una pequeña charla, con mensajes de aliento, entusiasmo y orientación a todos los participantes, después cada uno a su respectiva aula.
Al profesor Cuello le interesó mi participación como estudiante, quizás por la edad, lo pequeño de estatura y delgado, se encariño, y no permitía que mis compañeros o profesores mi llamaran “mensajerito”.
En mi puesto de trabajo estaba también la Srta. Grisanty, ex alumna del profesor Cuello y quién la recomendó para el cargo de secretaria ejecutiva. Ella luego se casó con el Ingeniero Alfredo Manzano.
En la academia se estudiaba 4 semestres; los temas principales eran mecanografía, taquigrafía y contabilidad, pero el Profesor Antonio Cuello daba cultura general. Otros de los profesores eran José Ordeix, el profesor Federico Izquierdo, Mary Jerez, el profesor Ventura, y otros.
En la primera clase, el profesor Cuello nos explicó a sus alumnos, que la filosofía de la Academia Santiago era ayudar a formar a los jóvenes estudiantes para que pudieren encontrar un bueno trabajo, o mejorar su calidad en los que estaban trabajando, era formar para el futuro, para que fuéramos mejores, en la vida laboral y familiar.
Yo frecuentaba la Librería Santiago, que estaba debajo de la Academia, compraba libros, pues siempre me interesó la lectura. Ahí compre “El Coraje de Vivir” y “Cuerpos y Almas” de Maxence Van der Meersch, “El Hombre Mediocre”, de José Ingenieros y Mademe Bovary, de Gustave Flaubert.
El profesor Antonio Cuello era el autor de todos los libros con que se enseñaban las asignaturas en la Academia Santiago; Manual de Mecanografía, Manual de Contabilidad, Ortografía práctica y prosódica.
El profesor Cuello me habló sobre la Acción Católica, me dijo que él era uno de sus dirigentes en Santiago, que además participaba en el cooperativismo, que eran, después de la educación, actividades que el desarrollaba en Santiago. En mi edad eran cosas mayores, pero después me sirvieron para mi formación.
Nos relató a sus alumnos una experiencia que vivió en esos días, en el cooperativismo.
Un cooperativista, que era dueño, o alto empleado, de una farmacia, situada en la calle El Sol, al lado de la tienda “El reguero”, de Chong García, realizó una acción que conmovió a muchas personas…
El reglamento de la cooperativa decía, que si un miembro fallecía, le entregaban a su familia tres veces lo que él tenía ahorrado. El señor tomó un préstamo de una alta suma de dinero, lo depositó en su cuenta de ahorros, y se envenenó… para que su familia fuera beneficiada con una buena suma de dinero.
El profesor Cuello nos habló de esa experiencia en el cooperativismo en Santiago, luego se refirió a la ética, el comportamiento de la moral en casos difíciles. Fue una charla que nunca he olvidado…
La empresa J.M. Hernández, situada en la calle El Sol, esquina Duarte, propietaria de la Farmacia Caridad y de un gran laboratorio farmacéutico, donde se fabricaban alrededor de 100 artículos y productos, donde yo trabajaba, se reestructuró, crearon un departamento especializado que se llamó “Exclusividades”, dirigido por Roberto Hernández Asensio, hijo del propietario. Ahí fuimos a trabajar la Srta. Grisanty, Bincho Lefeld Saleta, Roberto Hernández Asencio, y yo.
Recuerdo entre los empleados de la Farmacia Caridad estaban Doña Cucha Gómez, Doña Helena y su esposa Numa, Leticia MacDougal, José Hall, Hipólito Rodríguez, Eduardo García, Apolinar Cerda, Baldomero, Alejandro González, Hadarina Hernández, Fellita, Pilarte, El Chino, Hidalgo…
Pasé de ser un mensajero para integrarme a un equipo superior, como secretario, oficinista. Ganaba 5 pesos semanales. Había aprovechado la mecanografía que aprendí en la Academia Santiago, y otras técnicas de trabajo.
El profesor Antonio Cuello fue una vez a visitar la oficina de “Exclusividades”, y le dijo a Roberto Hernández Asencio, “He visto que el que fue mensajero, ahora es oficinista”
En el orden personal, del profesor Cuello recibí las primeras nociones del cooperativismo, por ser menor de edad no pude practicar sus orientaciones en esa materia. De él también escuché hablar a un laico sobre la Doctrina social cristiana, en especial de la acción católica.
Cuando iba a concluir el último semestre en la Academia Santiago, se presentó en la empresa J.M. Hernández, un conflicto interno, y uno de los principales accionistas Don Raymundo Hernández (Don Mundito), se separó y se trasladó a Santo Domingo, a dirigir la empresa La Química, C. por A. El me invitó a trasladarme a la capital, y con el consentimiento de mis padres vine a trabajar a esta ciudad.
Estaba atraído por las novedades que se presentaban en la capital, en ocasión de la celebración de la “Feria de la Paz”, acontecimiento nacional que quería conocer.
Mi primera experiencia en Santo Domingo fue participar en una Cooperativa de consumo, que existía en la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús, y el mismo día que me presenté y dije que era contable, inmediatamente me designación tesorero, pues el titular era analfabeto. Gracias a las orientaciones del profesor Cuello, yo podía desempeñar esas funciones, por las orientaciones que él me brindó.
En la empresa “La Química” tenía problemas económicos, pues me pagaban 40 pesos mensuales, y debía pagar 35 pesos en la “Pensión”, donde me alojaba, que incluía dormitorio, comidas, lavado y planchado de ropas.
En el periódico El Caribe salió un anuncio solicitando un empleado para llevar un tarjetero, era de la Empresa Mercantil Antillana. Acudí a la cita y el Señor Barros me dijo que habían cuestionado a cinco aspirantes a ese cargo, ninguno sabía de lo que se trataba.
En la Academia Santiago, y en mi puesto en la Farmacia Caridad, había aprendido teórica y prácticas de cómo llevar el control de las mercancías, la existencia, los costos y precios de ventas. Convencí a Sr. Barros y de inmediato me dieron el puesto, con el doble del sueldo que tenía en La Química. Gracias a los conocimientos de la Academia Santiago.
Ahí conocí a varias personas inteligentes, como Rafael Teijeiro y su hijo Rafaelito, Modesto Arostegui, Moreira, Lockuard, y otros. Los jefes eran gallegos.
Como el Profesor Cuello me había orientado sobre la acción católica, seguido me instalé en la capital busqué, encontré la Juventud Obrera Católica (JOC), entré como pre-jocista, me hice militante, y luego Presidente de esa organización, que me ha ayudado en el transcurso de mi vida a tener un método de trabajo, una mística, y una formación social con principios, valores y ética cristiana.
Por circunstancias de la vida, ser rebelde ante la tiranía, tuve que salir al exilio en la era de Trujillo, me instalé en Nueva York, donde fui presidente de la JOC para hispanos, viajé como exiliado a Costa Rica, Cuba, estudié sindicalismo en Puerto Rico y en Venezuela, me capacité como dirigente sindical, comprometido con el sindicalismo cristiano, hasta la fecha.
Cuando regresé del exilio, en enero de 1962, participé en la creación de la Confederación Autónoma de Sindicatos Cristianos (CASC), junto con Henry Molina, Gabriel del Río, Porfirio Zarzuela, Jorge Cruz Reyes y otros jóvenes sindicalistas, y nuevamente me encontré a Don Antonio Cuello, como Presidente de la empresa Editorial Duarte, donde hicimos el Sindicato de Empleados de la Editorial Duarte, que funcionaba en la Librería Duarte, de Santo Domingo y la librería Santiago.
Nuestro encuentro esta vez era obrero-patronal.
En ese sindicato participaban muy buenos dirigentes, entre ellos; Abrahan, Ovidio, Doña Luz del Carmen de Madera, esposa de Freddy Madera, quién llegó a ser miembro del Comité Ejecutivo Nacional de la CASC. En la librería Santiago estaba el sindicalista apellido Chicón.
Cuando los miembros del sindicato decidieron crear una cooperativa, el más entusiasta, quien hizo el primer aporte voluntario, fue el Profesor Cuello.
Las relaciones con el profesor Cuello fueron excelentes, aunque desde distintas posiciones obrero-patronales, siempre lo respeté como mi profesor. Fírmanos un Contrato colectivo de condiciones de trabajo, donde él facilitaba los acuerdos, siempre decía que trataba a sus empleados como Personas Humanas.
Cuando viajé en 1992 a Europa para radicarme en Bélgica llevé tres libros; Uno de Cándido Gerón, sobre pintores dominicanos, otro de Frank Moya Pons, sobre historia dominicana, y uno del profesor Antonio Cuello sobre proverbios y aforismos…
Como discípulo, pupilo del profesor Antonio Cuello, desde la Academia Santiago, hasta nuestras relaciones obrero-patronal debo recordarlo como un maestro, orientador, hombre de principios, humanista y ejemplo en todas sus actividades.
Así recuerdo a mi profesor don Antonio Cuello.