El mundo de las ciencias sociales se encuentra de luto por el fallecimiento de una de las mentes más elegantes de la posguerra: Kenneth Neal Waltz. El fenecido autor es reconocido como una de las voces más influyentes en el estudio del comportamiento de los Estados en el orden internacional. Un rasgo en el que muchos ex alumnos de Waltz parecen coincidir es en su capacidad para encontrar una aplicación práctica a la teoría de las relaciones internacionales que propugnaba.

El neorrealismo de Waltz reinventó el realismo clásico del inmortal Hans Morgenthau para definir el comportamiento de los Estados en función de las limitaciones y características estructurales propias del sistema internacional y no la naturaleza humana, elemento esencial de la tesis de Morgenthau. La grandeza de sus argumentos fue su sencillez y elegancia. La idea central de su tesis es que la naturaleza anárquica del orden internacional obliga a los Estados a maximizar constantemente su poder para impulsar agendas nacionales. En efecto, cuando en el plano político doméstico surgen situaciones que amenazan la seguridad colectiva siempre es posible recurrir a una autoridad que garantice el orden y mantenga un monopolio, en términos weberianos, de la coacción legítima. Sin embargo, en el plano internacional no existe una verdadera autoridad que garantice la seguridad colectiva por lo que los Estados tienen enormes incentivos para invertir en su capacidad defensiva u ofensiva.

En otras palabras, la ausencia, al estilo Leviatán de Hobbes, de una autoridad real en el orden internacional crea un vacío anárquico en el que el poder es el objetivo y al mismo tiempo valor más importante que persiguen los Estados.  Dicha naturaleza anárquica del sistema internacional es lo que Waltz, en la que muchos consideramos su obra maestra- El Hombre, El Estado y la Guerra– asevera es la mejor forma de entender el origen de las guerras entre Estados. Por ello, él fue un acérrimo defensor de la proliferación nuclear durante la guerra fría por entender que garantizaba la estabilidad del sistema: para el autor el costo de iniciar una guerra nuclear era tan alto, que ningún Estado tomaría el primer paso. Por ello, en su tesis, mientras más armas nucleares más estabilidad.

Si bien el neorrealismo de Waltz atrajo un enorme número de críticos, su capacidad explicativa más que predictiva del comportamiento de los Estados es muy poderosa. No obstante, la principal virtud de su tesis es al mismo tiempo su pecado original. En efecto, cuando el orden internacional es solo entendido en función del interés individual y la maximización del poder de los Estados, se pulveriza inmediatamente cualquier esfuerzo por construir instituciones supranacionales que garanticen un orden medianamente justo para todos los países. Asimismo, su visión del mundo ignora los actores no estatales en el orden internacional como las corporaciones, las organizaciones no gubernamentales y el crimen organizado. Bajo la lógica de Waltz la cooperación internacional solo sirve para impulsar los intereses particulares y las agendas nacionales de los actores más poderosos en el sistema. Por ello su construcción argumentativa nos puede llevar a obviar  la gran importancia de las organizaciones internacionales y sus valores para definir y coordinar esfuerzos globales sobre temas colectivos como el calentamiento global. Intervenciones humanitarias como las realizadas en Ruanda, Somalia y Haití no podrían ser bien entendidas bajo la construcción teórica de Waltz.

Hoy todos los que nos inclinamos por la corriente realista del estudio de las relaciones internacionales celebramos el legado de uno de los cientistas políticos más respetados e influyentes de la posguerra. Quizás muchos acontecimientos recientes desafían la visión de Waltz del mundo pero es imposible negar que sus ideas revolucionaron el estudio de las relaciones internacionales y todavía hoy sirven de guía para explicar las acciones de muchos Estados. La ausencia de una intervención directa en Siria es un buen ejemplo.