Hace siete años, El Caribe publicó una breve nota sobre la preservación en Tamboril de una ceiba que se cree milenaria, alrededor de la cual autoridades del Ministerio de Medio Ambiente y miembros de la Sociedad Ecológica del Cibao, celebraron entonces el Día del Árbol. La conservación de este hermoso ejemplar de la flora dominicana, de 7,850 metros cuadrados de superficie y un radio de 50 metros con un tronco de 18 metros por la condición tubular de sus raíces, guarda toda una historia, de amor y cuidado de la naturaleza.
Tras leer la nota, escrita por un reportero del diario, la señora Julia Dolores Jiménez me escribió un correo contando décadas atrás, en el año 1940, los doctores Manuel Grullón Rodríguez Objío, padre del banquero Alejandro Grullón Espaillat, y su padre José de Jesús Jiménez Almonte, daban un paseo por la zona cuando unos campesinos “hacha en mano, se disponían a cortarlo para hacer carbón. Para evitar su destrucción les pagaron 30 pesos, mucho dinero en la época, hicieron una cerca, colocaron un letrero sobre la propiedad y educaron a los residentes del vecindario sobre la importancia de cuidar la naturaleza.
En su breve comunicación, la señora Jiménez recordaba que por años su padre solía llevarla a la ceiba donde ambos disfrutaban de “su sombra y belleza”.
Esta sencilla y conmovedora historia de amor y respeto al medio ambiente, me recordó la ocasión en que el señor Alejandro Grullón Espaillat me llamó para expresarme su preocupación por la amenaza que años atrás corría una especie autóctona de la región oriental, la Flor de Bayahibe, y el empeño y las horas que, luego comprobé, ese pionero de la banca privada dominicana dedicó a su preservación. Ambos casos son excelentes ejemplos de lo que el sentido de responsabilidad de los ciudadanos puede hacer por el futuro del país.
¿Cuántos con el paso de los años no se habrán cobijado bajo las sombras de esos árboles?