Aunque para algunos todavía sea un coloso de la historia, la importancia de Cristobal Colon debe ser reinterpretada. Ya en la entrega anterior se desglosaron los argumentos por los cuales Colon no merece el Faro que nuestro país le ha dedicado. En esta ocasión sugerimos como reconvertir creativamente ese monigote y su amplio entorno para celebrar nuestra nacionalidad, apelando a un elenco equilibrado de nuestras raíces históricas. A continuación se esbozan las pinceladas maestras de un rediseño del complejo que lograría el doble objetivo de servir de asidero a nuestra identidad nacional y, a la vez, proyectar su prosapia como el gran atractivo turístico de la Ciudad Primada de America.
Centrar el rediseño en su conversión a una Plaza de la Dominicanidad para enaltecer nuestra nacionalidad estaría plenamente justificado. Nuestra Ciudad Colonial, la principal reliquia de nuestro patrimonio histórico, no logra ese cometido porque los vestigios históricos que contiene destacan solamente los hitos, hechos y personajes de esa época de vasallaje. Por eso no es posible encontrar ahí monumentos o sitios relativos a los indígenas que habitaban la comarca cuando Bartolomé Colon fundó la ciudad de Santo Domingo. (La estatua de una indígena genuflexa postrada bajo la estatua de Colon próxima a la Catedral se erige como el único vestigio.) Y brillan por su ausencia las señales de los esclavos africanos que comenzaron a llegar en 1502. Solo un callejón de Santa Barbara que lleva el nombre de La Negreta le rinde un anónimo homenaje a ese importante linaje de nuestro pasado.
Los parámetros del diseño del nuevo complejo no son difíciles de imaginar. El primer gran lineamiento seria que el nuevo complejo sea complementario y armónico con la Ciudad Colonial, realizando las obras necesarias para vincular físicamente ambos entornos a través de un corredor subterráneo de vidrio acrílico, un puente o un teleférico que una las dos orillas del Ozama. (Una evaluación técnica determinaría cual es la opción preferible.) De la Plaza de la Dominicanidad y la Ciudad Colonial deberá entonces emerger, en la mente del visitante nacional y del turista, una imagen histórica completa de nuestra nacionalidad. Es decir, el alcance de sus componentes debe partir desde nuestros orígenes indígenas hasta llegar al Siglo XX. Eso significa que deberán exhibirse elementos de los ejes étnicos troncales de los indígenas, los europeos y los africanos y de los hitos más importantes de nuestra historia.
El segundo lineamiento es que se exhiba y rememore solo aquello de lo que debemos enorgullecernos. Debemos enorgullecernos, por ejemplo, de que fuimos la cuna de la doctrina de los derechos humanos a partir del Sermón de Adviento, pero no de que los encomenderos se ensañaran contra los indígenas y esclavos africanos para beneficio propio.
El estatuario a ser desplegado en el complejo también debe obedecer ciertos lineamientos consensuados. Las estatuas deben ser de personajes representativos de diferentes etapas de nuestra historia, aunque las mismas solo pueden representar los hitos más importantes. Eso significaría no solo incorporar estatuas de personajes de la época colonial, sino también de la epopeya de nuestra Independencia, de la Restauración y los episodios posteriores donde resurgimos como nacion independiente después de estar comprometida nuestra soberanía (1916 y 1965). Asimismo, debemos incluir personajes nuestros con proyección antillana (Maximo Gomez, Hostos), continental (Pedro H. Ureña) y mundial (Oscar De la Renta).
La decisión fundamental en materia de estatuario seria la erección de una estatua de Juan Pablo Duarte de dimensiones similares a la del mongol de la foto de más abajo. La misma se montaría en el extremo este del entorno del Faro y ocuparía una parte del límite oeste del Parque del Este. Tal dimensión no solo es merecida por nuestro Padre de la Patria, sino que jugaría el rol de opacar la majestad del Faro y su principal huésped. La dimensión también aseguraría que el área total resultante pueda llamarse Plaza de la Dominicanidad. Y en los alrededores adyacentes de la estatua se erigirían estatuas más pequeñas que conmemoren a Rosa y Vicente Celestino Duarte, dos hermanos del patricio que fueron fusilados inmisericordemente por Santana. Solo así puede la nacion dominicana rendir el tributo que se merece esa valerosa e icónica familia.
Ideal sería, por otro lado, mudar la estatua de Montesinos para ubicarla en la rotonda de la Avenida Iberoamérica ubicada adyacente al Faro. Con dimensiones similares a ella se desplegarían, en el semicírculo del perímetro del Faro, estatuas de los caciques Anacaona y Caonabo y de Enriquillo para representar el legado indígena. Para representar nuestra herencia africana se erigiría también un monumento a la rebelión de los esclavos wolof en 1522 –la primera en America– y una estatua de Sebastian Lemba Calembo en 1547. El complemento estatuario entonces seria dedicado a Sanchez, Mella y Luperón. Cada estatua o monumento tendría adyacente una edificación museográfica donde se vendan folletos y suvenires conmemorativos, además de fotos y otras piezas museográficas.
El edificio mismo del Faro sufriría pocas intervenciones. En el exterior podría pensarse en reemplazar algunas de las ventanas cuadradas que conforman sus paredes por ventanas de cristal para permitir la entrada de los rayos del sol durante el día. Los reflectores del sistema de luces serian alimentados por un sistema de paneles solares para no interferir con el suministro de energía eléctrica de los barrios circundantes. Pero sus haces de luz se dedicarían a iluminar las estatuas durante la noche, especialmente la de Duarte. En el interior del Faro, finalmente, se dedicaría un ala de sus salas a una museografía indígena y la otra ala se dedicaría a una museografía de los esclavos. El sepulcro de Colon se dejaría dónde está, con o sin los huesos auténticos del Gran Almirante. Pero se crearía además dentro del Faro el suficiente espacio de oficina para gestionar todas las exhibiciones/operaciones de la Plaza de la Dominicanidad, incluyendo espectáculos artísticos que pudiesen presentarse eventualmente en las amplias escalinatas del Faro.
Para llevar a cabo las obras propuestas el Poder Ejecutivo decretaría la conformación de un Patronato de la Dominicanidad integrado por personalidades civiles y los funcionarios pertinentes. El Patronato establecería entonces un Plan de Ejecución con su respectiva unidad de gestión, siendo su ejecutivo un profesional competente escogido por concurso. El financiamiento de las obras completas provendría de las indemnizaciones que Odebrecht tendrá que pagar al Estado Dominicano por las sobrevaloraciones de obras y los sobornos, impartiendo así una dosis de dignidad adicional al recinto. Nuestra dominicanidad se debe distinguir por la probidad y las presentes y futuras generaciones deberán valorar ese rasgo por siempre.