La primera exhortación pastoral "Evangelii Gaudium" del Papa Francisco, emitida en noviembre pasado, ofrece pistas para predecir cuál debe ser el actuar del primer cardenal haitiano. Dos ideas del documento papal nos han llamado particularmente la atención. La primera es la exhortación hecha por el Papa en el no. 51 del texto a "todas las comunidades a tener la atención constantemente despierta a los signos de los tiempos". La segunda, presentada en el no. 16, es el divorcio con la excesiva centralización del Vaticano sobre "todas las cuestiones relativas a la Iglesia y al mundo." El obispo de Roma no pretende sustituir a los obispos locales en el discernimiento de los problemas que conocen sus respectivos territorios. Más bien, él ve "la necesidad de avanzar en una ‘descentralización’ saludable".
De ahí que surjan dos preguntas: ¿Cuáles son los "signos de los tiempos" en Haití? ¿Qué significa una “descentralización saludable” para la Iglesia haitiana?
Una respuesta a la primera interrogación debe encarnarse en la realidad social y política de Haití. De hecho, la situación política que atraviesa el país desde siempre y que se ha visto agravada por el terremoto del 12 de enero de 2010, interpela la conciencia de cada cristiano y en particular la del cardenal, ya que sirve al Dios del Éxodo, Él "que vio la miseria de su pueblo, que oyó sus gritos, que conoció sus sufrimientos, que bajó del cielo para liberarlo de la mano de sus opresores y hacerlo pasar de ese país a una tierra donde manan leche y miel".
El país vive una serie de crisis económicas que no son nada más que el reflejo de crisis más profundas. Desde el año 2011, un tercio del Senado cuyo mandato llegó a su fin no ha podido ser renovado debido a las maniobras del poder ejecutivo que le juega a los parlamentarios un juego de pícaros en el cual estos últimos no son menos buenos. (Esperamos que la nueva dirección tomada a principios de este año por los distintos actores para renovar el tercio del Senado dé resultados y que las elecciones sean una referencia en la transición democrática del país.) Las rendiciones de cuenta de los gobiernos, que se presentan anualmente, pertenecen, en gran parte, a lo que yo llamaría "estadísticas puras", puesto que no guardan ninguna relación con la realidad del país. La administración pública, siendo altamente patrimonial y pre-moderna, es quizás el cáncer más pernicioso del Estado, ya que éste imposibilita la lucha contra la corrupción, pone al país en rojo en todos los informes internacionales, y reduce cuando no elimina capacidad para atraer a inversionistas y donantes internacionales. Desde el siglo XVIII, la administración pública se ha vuelto racional y sistematizada (e informatizada desde la segunda mitad del siglo pasado); mientras que Haití está muy lejos de todo eso, pese a los esfuerzos del gobierno en este sentido, pero muy mal orientados.
En cuanto al Estado de derecho, piedra angular de las sociedades actuales, es otro cáncer que resulta de la falta de voluntad política, del espíritu dictatorial y cacique que ha afectado a todos los dirigentes haitianos, y que es también corolario del caos administrativo mencionado anteriormente. Detenciones ilegales siempre han marcado la historia de Haití, antes, con y tal vez después de Martelly, ya que se necesitan hombres como Mandela o Gandhi para revertir el sentido de las cosas, o un grupo de jóvenes convencidos y bien intencionados, como fue el caso en Atenas después de la guerra del Peloponeso o más cerca de nosotros, la primavera árabe en 2010-2011. La ausencia del Estado de derecho en Haití hace que cada año, las manifestaciones inundan las calles de Puerto Príncipe y las ciudades provinciales, donde el pueblo va destruyendo lo poco que queda después de seísmos naturales y políticos, lo poco que le pertenece.
Aparte del Nuncio apostólico, el cardenal, como primer representante de la Iglesia en Haití, deberá desempeñar un papel importante en la (re)composición del tejido social haitiano y llevar a los políticos a manifestar voluntad para el bien del pueblo. Pues, como lo dijo el Papa, "la redención [de Cristo] tiene un significado social porque en El, Dios no rescata sólo al individuo, sino también las relaciones sociales entre las personas".
Las declaraciones del cardenal Langlois del lunes 13 de diciembre retoman las preocupaciones de la Iglesia en general, y las del Papa en particular. El actual obispo de Les Cayes declaró que: "si hay que iluminar la política, se lo hace. Cuando se debe enseñar a la sociedad cómo comportarse, se lo hace”. Con estas palabras, el cardenal pone sus prioridades "la paz y el diálogo social", respondiendo así a una de las siete preocupaciones de Francisco esbozadas en su Exhortación. Para que esas palabras vuelvan realidad, el cardenal tendrá que trabajar arduamente a través de la Conferencia Episcopal Haitiana (CEH), para crear este espacio de diálogo tendente a orientar la discusión entre las diferentes partes para una salida a esta crisis sempiterna que les cuesta tanto a los pobres de este país. El papel de facilitador de este órgano de la Iglesia no puede ser pasajero, sino debe mantenerse tanto que lo exijan los "signos de los tiempos" o las condiciones del momento. La Iglesia católica, dada la fortaleza de sus instituciones y de su larga tradición, que se remonta a más de 2000 años, tiene todas las características para dirigir el diálogo entre las partes, para la transición y la consolidación democrática en Haití, hasta que nuestras instituciones sean lo suficientemente sólidas y que las capacidades de diálogo de los actores sean bastante racionales, maduras, pro-haitianas y humanistas, para que estos últimos negocien sin la ayuda de intermediarios.
Además de este papel de facilitador del diálogo entre los poderes de la CEH y de este trabajo de vigilancia ciudadana en el que se esmeran algunos obispos y sacerdotes, por sus denuncias de la corrupción de las autoridades y de la miseria del pueblo, se espera que el Cardenal invite a la Iglesia a una mayor implicación en la educación, especialmente la educación superior. En efecto, la solución al problema de la cohesión social, es decir, de la ausencia o reducción de la exclusión y la desigualdad social (que se encuentran entre las principales causas de la violencia en el país), pasa necesariamente por la educación, ya que ésta constituye el fundamento y principio de la movilidad social y económica. Según los resultados de la encuesta sobre las escuelas católicas en Haití, llevada a cabo en 2012 por Catholic Relief Service y la Universidad Notre-Dame, la Iglesia católica posee el 15% de las escuelas, mientras que las instituciones estatales no representan más que el 12% del total. Cuando se sabe que las escuelas católicas se encuentran entre las mejores del país y que el resto ofrece, en su gran mayoría, une formación de pacotilla, lo que les valió en general, el título de escuelas de loterías, cuando se sabe también que 80 % de las estructuras escolares en Puerto Príncipe fueron destruidas por el desastre del 12 de enero, la Iglesia debe aumentar la cantidad de sus establecimientos para tener una participación más sustancial en la (re)construcción del país.
Además de las escuelas, la Iglesia habrá de ampliar la capacidad de la Universidad Notre-Dame. Durante mucho tiempo, Haití tendrá que mirarse en el espejo de la República Dominicana para su avance. A este efecto, la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) que tiene casi el 10 % de su estudiantado de nacionalidad haitiana, puede ser un modelo para la Universidad Notre-Dame. Esta institución fundada en 1962, enorgullece al pueblo dominicano, no sólo por sus impresionantes edificios y su gran capacidad de acogida, sino también y sobre todo por la capacidad innovadora de sus líderes en los programas y acuerdos con universidades extranjeras.
La Universidad Notre-Dame debería ser el instrumento por excelencia de la Iglesia para ayudar a la formación de la conciencia ciudadana haitiana. En efecto, "las universidades son un entorno ideal para pensar y desarrollar este compromiso con la evangelización de manera interdisciplinaria e integrada", escribió el Santo Padre en el No.134 de su Exhortación. En nuestra opinión, uno de los aspectos de la "evangelización integrada" es hacer del universitario o de la universitaria un buen ciudadano o una buena ciudadana. En esta perspectiva, el cardenal Langlois ha de poner al buen funcionamiento de la Universidad de Notre-Dame entre sus prioridades. Este trabajo dará sentido al del facilitador de diálogo de la conferencia episcopal. De hecho, el trabajo de este órgano como mediadora de negociaciones de los actores políticos será fructífero y completo, si este órgano de la participa concomitantemente a la implantación de estructuras y a la emergencia y consolidación de una cultura que hagan, a la larga, innecesario su labor de árbitro de diferendos. La enseñanza en la Universidad Notre-Dame debería ser el espacio privilegiado de la Iglesia para esta misión, ya que se desarrollaría en los graduados de dicha institución un gran sentido de civismo y de las ventajas y necesidad de convivir en una sociedad organizada donde las autoridades se preocupen para el bienestar de los ciudadanos y donde exista una corresponsabilidad humana y ciudadana.