La gran hazaña de Límber y después otoño, surge en la obra de Pedro Mir como texto crepuscular e imagen concentrada en la experiencia imaginaria y sobre todo poética. Tal y como hemos señalado a todo lo largo de estos ensayos, el texto funciona como organismo verbal expresivo y, en él se afirma una estética de la memoria dinámica del mundo social dominicano.

La obra historiológica, narrativa y poética de nuestro autor se ha gestado como suma de vectores intelectuales y en el orden de un discurso que se fundamenta en los estados sensibles y perceptivos de creación. De ahí que su interpretación de mundos sociales, históricos e imaginarios se orienten al fundamento crítico del ser-sujeto dominicano.

Basados en una lectura interna y contextual del texto histórico, poético y narrativo, podemos destacar que la experiencia literaria y artística del poeta se reconoce en una humanismo crítico lúcido, toda vez que su concepción de la palabra literaria se sostiene en una argumento sociocultural dialéctico y polivocálico, esto es, hablado, dicho y proyectado como lenguaje de creación, instrucción y posicionamiento real-imaginario.

Es importante destacar que el escritor cultivó desde muy temprano la música. Era pianista, pero también era pintor, sentía inclinación por las artes plásticas, principalmente por el dibujo y la pintura. La edición de Viaje a la muchedumbre de 1971 (Ed. Lucerna, Santo Domingo, 57 págs.) contiene siete dibujos que ilustran el libro. Si nos detenemos a examinar las ilustraciones de dicho libro podemos percibir la fina visión plástica del poeta-dibujante.

El dibujo visual acompaña el “dibujo verbal”, de suerte que, lo textual se vuelve visible y la visualidad ordena el espacio, el recinto, los tiempos de la imagen.

Significativo resulta en este sentido reconocer una fenomenología del acto estético-sensible en la prosa poética de Pedro Mir, toda vez que, como ya hemos argumentado, su registro y dinamismo creador participa de la vivencia literaria y de los transcursos y ritmos expresivo-verbales justificados por su discurso artístico y literario.

Tomando en cuenta un “orden de la memoria” el narrador y poeta dominicano crea algunos niveles de mímesis y poíesis  que resultan de su experiencia psicovital y ontológica. La datidad verbal convertida en imagen o presencia en La gran hazaña… sobrevive en el espesor de su cardinal a través de su voz interior y la voz exterior, siendo el signo poético-narrativo una materialidad que como inscripción pronuncia los estados y formas del ser. Veamos:

“y en su día el forastero envuelto ahora en la bruma de la evocación le propuso matrimonio inesperadamente  y aquello fue la cosa más absurda que pudiera imaginarse porque era sencillamente imposible como el rojo imponente que invadía el paisaje si apenas acababan de conocerse si apenas estarían juntos una breve estancia y sobre todo si este matrimonio debía celebrarse de acuerdo con la religión de la naturaleza profesada por él y también explicada por él según la cual la ceremonia debía celebrarse siguiendo el rito denominado del árbol maduro sin duda uno de los más bellos y originales de todos los conocidos y por conocer pues no incluía testigos ni oficiantes sino sólo un gran árbol ante el cual concurrían los contrayentes y allí intercambiaban juramentos y sortijas mientras se pronunciaban ciertas palabra sacramentales y se entonaban canciones litúrgicas compuestas para la ocasión por los mismos contrayentes y después de las naturales expresiones de alegría que indicaban el fin de la ceremonia quedaban ya rotundamente casados y libres para entregarse por fin al curso sacrosanto del orden natural y ante esa proposición inaudita además de pagana y a pesar de su poesía ella probablemente pensó que había sido inventada por él para seducirla y desde luego se puso encarnada y absorbió en sus mejillas todo el rojo circundante bajando la cabeza al tiempo que respondía apagada y temblorosamente no no no” (Ver, pp. 48-49).

En el citado fragmento, la subjetividad poético-literaria no agota el valor del mensaje, de suerte que, las mismas pautas temporales (y un día, ahora, una breve estancia, indicaban el fin), articulan gesto y voz en el relato y en sus estrategias discursivas. Lo cual produce una tensión, una impresión de realidad y un tiempo que se particulariza en la misma ontología del sujeto poético-narrativo:

“y entonces este frustrado contrayente que ahora vemos con la cabeza  reclinada y los párpados entornados para el vuelo y con un libro abierto en las rodillas apoyó blandamente el dedo índice y el dedo mayor de su mano derecha en la parte inferior de la barbilla de la muchacha e hizo allí una blanda presión para obligarla a levantar la cabeza y cuando tuvo sus ojos al nivel de su mirada le dijo con ternura pero con firmeza.

Ni las mujeres ni los árboles hacen resistencia al llamado de la naturaleza

Y ella permaneció unos segundos en silencio mientras él esperaba su respuesta y por fin ella le respondió

No confió en los árboles

Pero él hizo un gesto de aparente incomprensión ante el cual ella se sintió tal vez obligada a desarrollar con más claridad si pensamiento y agregó

Esos árboles que ahora están rojos dentro de poco tiempo se habrán secado y más tarde se volverán verdes y un día se llenarán de flores y todo eso significa que nunca serán los mismos y que no se puede confiar en ellos

Con lo cual ella quería darle un fundamento delicado a su negativa cono s le dijera

Si tú no fueras tan voluble como ellos me casaría contigo de inmediato

A lo cual él respondió

Nosotros en nuestro país celebramos este rito y la naturaleza nunca nos traiciona” (Ver, pp. 49-50).

Como podemos percibir en esta secuencia, los textemas que componen el tramado enunciativo citado, se orientan en un ritmo que articula todo el discurso narrativo en sus funciones comunicadoras, significantes y cohesivas, siendo así que entre el narrador, el narratario y la voz enunciadora se produce un sentido creador de un efecto y un marco de relato, donde lo ficcional impone su propio mensaje, tal y como podemos observar en el siguiente fragmento:

“pero ella sonrió amablemente y dijo eso también es natural porque allí los veranos son eternos y ahora aquí sentado el antiguo forastero pensaba en que ella entonces tenía razón y recordaba la profunda sinceridad que palpitaba en el rojo que teñía  su semblante y la veía inmóvil como era en aquel último otoño como si el tiempo no discurriera en su derredor como su aquellos árboles permanecieran eternamente rojos como si su bufanda envolviera un cuello siempre esbelto como si estuviera pensando una respuesta y como si esta respuesta estuviera saliendo de un mundo oscuro llamado Eneonó para entrar en un paraíso rojo llamado Eseisí pero esto era ya el recuerdo sino la fantasía y hay una edad en la cual los recuerdos nutren pero las fantasías envenenan y por eso se comprenderá que cerrara el libro que permanecía abierto en sus rodillas y se fuera a rebuscar a algún ligar recatado esos tesoros ocultos que el tiempo va llenando lentamente de riquezas evocadoras como postales y cartas flores marchitas pequeños pañuelos piedrecillas con iníciales dijes y colgantes y a veces fotografías evanescentes que lo devolvieron al lugar donde antes leía los versos de amor y resultaron ser algunas de las narraciones referidas en aquel otoño a aquella amiga lejana y recogidas más tarde quién sabe con que disponía poéticamente el rito del árbol maduro de acuerdo con los dogmas delicados de aquella religión de la naturaleza”  (Ibídem.).

Así pues, los ecos, los ritmemas y poetemas que en el relato ajustan, estructuran el espacio dinámico de la significación narrativa, desocultan los motivos primarios y complementarios de cada narratema en el contexto de la composición textual.

El gran plano-secuencia de la narración concluye así la parte titulada Otoño que cierra el tejido verbal de la manera siguiente:

“y por cierto una de aquellas historias fue contada como se cuenta del 1 al 15 pues no hay nada de que quien cuenta cuenta y en ella un personaje profundamente antillano llamado Gos vio interrumpida en su niñez la libertad más pura en los parques de las ciudades y en la paz de los bosques de su islita natal y embarcó en una goleta para conocer en nuestro país la vida adulta y con ella ese doble misterio que es el amor y el destino en forma verdaderamente enternecedora y fue así”. (Vid. p. 51).

Ciertamente, “quien cuenta cuenta” y en la “historia” de Otoño, la voz del narrador-autor también confirma sus huellas, signos y modos de vocalizar y resemantizar los núcleos de la ficción y sus modalidades expresivas, tal y como hemos podido leer en los conjuntos enunciativos de La gran hazaña de Límber y después Otoño.