Pienso tanto en qué esperar de un nuevo año. Son tantas las expectativas en el imaginario de la mayoría de las personas que habitamos el planeta. Tanta algarabía despidiendo el año viejo y felicitándonos porque llegamos al nuevo. Y no está mal, pues después de todo, superamos un año más en nuestra trayectoria por la vida; nos fortalecimos con las luchas y con las experiencias y pensamos que de alguna manera el nuevo año traerá mejores cosas y se realizarán algunos sueños.

Todo puede pasar. El año nuevo puede ser mejor que el anterior, como puede ser peor. Bien podrían realizarse metas que añoramos lograr en años anteriores y no conseguimos, porque aún en las peores circunstancias puede haber grandes realizaciones.

Qué es lo importante en todo caso? Tener esperanza, pero fundada no tan sólo en sueños, sino en determinaciones y en metas definidas con objetivos precisos y con instrumentos para empujar los sueños. Es cuestión de no esperar el año nuevo a lo que venga. Es programar lo programable y fijarse metas logrables a partir de lo posible.

Pienso que el nuevo año será difícil. No hay que ser adivino. Es entonces a partir de esa realidad, sin hacer abstracción de la misma que tenemos que ubicar nuestras metas y construir nuestro nicho para que no haya frustraciones y si posible, podamos obtener logros que quizás en otros tiempos no lo pudimos alcanzar. Por eso, el asunto no es cuestión tan sólo de suerte. Es de buena cabeza para enfocar lo que perseguimos y queremos. Desde luego, lo que llamamos suerte también entra en el paquete. Siempre hay algo que no podemos controlar o programar y aparece por bien o por mal. Es eso a lo que llamamos suerte buena o suerte mala.

Mi recomendación no se queda en lo meramente objetivo. En esta receta para un buen año está el elemento espiritual. Los que tenemos fe estamos convencidos que no es suficiente con la programación sino contamos con la ayuda de Dios o del Padre. A Él hay que encomendarle nuestros sueños y pedirle con fe que nos ayude a realizarlos. Él no nos abandona nunca. Se toma su tiempo, el de Él, pero siempre está ahí donde podamos encontrarlo. Nunca nos deja sólo y sin Él es bien difícil lograr algo.

Les cuento que he aprendido a seguir soñando aunque me hayan golpeado duramente. La vida no siempre nos sonríe en todo momento y en toda época. Hay tiempos buenos y tiempos malos y cuando una viene a ver, todo se voltea y se renueva la vida y se realizan los nuevos sueños. Eso es lo más agradable de la vida. Nada es absoluto, como nada es para siempre. Decimos que todo lo que va viene y así es la vida.

Así que, nada de pesimismo y nada de exceso de expectativas. Sería bueno combinar la objetividad con los sueños y al mismo tiempo con el trabajo y con la espiritualidad.

De todas maneras, en mi experiencia personal, lo más importante sigue siendo el honor y la familia y estar en paz con uno mismo.

Por otro lado, les cuento que pienso borrar todos los dolores de este año. A todos ellos las reciclaré y los intentaré convertir en sueños que puedan hacerse realidad.

No se equivocó Roberto Benigni al titular la película como: La Vida es Bella. Y a propósito: La mejor de las películas.

¡Venturoso Año Nuevo!