El tema de los tributos es un asunto difícil, pero es un tema tan común al hombre que nadie lo ignora, y de tal inclinación a conocerlo salen las más variadas teorías. Cualquiera con dos dedos de frente o menos y la vocación de sólo hablar de realidades en los mismos términos que Thomas Gradgrind, un personaje de “Tiempos Difíciles”, de Charles Dickens, puede llegar a los más elevadas posiciones y reconocimiento en las cuestiones tributarias.
El Sr. Gragdrind, decía Dickens, era un hombre de hechos y números. “Un hombre que arranca del principio de que dos más dos son cuatro, y nada más que eso y al que no se le puede hablar de que consienta de que puede ser algo más.” Con tal sentido de las cosas se trata hoy el tema de los tributos y saltan los números con tan imperturbable razón que se concluye que la evasión tributaria es de un 40%, en sólo un impuesto, el impuesto sobre las transferencias de bienes y servicios (ITBIS).
Los datos parciales suelen esconder la otra parte del total, pues poco se sabe de la evasión en el impuesto sobre la renta o de la evasión del selectivo al consumo o con respecto a todos los impuestos o cada uno de ellos.
Con la existencia de connotados incrementos patrimoniales, que no han pasado por el tamiz del cuestionamiento como ha sucedido con los imputados del caso Odebrecht, donde hay personas de sobrada honradez, hay riquezas que asustan por sus dimensiones en un país de pobres, y es observable como una realidad ostensible la heredad patrimonial hasta de los que formulan y cobran impuestos. Antes de hablar de las fallas del sistema tributario y de su incapacidad de cumplir con el principio de suficiencia sería bueno saber cuánto es la evasión en el impuesto sobre la renta.
Conocer los efectos de cada tributo como instrumento que persigue recaudar y otros fines, como redistribuir el ingreso, debe ser un asunto de estudio tan legítimo como el 40% de evasión en el ITBIS. Independientemente de que se haga política tributaria desde la administración de los tributos internos haciendo notas parciales de un tema que se debe ver en su conjunto, debe haber un lugar desde el cual se formule y se aplique el uso deliberado de los tributos para alcanzar fines que deben ser tan relevantes como recaudarlos sin ver sus efectos, con una retórica del terror sobre los ciudadanos, que son tratados como alumnos cuyo maestro le impele que hagan sus deberes sin hacer los suyos.
La hacienda pública es un tema humano y por eso pretendemos saber mucho de él como sabemos de beisbol, de religión y del amor, y es un tema de justicia que está entre las aspiraciones más elevadas del hombre, por eso el artículo 243 de la Constitución de la República establece la justicia, junto con la equidad y la igualdad, como principios que fundamentan el régimen tributario.
También el deber de tributar, según la misma constitución, se debe cumplir considerando a la capacidad contributiva de cada individuo. Gunter Schmolder, dijo que la ciencia de la Hacienda nunca ha perdido el contacto con lo humano como ha sucedido o se planteado para la economía, y dijo este autor: “Piénsese, por ejemplo, en la eterna polémica de la “justicia fiscal”, repleta de aspectos políticos y psicológicos, o en los problemas del crédito público, o la moral fiscal o de la resistencia a los impuestos; todo ello demuestra la intimas relaciones entre la ciencia de la Hacienda y Psicología, y obliga a reconocer hasta que punto es importante para el éxito de las medidas financieras el tener en cuenta los aspectos psicológicos.”
Quizás por eso la hacienda no se puede pensar en termino tajante de que dos más dos son cuatro, sólo pensado en lo concreto de las realidades, pues la gente tiene resortes, puntos y reacciones que salen del cuadro de las ecuaciones y de los supuestos que hacen referencia a los escenarios colmados de lúgubres variables o de optimismos catastróficos que no toman en cuenta al ser humano que es fanático de un equipo, delirante de un partido o devoto de una virgen, que de repente desde una actitud apacible puede ir a una rabia colectiva y destructiva, que en las realidades le dan el nombre de resistencia, levantamiento o revolución.
Cuando se está en el poder y el perfecto estado de bienestar escuchando a los lisonjeros y adulones cortesanos de los palacios se vuelve imposible pensar con tanto ruido. La opulencia en la búsqueda de una buena explicación obnubila la razón con más estragos que el hambre, nunca se puede pensar que si estamos bien los otros pueden muy bien no estarlo. Por eso cuando París se levantaba un ujier fue a despertar al Capeto Luis XVI, que dormía tranquilamente en su palacio, y cuando le explicaban lo que sucedía preguntó si era una revuelta y el ujier le dijo: “No sire, es una revolución.”.