Con Obelix y la mitad de los indomables galos enganchados a emprendedores por el generoso subsidio de las arcas imperiales a sus menhires, se detuvo por unos meses la humillante cadena de derrotas a las legiones romanas. Una exitosa campaña para inducir al uso de estas rústicas esculturas importadas permitió ir recuperando la inversión del emperador, pero la competencia de importadores, de productores locales y denuncias sobre la solución al “Problema Galo” complican el panorama.
Era posible traer menhires de territorios más cercanos y en canteras a pocos kilómetros de Roma era factible su producción local. Las protestas de estos empresarios se atizaron con la denuncia del Tribuno Ortegix Alinurix sobre las compras con precios abultados a empresarios de un pueblo enemigo, a través de una compañía que tenía el monopolio para importarlos usando los barcos y carruajes de la guardia imperial. No se pudo seguir con el esquema y cada galo, gracias a la fuerza que les daba la poción mágica, lanzó sus menhires como proyectiles hacia el fuerte donde los soldados quedaron sepultados.
Esta historia de ficción de “Obelix y Compañía” fue acompañada de ejemplos sobre países que utilizan las finanzas públicas en múltiples esquemas de subsidios y protección a empresarios, enfocando como explotan al consumidor con bienes y servicios tipo lenteja por las prohibiciones o restricciones al libre comercio con el resto del mundo. Por ejemplo, los múltiples eventos de horror en la India y su culto por demasiadas décadas a la planificación central y el mercantilismo.
Con “Rebelión en la Granja de Animales”, la novela de George Orwell, la actividad consistió en leerla antes de dar los capítulos sobre la economía en el socialismo. Les sugerí que fueran comparando las relaciones económicas entre los animales se apropian y administran la granja, con las que estudiamos sobre la acción humana de individuos interactuando en contratos y en mercados libres. “Profesor, pero esto es nada que ver, ¿qué pasó ahí?”
En efecto. De un Robinson Crusoe y Viernes que tienen propiedad privada sobre sus cuerpos, la tierra en que son primeros ocupantes y de los bienes que producen trabajando, ven una gallina que puede cacarear que puso huevos sin poder disponer de ellos. La rebelión trajo un cambio de amo: el cerdo Napoleón decidía ahora lo que antes hacía Mr. Jones. En la división del trabajo también se rompieron promesas revolucionarias. Es en el intercambio libre y voluntario que Robinson y Viernes descubren donde su trabajo es más productivo y se especializan para mejorar cada uno su bienestar.
En la Granja Rebelde, sin embargo, se les pide a los animales seguir haciendo por un tiempo más lo apropiado a su naturaleza. Los cerdos por su inteligencia pasan a ser dirigentes y ocupan la cómoda casa de Mr. Jones, por la necesidad de trabajar mejor para beneficios de todos, proceso en que poco a poco van tomando los mismos hábitos que llamaban a despreciar: dormir en camas, tomar alcohol, vestirse y, el colmo, caminar en dos patas. La idea se ve razonable, pero el problema es que sólo hay una mente que actúa para decidir las obras que se construirán, la manera que se dividirá el trabajo entre los animales y la distribución igual de las raciones sin importar el esfuerzo individual.
En la construcción del molino que fue idea exclusiva de Napoleón comenzaron a notar los animales esas cosas. Como también observan a perros que por su naturaleza deberían estar cuidando a todos los animales, ahora sólo protegen al cerdo líder. Ellos recuerdan como él mismo separó esos cachorros de su madre al nacer y los llevó donde pensaban los entrenaban para ser guardianes de la granja. El vocero del líder les aclaró la importante función que cumplían de proteger su integridad física, vital para que no colapsará la revolución animalista global, evitar los sabotajes y castigar a los animales que se denunciaban como amigos de los humanos o del cerdo enemigo que desde granjas vecinas provocaba todos los desastres que ocurrían en la granja.
En esos párrafos están parte de las cosas inherentes al socialismo que ya se estaban manifestando en la Unión Soviética, el primer experimento a gran escala de esa forma tan efectiva de destruir la civilización. La dictadura de una élite política apoyada en el monopolio de las armas, el adoctrinamiento de una población sin opciones de información, la vigilancia a los ciudadanos por servicios secretos implacables, el exterminio a disidentes que alcanzaban las proporciones de genocidio y la reducción dramática en la calidad de vida.
En esos años Hayek escribió “El Camino de la Servidumbre” donde aporta datos de como la clase dirigente se apropiaba de la mayor parte de la poca riqueza social en una ciudad rusa, como hacía el cerdo Napoleón y sus secuaces que eran los únicos que bebían leche. Como ejemplo de poner un país patas arriba por la voluntad de un dictador para una obra faraónica, como hizo Napoleón con el molino, ahí les mostré videos de Fidel con su locura de la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar, extractos de sus discursos insoportables, los treinta segundos que posa con un machete para cortar caña y el bodrio de escucharlo dar boletines de noticias sobre el progreso de la epopeya.