Tal vez persista el peligro del COVID19 en la vida de la población y la salud de nuestra sociedad por seis meses, un año o por los próximos años; sin embargo, el tiempo vivido y el que nos queda por vivir en este proceso es una oportunidad para hacer una pausa y re-imaginar la normalidad en la que nos gustaría vivir, dejando atrás la vieja normalidad que convirtió nuestras ciudades en espacios inhumanos, vulnerables, peligrosos y destructivos.
A partir de la experiencia de restricciones, incertidumbres, riesgos, retos y desafíos vivídos en este tiempo de pandemia, un paréntesis es oportuno para re-imaginar a través de las siguientes líneas la nueva normalidad de las principales ciudades y asentamientos humanos de la República Dominicana, pensando en lugares mejores para toda la población.
Al re-imaginar la normalidad aspiro a una transformación radical del modelo de habitabilidad que se ha instaurado en el sistema urbano de nuestro país, renovando aspectos deficitarios que con el tiempo han sido asumidos como normales, lo cual nos permitirá cambiar el patrón para habitar, residir, respirar, movernos, trabajar y divertirnos en otro tipo de ciudades.
Habitar en ciudades donde la marginalidad y el hacinamiento quedaron en el pasado, con asentamientos humanos alejados de las zonas de alta vulnerabilidad y donde cada edificación cumple con las normas del marco legal vigente, logrando que el “quedarse en casa” pase de ser una pesadilla, a convertirse en un nuevo estilo de vida.
Residir en ciudades donde los servicios básicos operen con efectividad, sin importar el lugar del país en donde vivas, cada comunidad tiene garantizado un sistema de acueducto, saneamiento, energía y residuos sólidos que funciona de manera contínua, mejorando la salud de la población y alejando los reclamos sociales de las páginas centrales de nuestros diarios.
Respirar en ciudades donde el aire no está secuestrado por el cúmulo de vehículos existentes en nuestras calles, ni se encuentra saturado por los generadores eléctricos que expelen sus gases por toda la ciudad; localidades donde ya no existe la contaminación por la quema indiscriminada de vertederos formales o improvisados.
Movernos en ciudades sin la necesidad de utilizar un vehículo para llegar al destino final, donde las actividades primarias se encuentren próximas al barrio; ciudades que prioricen la inversión en el peatón y en los medios no contaminantes de transporte, que devuelvan el espacio público a la gente y así quitar el secuestro de las infraestructuras viales que solo son utilizadas para mover grandes volúmenes de tráfico de un punto a otro.
Trabajar en ciudades donde la tecnología haya revolucionado el diseño interior de las edificaciones, sustituyendo las grandes superficies de oficinas o centros de atención por espacios interiores mínimos, donde prime el tele-trabajo y el servicio al cliente digital este liberado de costos para la población y que pueda encontrarse al alcance de una aplicación de teléfono.
Divertirnos en ciudades donde los parques y espacios naturales se conviertan en el lugar por excelencia para que la ciudadanía se encuentre, en el marco de un ambiente seguro que permita por un lado multiplicar los parques en cada barrio y por otro lado aumentar la superficie de los espacios naturales en puntos específicos de cada ciudad.
Aunque re-imaginar la normalidad supone costos e inversiones importantes, el beneficio y a su vez la rentabilidad de habitar en mejores asentamientos humanos garantiza la recuperación de esta inversión inicial a través de una mejoría en el bienestar de toda la ciudadanía.