“Nunca vamos tan rápido como cuando no sabemos a dónde vamos.”

Daniel Innerarity

Leer por estos días a Daniel Innerarity, a quien ya en 2004 la revista francesa “Le Nouvel Observateur” incluyó en una lista de los 25 grandes pensadores del mundo es una verdadera experiencia de “desconfinamiento” especialmente si se ha tenido la desgracia de ver los debates de la Cámara de Diputados sobre el Estado de Emergencia. Son especialmente ilustrativos los artículos recientes de este Doctor en Filosofía Política, académico en la Universidad del País Vasco acerca de la libertad -pretendidamente amenazada por la vigencia de estados de emergencia- haciendo una defensa inteligente y democrática de la obligación de los gobiernos de limitar una libertad: la de contagiar.

Más interesantes todavía son sus reflexiones acerca de la gestión del riesgo (que lamentablemente no leyeron los diputados) en momentos en que se avecina la eliminación progresiva de las restricciones para el retorno a la “normalidad”. Para Innerarity resulta mucho más sencillo establecer y administrar las prohibiciones (no salir a la calle, por ejemplo) que implican simplemente un sí o un no.   En cambio, cuando se trata de ir disminuyendo las restricciones las dificultades son mayores puesto que la gradualidad es una condición que aumenta la complejidad de los controles y hasta de las sanciones potenciales.

Por supuesto nada de esto fue considerado por los diputados en el debate acerca del estado de emergencia que tristemente volverá a estar en primera plana dentro de doce días. A mí me excusan, pero los argumentos y los discursos opositores son como para tener miedo, a pesar de que hasta ahora los números de contagiados y de fallecidos parecen estar bajo control de la autoridad sanitaria.

En esta coyuntura hay dos cosas que llaman a intentar una deliberación más reposada de la que se ha tenido hasta ahora. Primero es el tema de la responsabilidad de los medios respecto a una situación epidemiológica cuya gravedad tiene categoría planetaria. Cualquier cosa menos responsable es quien en el uso de un micrófono sea capaz de despacharse que “El gobierno esta celebrando la llegada del virus”. No es posible confundir esa imprudente afirmación con libertad de expresión.

Lo segundo es el tema de la gobernabilidad. La capacidad de superar la crisis (o mejor, las crisis) va a requerir algo más que capacidad para andar repartiendo mascarillas. Se viene un buen tiempo de ausencia de turistas, de disminución de remesas, de aumento del desempleo, de baja en la actividad económica. La situación debe ser correctamente administrada, y los supuestos que dieron forma a las alianzas electorales no solo no están vigentes, sino que serán un obstáculo ante los grandes problemas que habrá que enfrentar.

Pero aterricemos en el coyuntura. El tema de una semana olvidable fue la aparición de la “encuesta de Bernardo” que estuvo en el límite de que la consideraran un arma de exterminio masivo. Lo ocurrido fue increíble. Pareció que había desaparecido la razón, se trastornó medio mundo y el debate metodológico que se generó lució digno de un colmadón.

Sin dudas el contexto no es favorable para la realización de encuestas. Las entrevistas presenciales serían un desacierto tan grande como las reuniones de campaña para regalar guantes o luces ultravioleta o para juramentar tránsfugas. Pero lo que reclama atención es que si llamas por teléfono Bernardo le contestan que está subiendo Castillo y si llaman del Centro Económico del Cibao le contestan lo mismo. ¿No será que se les está pasando la mano? El problema no es la metodología, es que hay gente mintiendo. El CEC también llama por teléfono y no ha explicado cómo resolvieron ellos las “dificultades” que se le asignan a la otra encuesta.

Entonces, si la discusión acerca de la entrevista telefónica ya resulta anticuada y es suficiente con que la ficha técnica lo establezca insisto en que resulta muy injusto que se someta a la ciudadanía a un debate de tan bajo nivel, cuando el tema debería ser la competencia entre tres millonarios y que para colmo dos de ellos son dueños de universidad.

Hay que prepararse para lo que viene, ya se está utilizando en otros países la creación de plataformas con varios miles de personas inscritas en una comunidad establecida para responder encuestas y recibir regalos por el esfuerzo (gifts cards).

Me parece que ha sido suficientemente dicho que hay tres actores claves en el control de la pandemia: los sanitarios, los políticos y los científicos. Y si hablamos de encuestas debe recordarse que es bastante frecuente que los gobernantes obtengan altos niveles de reconocimiento y apoyo. En Chile, con un sistema de salud al borde del colapso y record diarios de contagiados y fallecidos el presidente Piñera alcanzó el 29% de apoyo a su gestión esta semana después de tener un 6% a fines del año pasado. Es el tiempo del Estado, de los gobiernos y es lo que marcan las encuestas con las más variadas metodologías.

El otro numerito semanal fue el natimuerto debate de ANJE. La manida sentencia de que “No hay democracia sin demócratas” le viene como anillo al dedo a una organización como ANJE que no tiene entre sus fines la democracia. La ANJE es una organización empresarial que según confiesa en su página web todo lo que haga será para beneficiar a sus socios y que llegó al extremo de poner en escena un nueva categoría electoral, la de los “candidatos invitados”, lo que le dio espacio a Abinader Corona para  evitar la tragedia: si no van todos los candidatos invitados… En definitiva, se trató de un intento de poner en escena a millonarios discutiendo cómo harán para asegurar las fortunas de estos jóvenes emprendedores en proceso de entrenamiento para influir en las decisiones políticas sin tener un solo voto. Eso se llama “poderes fácticos” en Ciencia Política.

Habría sido igual de insuficiente, pero confieso que anidamos alguna esperanza de que el debate en algo corrigiera la desigualdad que significa en la competencia electoral dominicana la disponibilidad de recursos económicos monopolizados por “los tres”.  Pero era demasiado esperar. Así que jóvenes, ya saben para qué sirven las elecciones especialmente cuando los candidatos en competencia no se mueven por intereses democráticos, sólo quieren el acceso al presupuesto. En otras palabras, no quieren competencia lo único que quieren es ganar y para eso es irrelevante la idea de país o la necesidad de justicia social.  Para ganar es suficiente con tener dinero, ya sea público o de papá. Si hubiera dudas acerca de la falta de seguridad jurídica del proceso basta con ver el incomprensible cambio de número de los candidatos en la boleta. La decisión tomada a un mes de las elecciones es impresentable, a menos que se acepte como válido que las normas se cambien después de que el juego comenzó.  Y no sorprendería que todavía cambie algo más.

La distancia entre las elecciones y la democracia es cada día más grande. Y conste que hablamos de un país con una historia tan explícita respecto a este tema que desde 1930 ha celebrado elecciones casi regularmente. Claro, con la particularidad de que esas elecciones nunca alcanzaron a ser suficientes para una democracia cuyo declarado padre fue electo vicepresidente en 1958 y asumió la presidencia en 1960, el año que asesinaron a las Mirabal. Sin embargo, son muchos los que todavía lo celebran y varios de sus servidores confesos aspiran a cargos electivos con la sentencia de oro en el escudo de armas: “No robé”. Como si hiciera falta robar cuando se sirve a gobiernos y gobernantes dictatoriales y criminales. En esos menesteres se pierde algo que no se compra: la dignidad. Por fortuna la historia dirá, porque la historia siempre dice.

Para irnos poniendo delante de lo que será la próxima escaramuza en los esfuerzos por controlar la pandemia, pues puede ser que las medidas se sigan relajando o, según sean los números, volver a restricciones mayores, concluyo como empecé este artículo, con una frase de Innerarity: “Quien critique la negativa a pasar de una fase a otra debería tener en cuenta que puede estar minimizando el riesgo existente y alentando un comportamiento irresponsable por parte de la gente.”