El interés por equilibrar la representatividad de la totalidad de la experiencia humana, concretamente rescatando la participación de las mujeres, ha adquirido mayor proyección en los últimos años.  Sobre este tema recogí informaciones sobre los beneficios de un aumento de la participación femenina en el mercado laboral. Después de este ejercicio, se han dado a conocer visualizaciones muy pertinentes del mismo fenómeno.

Pero no solo es en el ámbito del trabajo que podemos enriquecer nuestra experiencia. En República Dominicana se ha escrito ampliamente sobre participación política de hombres y, con mucho detalle, sobre oposición a la tiranía de Rafael Trujillo.  Vienen a mi memoria los libros “La expedición de Cayo Confites”, de Humberto Vázquez García, “Desembarco en Luperón” de Horacio Julio Ornes, “Hombres de Cayo Confite” de Ángel Miolán o, sobre una gesta más tardía “Constanza, Maimón y Estero Hondo” de Anselmo Brache Batista. 

Boda Pucha y Horacio

 

Para una administración que fue tan extensa en el tiempo, el rescate de la experiencia femenina ha sido significativamente menos abordado. Entre los libros que sí se centran en esta dimensión, se pueden citar “Mi 30 de mayo escondido” de Josefina Gautier de Álvarez, “Esa última semana” de Anne C. Reid Cabral o “Nuestras lágrimas saben a mar”, de Sonia Román. Todas estas obras rescatan la solidaridad, el dolor y el horror vividos en los últimos momentos de la dictadura, que no finalizó el 30 de mayo.  En estilo testimonial, ula obra más amplia fue “Vivas en su jardín”, de Dedé Mirabal quien narró en primera persona la historia de su familia, más ampliamente cubierta en piezas de carácter documental, novelístico (“En el tiempo de las mariposas”, teatral (“Yo soy Minerva”) y cinematográfico (“Trópico de Sangre”).

El libro “Testimonio de acoso y resistencia durante la tiranía”, sobre la vida de María Mercedes Rodríguez Vásquez (Pucha), cubre el período entre 1920 y 1960. A saber: la niñez en los momentos en que iba afirmándose el régimen y los años del exilio, estos últimos relatados recogiendo tanto las vicisitudes como las alegrías de ese especial período de su vida.

En el año 2013 tuve acceso a un manuscrito de Pucha Rodríguez y la vida me llevó a reconsiderar una frase que emití en ocasión de la publicación de “The Brief Wondrous Life of Oscar Wao”. Antes de recibiera el Pulitzer, comenté en mi columna de entonces en el periódico El Caribe, que había quedado admirada de la fuerza y la energía de esa impactante obra, a la vez que me sorprendía que la sombra de la dictadura siguiera extendiéndose casi cincuenta años después y, más aún, en la pluma (en la computadora) de un autor nacido después de finalizada la dictadura. A casi 70 años del ajusticiamiento del tirano, conseguí el apoyo de muchas personas que me honraron con su atención para llevar a buen término la finalización de esa redacción que Pucha había iniciado varios años antes.  ¿Por qué razón espero que esta experiencia sea compartida con más personas, además de los que ya me han acompañado en este camino? Por lo agradable que fue la compañía de esta señora que no se amargó ante las vicisitudes, por su ejemplo de rectitud y reciedumbre y, por sobre todas las cosas, porque su vida fue una especie de adaptación al Caribe del siglo XX (y una parte del XXI) de la “Antígona” de Sófocles, quien, en esta obra clásica, retrata hermosamente la respuesta de la heroína al ser cuestionada por el gobernanante sobre su falta de colaboración con el régimen:  “No tenía, pues, por qué yo, que no temo la voluntad de ningún hombre, temer que los dioses me castigasen por haber infringido tus órdenes. Sabía muy bien, aun antes de tu decreto, que tenía que morir, y ¿cómo ignorarlo? Pero si debo morir antes de tiempo, declaro que a mis ojos esto tiene una ventaja. ¿Quién es el que, teniendo que vivir como yo en medio de innumerables angustias, no considera más ventajoso morir? Por tanto, la suerte que me espera y tú me reservas no me causa ninguna pena. En cambio, hubiera sido inmenso mi pesar si hubiese tolerado que el cuerpo del hijo de mi madre, después de su muerte, quedase sin sepultura. Lo demás me es indiferente. Si, a pesar de todo, te parece que he obrado como una insensata, bueno será que sepas que es quizás un loco quien me trata de loca”.  Invito a mis lectores a conocer esta vida plena y fecunda, que puede familiarizarnos con un pasado no tan lejano y que estamos llamados a nunca repetir.