Uno puede intentar hablar de temas frugales o de infinita complejidad y pretender abarcarlos con estoica objetividad y manotear entre espasmos y teorías buscando un camino, sin llegar a nada, a nadie.
“Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia”. Sin embargo llega de repente y con una gracia cruel, una obra maestra y ya no quedan ni objetividad ni teoría, solo queda la verdad.
Hay que escupir el aire después de dejarse violar por la obra de arte y gritarle “yo soy” como una amenaza. Levantarse del charco de placer donde nos ha dejado, mirarla justo ahí donde nos ha traído al mundo, dejarse dibujar por Quino señalándola con el dedo y gritarle “yo soy”.
Y es que el arte, cuando es de verdad, te viola y te vuelve a parir. Trasgrede, destruye y recrea. A uno no le queda más que gritar para empezar a creerse de nuevo que uno existe. Insignificante pero existente. Enfrentar la obra y decirle “yo soy”, amedrentarla con eso para que nuestra pobre y recién magullada conciencia se lo vaya creyendo. Fingir que importa porque no hay otra forma ni otra escapatoria.
A partir de ese punto no queda más que intentar por los propios medios escupir una opinión como un grito o un gemido. Volver a manotear pero ahora con un propósito infalible, manotear desde el fondo de la oscuridad acuosa solo para llenarse los pulmones y aguantar un poco más. Opinar (gritar o gemir) porque la vida depende de ello, porque la propia conciencia depende de ello.
Nada ni nadie habla del momento en el que uno tiene que justificar su existencia. Ese terrible instante donde uno sabe que tiene que seducir al arte para poder seguir preexistiendo. “Con la velocidad del instinto, con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo”. Mentir heroicamente para salvar esa marioneta que llamamos razón.
Al final la opinión tan necesaria termina siendo una respuesta a la idea que nos fascino en la obra y el argumento que apoyamos casi con fe ciega es el mismo que negamos. En el caso actual fue el artículo de un crítico culinario, que expresó con una gracia poco probable el sentimiento general de una época frente a los críticos en general.
“El trabajo del crítico es sencillo en más de un sentido. Arriesgamos muy poco, y sin embargo usufructuamos de una posición situada por encima de quienes someten su trabajo y su persona a nuestro juicio. Prosperamos gracias a nuestras críticas negativas, que resultan divertidas cuando se las escribe y cuando se las lee.” Antón Ego (fragmento).