TUVE la bendición incondicional de vivir con Raquel Avnery durante 58 años. El sábado pasado me despedí de su cuerpo. Era tan bella en muerte como lo fue en vida. Yo no podía apartar los ojos de su rostro.
Estoy escribiendo esto para que me ayude a aceptar lo inaceptable. Les pido su indulgencia.
SI UN SER HUMANO se puede resumir en una palabra, la suya era "empatía".
Tenía una extraña capacidad para percibir las emociones de los demás. Era una bendición y una maldición. Si alguien no estaba feliz, ella tampoco. Nadie podía ocultar ante ella sus sentimientos más íntimos.
Su empatía tocó a todas las personas que la conocieron. Incluso, en sus últimos meses, sus enfermeras no tardaron en contarle las historias de su vida.
Una vez fuimos a ver una película ambientada en un pueblo pequeño de Eslovaquia, durante el Holocausto. Una anciana solitaria no entendía lo que estaba sucediendo cuando los judíos fueron agrupados para ser deportados a los campos de exterminio, los vecinos tuvieron que ayudarla a llegar hasta al punto de reunión.
Llegamos tarde y buscamos asientos en la oscuridad. Cuando se encendieron las luces al final, Menachem Begin se levantó delante de nosotros. Sus ojos, rojos por el llanto, chocaron con los de Raquel. Ajeno a todo lo que le rodeaba, Begin se dirigió directamente a ella, tomó su cabeza entre las manos y la besó en la frente.
EN MUCHOS aspectos, se complementan entre sí. Yo tiendo al pensamiento abstracto, ella a la inteligencia emotiva. Su sabiduría provenía de la vida. Yo soy retraído, ella llegaba a la gente, a pesar de que valoraba su privacidad. Yo soy un optimista, ella era pesimista. En cada situación, calibro las oportunidades, ella veía los peligros. Me levanto feliz en la mañana, listo para las aventuras de un nuevo día; ella se levantaba tarde, sabiendo que el día sería malo.
Nuestros orígenes fueron muy similares: nacidos en Alemania de familias judías intelectuales burguesas que creían en la justicia, la libertad y la igualdad, con un profundo sentido del deber. Raquel tenía todo esto en abundancia, y mucho más. Tenía un sentido casi fanático de la justicia.
Las primeras palabras que Raquel dijo cuando su familia huyó de la Gestapo a Capri, fueron "mare schön ", "mar" en italiano, "bello" en alemán.
Ella nunca leyó ni escribió alemán, pero aprendió el idioma a la perfección de hablar con sus padres, incluso, corrigió mi gramática alemana.
Raquel, por desgracia, carecía de la puntualidad prusiana. Fue una fuente constante de fricción entre nosotros. Me siento físicamente enfermo si no estoy a tiempo; Raquel siempre, pero siempre, estaba a atrasada.
TRES VECES la conocí por primera vez.
En 1945, fundé un grupo para propagar la idea de una nueva nación hebrea, parte integral de la región semita, como los árabes. Demasiado pobres para poder alquilar una oficina, nos reuníamos en las casas de los miembros.
En una de esas reuniones, una niña de 14 años de edad, la hija del dueño, vino a escuchar. Me di cuenta, fugazmente, que era hermosa.
Cinco años más tarde la encontré de nuevo cuando estaba dirigiendo una revista popular destinada a revolucionar todo, incluida la publicidad: niñas en lugar de textos aburridos.
Necesitábamos una chica guapa para un anuncio, pero no había modelos profesionales en el nuevo estado. Uno de nuestros editores corrió a un grupo de teatro. Me presentó una joven integrante que se llamada Raquel.
Tomamos algunas fotos junto al mar, y yo la llevé a su casa en mi motocicleta. Nos caímos en la arena y ella solo se rrió.
La tercera vez fue en el mismo teatro experimental. Allí volvió a aparecer, y en algún momento trató de adivinar mi edad, prometiendo un beso por cada año que estuviera equivocada. Supuso que yo era cinco años más joven, y pactamos una fecha liquidar la cuenta.
Continuamos saliendo juntos a todas partes. Una vez la encontraría a medianoche en un café. Como no llegue se fue a buscarme. Se encontró con una multitud frente a mi oficina, y le dijeron que estaba en el hospital. Algunos soldados me habían atacado y me habían roto todos los dedos.
Yo no podía hacer nada. Raquel se ofreció a ayudarme por unos días, que duraron 58 años.
Descubrimos que nos convenía vivir juntos. Como rechazábamos las bodas religiosas (ya que no hay matrimonio civil), vivimos felices en el pecado durante cinco años. Entonces su padre cayó gravemente enfermo. Para descansar su mente, nos casamos apresuradamente en el apartamento privado de un rabino. Tomamos prestados los testigos y la congregación de otra boda, y el anillo de la esposa del rabino.
Esa fue la última vez que alguno de nosotros llevó un anillo.
DURANTE 58 AÑOS, ella inspeccionó cada palabra que publiqué. No fue fácil. Raquel tenía principios estrictos y se apegaba a ellos. Llenaba algunas de mis páginas de tinta roja. A veces tuvimos amargas discusiones, pero al final, uno de nosotros ‒por lo general yo‒ cedía. En las raras ocasiones en que no pudimos estar de acuerdo, escribí lo que me parecía (y más de una vez me arrepentí).
Ella tachaba todos los ataques personales que consideraba injustos. Las exageraciones. Todas las debilidades de la lógica; marcaba las contradicciones que se me habían escapado. Mejoró mi hebreo. Pero sobre todo, añadió la palabra mágica "casi".
Yo tiendo a generalizar. "Todos los israelíes saben…", "Los políticos son cínicos…". Ella lo cambiaría a "Casi todos los israelíes …", o "La mayoría de los políticos …" Bromeamos con que estaba rociando "casis" en mis artículos, como cocinero rocía sal sobre los alimentos.
Nunca escribió un artículo propio. Tampoco dio entrevistas. A estas solicitudes respondería: "¿Para qué me casé con un portavoz?"
PERO SU talento real estaba en otra parte. Ella fue la maestra máxima, una vocación que persiguió durante 28 largos años.
Esto ocurrió en forma muy planificado, después que ella fue enviada a un curso del ejército para profesores.
Antes de terminar el curso, fue secuestrada prácticamente por un director de escuela primaria. Mucho antes de recibir su certificado de maestro, ya era una leyenda. Los padres con conexiones movieron los hilos para poner a sus niños en su clase. No era una broma que las madres planearan su embarazo para que el niño tuviera 6 años de edad cuando Raquel enseñó en el primer grado. (Estuvo de acuerdo en enseñar sólo el primer y segundo grado, como la última oportunidad de formar el carácter de un niño.)
Entre sus alumnos estuvieron los hijos de artistas ilustres y hombres de letras. Recientemente, un hombre de mediana edad se dirigió a nosotros en una calle: "¡Maestra Raquel, yo fui su alumno en el primer grado! ¡Se lo debo todo!"
¿Cómo lo hacía? Tratando a los niños como seres humanos y fomentando su autoestima. Si un niño no sabía leer, lo puso a cargo de la limpieza en el aula. Si una niña era rechazada por sus compañeros de clase más bonitas, ella sería el hada buena en una obra teatral. Disfrutaba satisfecha al verlos abrirse como flores en el sol. Pasaba horas explicando a los padres retardados las necesidades de sus hijos.
Durante las vacaciones escolares, sus alumnos sentían deseos de volver a clase.
ELLA TENÍA un propósito: inculcar los valores humanos.
Ahí estaba la historia de Abraham y la tumba de Sara. Efrón, el hitita, rechaza el dinero. Abraham insiste en pagar. Después de un intercambio largo y hermoso, Efrón sube la parada: "La tierra vale cuatrocientos siclos de plata. ¿Qué es que entre tú y yo? "(Génesis 23). Raquel dijo a los niños que esta sigue siendo la manera beduina de hacer negocios, llevar la oferta de una manera civilizada.
Después de la lección, Raquel le preguntó el profesor de la clase en paralelo cómo le explicó este episodio a sus alumnos. "Yo les dije que esto es la típica hipocresía árabe. Todos son mentirosos de nacimiento. Si quería dinero, ¿por qué no lo dijo directamente?"
Me gusta pensar que todos los alumnos de Raquel ‒o casi todos ellos‒- han resultado ser mejores seres humanos.
He seguido sus experimentos en la educación de cerca, y ella mis hazañas periodísticas y políticas. Básicamente, estábamos intentando lo mismo: ella, educar individuos; yo, el público en general.
DESPUÉS DE 28 AÑOS, Raquel sintió que había perdido filo. Ella no creía que un profesor debe continuar después que se ha mitigado su entusiasmo.
El empujón final llegó cuando crucé las fronteras en Beirut en 1982 y me reuní con Yasser Arafat. Fue una sensación de alcance mundial. Conmigo fueron dos mujeres jóvenes de mi redacción: una corresponsal y una fotógrafa. Raquel se sintió excluida de uno de los sucesos más emocionantes de mi vida, y decidió cambiar de dirección.
Sin decirme nada, tomó un curso de fotografía. Semanas más tarde, situaron delante de mí imágenes de un suceso. Elegí el mejor, que resultó ser suya. Se había revelado el secreto. Raquel se convirtió en un fotógrafo entusiasta, con un talento creativo extraordinario, siempre enfocada en las personas.
A principios de 1993, cuando Yitzhak Rabin deportó 215 activistas islámicos en la frontera libanesa, se levantaron frente a su oficina tiendas en protesta. Acampamos durante 45 días y sus noches de invierno. Raquel, la única mujer que estuvo allí todo el tiempo, entabló una hermosa amistad con el jeque islámico más extremista, Ra’ed Salah. Realmente la respetaba. Bromeaban juntos.
En estas tiendas, fundamos Gush Shalom, la organización pacifista. Para ella, la injusticia cometida contra los palestinos era intolerable.
Fue el fotógrafo en todos nuestros eventos. Tomó fotografías en cientos de manifestaciones, corriendo por todas partes, tomando fotos en el frente y detrás, a veces entre nubes de gas lacrimógeno, pese a las advertencias de su médico. Dos veces se desplomó bajo el sol ardiente, cruzando un terreno árido para protestar contra el Muro.
Cuando el Gush necesitaba un gerente financiero, se ofreció como voluntaria. A pesar de que estaba completamente en contra de su naturaleza, se convirtió en un administrador meticuloso, con un sentido del deber de Prusia, trabajando en la mesa de la cocina hasta altas horas de la noche. Ella prefería su función no oficial – mantener el contacto humano con los activistas, escuchando sus problemas. Ella era el alma del movimiento.
TAMBIÉN PODÍA ser muy abrasiva. Lejos de ser una soñadora en hacer el bien, detestaba a los mentirosos, a los hipócritas y gente que hacía mal.
A ella nunca le gustó Ariel Sharon, ni siquiera durante los años en que nos visitábamos unos a otros en nuestros hogares para hablar sobre la guerra de 1973.
Lili Sharon la amaba, y a Arik también le simpatizaba. Hay una foto de él dándole con una cuchara su plato favorito (la comida no era importante para ella). Raquel no me dejaba mostrarle a nadie la imagen. Después de la invasión del Líbano de 1982 se rompió el contacto.
Una vez, el confidente de Sharon, Dov Weisglas, a quien ella no podía perdonarle sus desagradables observaciones sobre los palestinos, me vio en un restaurante, se acercó y me estrechó la mano. Raquel lo dejó con su mano colgando en el aire. Fue muy incómodo.
Cuando a ella le gustaba la gente, lo demostraba. Le simpatizaba Yasser Arafat, y ella a él. Fuimos a verlo muchas veces en Túnez y después en Palestina, y él la trató con la mayor cortesía, le permitía tomar fotografías de él en cualquier momento, y la colmaba de regalos. Una vez Arafat le dio un collar e insistió en colocárselo él mismo. Con su mala vista, estuvo intentándolo durante mucho rato. Era un espectáculo maravilloso, pero su fotógrafo oficial no reaccionó. Y Raquel se puso furiosa.
Cuando servimos de escudo humano para el sitiado presidente palestino, Arafat le dio un beso en la frente y la condujo de la mano hasta la entrada.
POCAS PERSONAS sabían que Raquel tenía una enfermedad incurable: Hepatitis C. Se extendía como un leopardo durmiendo ante su puerta. Ella sabía que podía despertar en cualquier momento y devorarla.
La infección inexplicable fue descubierta hace más de 20 años. Cada cita con el médico podría haber significado una sentencia de muerte. Raquel se derrumbó hace cinco meses. Había muchas señales, a las que no hice caso, pero ella lo vio con claridad.
Durante estos cinco meses pasé cada minuto con ella. Cada nuevo día era como un regalo precioso para mí, aunque se derrumbaba inexorablemente. Los dos lo sabíamos, pero fingíamos que todo iba a salir bien.
Durante estos cinco meses, pasé cada minuto con ella. Cada nuevo día era como un regalo precioso para mí, aunque estaba inexorablemente hundiéndose. Los dos sabíamos, pero fingió que todo iba a estar bien.
No tenía dolores, pero sí el comer se le hacía cada vez más difícil, el recordar, y, hacia el final, hablar. Fue desgarrador verla luchar por las palabras. Durante dos días estuvo en estado de coma, y luego se escabulló, inconsciente y sin dolor.
Había insistido en que no se hiciera nada para prolongarle la vida artificialmente. Fue un momento terrible cuando le pedí a los médicos que interrumpieran sus esfuerzos y la dejaran morir.
De acuerdo con sus deseos, su cuerpo fue incinerado, en contra de la tradición judía. Sus cenizas fueron esparcidas en la costa de Tel Aviv, frente a la ventana donde había pasado tanto tiempo mirando hacia fuera. Así que las palabras de William Wordsworth, que le encantaban y repetía a menudo, no se aplican estrictamente:
"But she is in her grave, and oh,
The difference to me."
("Pero ella está en su tumba, y oh,
Qué diferente es para mí.")
UNA VEZ, en un momento de debilidad explotado por un cineasta, se quejó de que yo nunca había dicho "Te amo". Es cierto: encuentro estas tres palabras incurablemente banales, devaluada por el kitsch de Hollywood. Ciertamente no son adecuadas para mis sentimientos hacia ella: ella se había convertido en una parte de mí.
Cuando ella se desvanecía, le susurré: "Te amo". No sé si me oyó.
Después que ella murió, me senté durante una hora con los ojos fijos en su rostro. Era hermosa.
Un amigo alemán me ha enviado un dicho que me parece extrañamente reconfortante. Se traduce como:
"No estés triste porque te haya dejado,
Alégrate de que estuvo contigo durante tantos años. "