Felo nació en 1938 y murió el pasado domingo de pentecostés. Fue ordenado sacerdote en 1964 como miembro de la Congregación del Santísimo Redentor. Lo conocí en los últimos meses del 1979, yo acababa de cumplir 19 años y él ya tenía 41. Mi vida cambió profundamente con su presencia y quien soy yo, ahora camino de mis 61, como bautizado, hombre de familia, profesional y caribeño, se lo debo a él más allá de lo que puedo comprender. Fue mi formador en la Comunidad de San Juan Neumann y junto con mi padre es a los únicos que le guardo absoluto amor filial.

Cuando nos conocimos ya Felo había vivido compromisos con su natal Puerto Rico. Venía de trabajar de cerca con Mons. Rafael Grovas en la Diócesis de Caguas y fueron muchas las anécdotas que me contó sobre ese obispo puertorriqueño. Trabajó con la organización Guerra contra el Hambre de la misma Diócesis y eso lo llevó a una intensa experiencia ecuménica y su vinculación con el pueblo haitiano. Era un cristiano comprometido con el destino independiente de su natal Puerto Rico y tenaz luchador por la salida de la Marina de los Estados Unidos de Vieques.

Fue caminando en el Parque Mirador en ese otoño posterior al Huracán David que Felo, Emitelio De los Santos y yo comenzamos a hablar de la necesidad de los Redentoristas de tener una casa de formación en República Dominicana. Hasta ese momento todos los jóvenes dominicanos y boricuas que manifestaban interés en ser redentoristas eran enviados a la escuela secundaria del seminario Santa María si no habían terminado su bachillerato o al St. Alfonso College el seminario redentorista en Suffield, Connecticut, para sus estudios de filosofía. Iniciamos con esas caminatas el proyecto de crear una casa de formación para caribeños en el Caribe. Era fundamental que estuviera ubicado en un lugar cercano a los pobres tal como demandaba nuestro fundador San Alfonso María de Ligorio.

El objetivo se logró y la Casa San Juan Neumann fue fundada el 1 de agosto del 1980 fiesta de San Alfonso. Aunque al inicio lucia que era un proyecto provisional, pronto comenzó a ganar fuerza, hasta que el 10 de junio del 1981 el Superior General, en ese entonces José J. Pfab, nos escribía celebrando con júbilo la fundación de esa casa de formación. Éramos cuatro dominicanos y tres puertorriqueños, viviendo en comunidad y sirviendo a los pobres mientras nos formábamos en filosofía en el Seminario Santo Tomás de Aquino.

En su reciente carta al conmemorarse el 150 aniversario de la proclamación de San Alfonso como Doctor de la Iglesia Francisco señala que: “Como san Alfonso, estamos llamados a salir al encuentro de la gente como comunidad apostólica que sigue al Redentor entre los abandonados. Este salir al encuentro de los que no tienen auxilio espiritual ayuda a superar la ética individualista y a promover una madurez moral capaz de elegir el verdadero bien. Formando conciencias responsables y misericordiosas tendremos una Iglesia adulta capaz de responder constructivamente a las fragilidades sociales, con vistas al reino de los cielos. Salir al encuentro de los más frágiles permite luchar contra la «lógica de la competitividad y la ley del más fuerte» que «considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar», dando inicio a «la cultura del descarte». Eso lo vivió Felo Torres de manera radical en toda su vida y nos formó en esos valores a los que fuimos parte de la Comunidad San Juan Neumann.

Un punto de inflexión fuerte en mi conciencia cristiana fue el viaje que hicimos como comunidad redentorista a Haití por tierra en la Pascua del 1981. Nos alojamos con los redentoristas de Saint Gerard en Puerto Príncipe y durante una semana visitamos varios barrios pobres y la casa de novicios redentoristas haitianos. Desde esa semana muchas veces he ido a Haití y siempre con Felo presente en mi corazón.

A inicios de los 90 él tomó una decisión esencial en su vida como misionero, con más de 50 años marchó hacia África como misionero. Específicamente en el Níger y Burkina Faso, de los lugares más pobres y tensos del continente africano. A su regreso, diez años después, afectado por la malaria y el daño que en el hígado le provocó la quinina, Felo estaba más deteriorado físicamente, pero más luminoso y hondo en sus palabras y gestos. La experiencia africana lo marcó profundamente. No dejo de relacionar esa década de mi formador con las lecturas que hice durante mis años bajo su tutela de los textos de Carlos Carreto y la espiritualidad del P. Foucauld.

Retornó al Caribe y siguió trabajando intensamente en Puerto Rico, República Dominicana, Haití y Cuba. Padeció meses de cárcel por luchar contra la ocupación de la Marina estadounidense de la isla de Vieques y vivió para ver el hermoso fruto de la salida de ese cuerpo armado invasor de esas islas boricuas en el 2003. Cuando descubrió hace pocos años que tenía cáncer no se detuvo en su servicio a los más pobres y su existencia se consumió lentamente, con paz y amor, rodeando de tantos que le queremos.

El P. Felo fue un modelo de sacerdote al servicio del Reino de Dios. Todos los que fuimos formados por él o quienes recibieron su influjo en parroquias y retiros sabemos en lo más hondo de nuestro ser que estamos llamados como bautizados a comprometernos con los más pobres. Nos marcó en los procesos de discernimiento moral a optar siempre por lo más débiles, a no quedar atrapados por la mentalidad burguesa, a vivir en profundidad el seguimiento a Jesús en las calles y callejones, nunca encerrados en sacristías y yipetas. Nos enseñó a trascender el racismo, la xenofobia, la misoginia y la aporofobia, patologías que nos alejan de nuestro Redentor, a ser constructores de puentes y no de muros, a vivir radicalmente el mensaje del Buen Samaritano. A unir, religar, nunca separar o marginar, a propiciar la comunión y el diálogo, a seguir la lógica de Jesús, siempre los pobres en primer lugar.